En casa, Wilt estudiaba como loco los apuntes de Historia correspondientes al curso de bachillerato. Tenía intención de repasar algunos puntos con Braintree mientras se tomaban una cerveza en el Dog and Duck, tras haberse cortado el pelo siguiendo las instrucciones de Eva.
—No puedes parecer un futbolista de esos que salen en la televisión —había dicho su mujer, decidida a conservar el optimismo pese a la carta de advertencia que acababa de recibir de Saint Barnaby’s—. Así que no permitas que te lo dejen demasiado largo. Y he llevado tu traje a la tintorería. Tienes que parecer verdaderamente elegante y ser muy educado.
—Estaré suficientemente elegante con mi mejor chaqueta de sport, que al menos me queda bien. Porque no puedo decir lo mismo de ese ridículo traje que me compraste. Además, mi chaqueta es la clase de prenda que llevan los profesores universitarios. Te aseguro que no se ponen trajes de rayas rosas.
—Está bien, si insistes puedes ponerte la chaqueta de sport. Yo sigo pensando que te sienta mejor el traje.
—Quizá a ti te lo parezca, pero sé perfectamente que con él no iba a impresionar a un adinerado terrateniente —dijo Wilt antes de volver a concentrarse en sus apuntes. Por suerte, el examen de Historia de acceso a la universidad era mucho más interesante de lo que él recordaba. Y, además, suficientemente violento para interesar incluso al adolescente más lerdo y, sin duda, más engreído.
—Tendrás que ir pronto a la peluquería y… —continuó Eva, pero Wilt la interrumpió:
—Al barbero —dijo—. Ya sé que es una palabra pasada de moda, y que se refiere a una época más elegante en que los hombres llevaban la barba bien cortada y también podías afeitarte, pero la palabra correcta es barbero, Eva.
—No me importa. Lo único que quiero es que no parezcas un hippy melenudo. Que te dejen la nuca y los lados bien cortos, por favor.
—Vale, ya me he enterado —dijo Wilt—. Puedes estar tranquila, no tengo ningunas ganas de que me pegues una bronca cuando llegue a casa.
—Verás, es que no he tenido un buen día —explicó su mujer, y, antes de entrar precipitadamente en la cocina, le puso en la mano la carta que había recibido de la directora del colegio.
Wilt leyó la carta de cabo a rabo y se reunió con Eva en la cocina.
—Ya me imaginaba que pasaría algo así —dijo alegremente—. Si mandas a nuestras queridas hijas a un colegio muy caro y exclusivo, no debería sorprenderte que acaben armando un lío y amenacen con expulsarlas. Lo que me extraña es que no las hayan expulsado hace ya mucho tiempo. Debiste enviarlas a un reformatorio: nos habríamos ahorrado tiempo y nos habría salido mucho más barato.
—No van a expulsarlas. La señora Collinson sólo dice que su comportamiento debe mejorar o les pedirá que se marchen.
—Mientras hay vida, hay esperanza —dijo Wilt—. Y de que mejore su comportamiento no hay ninguna esperanza. Bueno, al menos en el futuro no tendré que costear sus macabras actividades dando clases particulares durante las vacaciones de verano.
Y antes de que Eva pudiera encontrar palabras para expresar su fastidio, Wilt ya se había retirado al salón y se había puesto a ver las noticias.
La tirantez contenida que formaba parte del matrimonio de los Wilt, y que ocasionalmente se convertía en guerra abierta, tuvo una erupción importante ese mismo día, cuando Wilt volvió de cortarse el pelo.
—¿A eso lo llamas cortarse el pelo? —dijo Eva—. Te lo han dejado demasiado largo.
—Mira, yo he pedido que me cortaran las puntas. ¿Qué querías, que me raparan la cabeza y volviera convertido en skinhead?
—Por supuesto que no. Pero vas a cortártelo como es debido. Ya puedes volver allí ahora mismo y asegurarte de que te lo hacen bien. Tienen que dejarte la nuca y los lados bien cortos. Y otra cosa: esa chaqueta de sport tiene los codos agujereados, así que quiero que te pongas el precioso traje que te compré.
—Si crees que un traje gris claro con rayas rosas va a impresionar a Sir Sabueso y a Lady Paparruchas…
—Sir George y Lady Clarissa Gadsley, por amor de Dios…
—Conque Sir George, ¿eh? Seguro que le hacen los trajes a medida en Savile Row.
—¿Qué tiene de especial ese Bujarrón o comoquiera que se llame?
—Savile Row, Eva, Savile Row. Es donde están las sastrerías más caras de Londres. Lady Paparruchas y Sir Gadsley no me alojarían en su casa si me presentara ataviado con un traje de rayas rosas de tela brillante. Bueno, de tela brillante de rayas rosas.
—¿Qué te pasa, Henry? ¿Estás borracho? —preguntó Eva con recelo—. Ya me ha parecido que tardaban mucho en cortarte el pelo. Ven aquí y échame el aliento.
—¿Que te eche el aliento? Madre mía, ¿es que nunca tienes suficiente? ¡Primero me buscas un trabajo de mierda enseñándole a un cretino de clase alta cosas que debería haber aprendido hace años, y luego decides lo largo que tengo que llevar el puto pelo! Pues mira, ya estoy harto. Llevaré el pelo como me dé la gana, ¿me oyes?
* * *
Dicho eso, Wilt salió de la casa y volvió en bicicleta a la peluquería de caballeros para darle al peluquero las instrucciones de Eva.
—Dice que me lo ha dejado demasiado largo y que tiene que cortármelo más de la nuca y de los lados.
—¿Quién, su mujer? —preguntó el barbero, comprensivo.
Wilt asintió con la cabeza.
