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A las tres menos veinte de la tarde, un funcionario de aspecto anodino y aburrido les muestra las imágenes correspondientes a la avenida Wilson del día anterior, a partir de las cinco y cuarenta. Después, el funcionario se echa atrás mientras los agentes Arthur, Jeremy y Jerry se inclinan sobre la pantalla, observando expectantes.

Jerry se ha unido a ellos después de haber sido portavoz de las malas noticias con el matrimonio Conway. Cuando Arthur le preguntó cómo había ido, el rostro de Jerry había sido suficiente para explicar lo desagradable que había resultado la situación.

—Ambos están destrozados —había dicho Jerry—. Cynthia ha roto a llorar y hemos tenido que darle un valium porque le ha entrado un ataque de angustia.

—¿Cómo se lo ha tomado JT?

—Nada bien. Dudo mucho que recupere su sonrisa pronto.

Nada que sorprendiera a Arthur. Por lo general, la gente que recibe una noticia así, muere por dentro de una forma casi imposible de revivir. Ahora, los tres agentes observan la pantalla donde la imagen en blanco y negro muestra los coches que pasan en una y otra dirección. Jeremy alza el brazo y señala una esquina.

—Allí. Esa es Mary Ann.

Arthur observa la hora que marca la cinta. 17:45. Mary Ann camina por el lado derecho de la avenida, con una mochila colgada del hombro izquierdo. Los tres agentes contienen la respiración. Si la chica atraviesa el plano y fue secuestrada más adelante, no podrán verlo. Impotentes, miran cómo Mary Ann avanza inexorablemente hacia el lugar donde un depravado la arrancará del mundo.

Jerry suelta un gemido al ver una furgoneta detenerse en el arcén, a unos diez metros del lugar en el que se encuentra la chica. Jeremy se lleva la mano derecha a la boca. Arthur se da cuenta de que está apretando el puño con tanta fuerza que se está haciendo daño en la palma de la mano.

La puerta de la furgoneta se abre. Mary Ann está a tres metros.

No pueden oírlo, pero el hombre hace un gesto con la mano, llamando la atención de la chica. Mary Ann se detiene y mira al conductor de la furgoneta. Los tres agentes de policía la ven sonreír y asentir con la cabeza. Aún puede ser alguien preguntando una dirección que se aleje sin más, pero Arthur siente el latido de su corazón en el pecho diciéndole que no. Siente ganas de gritarle a esa niña que se encuentra en el video que no se acerque a la furgoneta, que se dé la vuelta y salga corriendo de allí.

Mary Ann se acerca a la furgoneta. Habla durante unos segundos con el conductor, que aún sigue en el coche. Entonces, Mary Ann gira medio cuerpo y señala hacia delante y después a la izquierda, claramente dando indicaciones sobre cómo llegar a algún sitio.

Y entonces ocurre.

Con un gesto veloz, el hombre rodea con el brazo el cuello de la chica y le inyecta algo en el brazo. Mary Ann se desvanece, pero el hombre no la deja caer al suelo. Con una mano abre la puerta trasera de la furgoneta y con la otra, empuja a la chica al interior. Apenas transcurren unos segundos antes de que vuelva a estar sentado tras el volante y acelere.

—Detenga la cinta —ordena Arthur al funcionario.

El hombre obedece. Jeremy copia el número de la matrícula en una libreta. Arthur mira fijamente a la pantalla.

—Ya te tenemos, hijo de puta.