—Qué raro que no le haya pedido que se lo corte al rape —añadió el barbero.
Wilt se estremeció.
—Dice que no puedo parecer un futbolista. Y todo este jaleo porque tengo que conocer a no sé qué Lady. ¡Ni que fuera a ver a la reina!
—Bueno, seguro que no lo confunden con Bob Geldof.
—Menos mal —replicó Wilt.
El barbero sonrió.
—Supongo que si sólo tuviera clientes como él, no seguiría en este negocio.
Cogió una maquinilla eléctrica y le vació un poco los lados a Wilt.
—¿Cree que con esto será suficiente, o a su mujer le parecerá poco?
—Seguro que le parece poco, pero a mí no —contestó Wilt, y se levantó de la silla. El barbero sacudió el pelo de la bata y se la quitó. Wilt se miró la cabeza con gravedad.
Y entonces entró Eva. Wilt volvió a sentarse en la silla, y el barbero volvió a atarle la bata y empezó a recortarle la nuca, guardándose de mirar a su cliente y a la fiera de su mujer.
Hasta que Wilt no ofreció un gran parecido con una oveja preparada para la primavera, su mujer no cedió y se declaró satisfecha. Wilt empujó su bicicleta hoscamente hasta la casa detrás de Eva, que no disimulaba su satisfacción, y fue a acostarse antes de que ella pudiera seguir cebándose con él.
A la mañana siguiente, Eva le llevó el desayuno a la cama, en un intento de desagraviarlo y de ponerlo de mejor humor antes de su entrevista con Lady Clarissa. Quizá su plan hubiera funcionado, de no ser porque también había escondido toda la ropa de Wilt excepto el trajecito de marras. Cuando bajó del dormitorio, Wilt estaba de un humor de perros.
—¡Esto ya está mucho mejor!
—Te estará bien empleado si me mira y echa a correr gritando, bruja del demonio —masculló Wilt—. A ver, ¿cuándo es la entrevista con la señora?
Eva tomó la decisión táctica de, por una vez, no reprenderlo por su lenguaje. Miró la hora en el reloj de pared y dijo:
—Podemos ir con tiempo y tomarnos una taza de té. Lady Clarissa no nos espera hasta las doce y media. —Eva insistió en ir en bicicleta en lugar de coger el coche, y primero pararon en una cafetería, cerca del Black Bear. Media hora más tarde, cuando entraron en el vestíbulo del hotel, Wilt seguía sintiéndose un idiota de marca mayor con su extravagante traje.
—Lady Clarissa los espera en el salón —anunció el recepcionista.
Eva se volvió hacia su marido y le quitó una pelusa imaginaria de la solapa.
—Si te pregunta si quieres beber algo, tienes que pedir un jerez.
Pero Wilt ya no podía más.
—No me gusta el jerez. ¿Ella qué bebe?
—Una cosa que llama dry martini. No sé qué lleva.
—Pues yo pediré lo mismo. Un dry martini hará que me sienta más seguro. Y te aseguro que necesito algo que me haga sentirme seguro, vestido como un imbécil y prácticamente calvo.
—Está bien, tómate un martini, pero que sea sólo uno. Ella los toma muy fuertes, con mucha ginebra. Sólo nos faltaría que te emborracharas. ¿Y quieres hacer el favor de dejar de decir palabrotas?
Malhumorado, Wilt la siguió hasta el salón, donde le sorprendió comprobar que Lady Clarissa no era la acartonada mujer madura que él esperaba encontrar. De hecho, era muy guapa e iba muy bien vestida. Y mejor aún: Wilt habría jurado que estaba, como mínimo, un poco ebria; y no se equivocaba, sólo que ella aguantaba muy bien la bebida.
—¡Mi querida señora Wilt! —saludó a Eva—. Y éste debe ser Henry, su inteligente marido. Dios mío, qué traje más original lleva.
Sonrió de manera incitante a Wilt, que, para su propia sorpresa, se oyó decir que era un honor conocerla.
—La señora Wilt bebe jerez, ya lo sé —continuó Lady Clarissa—. ¿A usted puedo ofrecerle…? —Lady Clarissa dejó la pregunta abierta.
Wilt apenas vaciló:
—Creo que tomaré lo mismo que usted. Es un dry martini, ¿verdad? —dijo, casi susurrando, y señaló la copa que ella tenía en la mano.
Lady Clarissa llamó al camarero, que acudió a toda mecha. Era evidente que la señora era una bebedora respetada en el establecimiento.
—La señora Wilt tomará un jerez dulce, un oloroso… ¿Verdad que sí, querida? A Henry y a mí tráiganos un dry martini. Con poco Noilly Prat.
Eva no parecía muy contenta. No le hacía ninguna gracia que la llamaran señora Wilt mientras que a su marido lo llamaban Henry. También encontraba muy inquietante la expresión del rostro de Wilt. Parecía un gato que acabara de tragarse media docena de canarios.
—Bueno, Henry, respecto a mi hijo… Edward no es tonto, lo que pasa es que no le gusta estudiar —explicó Lady Clarissa—. Dice que la Historia está «anticuada». Yo le he explicado que es inevitable que así sea, puesto que se refiere al pasado, pero él sigue sin aceptarlo. Y la actitud de mi marido no ayuda mucho. Verá, Edward no es hijo suyo, y George se empeña en llamarlo Eddie…
Entonces Eva la interrumpió:
—Cuando dice que no es hijo de Sir George… —empezó a decir, pero se interrumpió precipitadamente, lo cual Wilt lamentó profundamente. Por un momento había pensado que Eva iba a preguntar si el chico era hijo ilegítimo.
—Mi primer marido murió en un accidente de tráfico.
—Qué horror. Lo siento mucho.
—Pues yo no, la verdad —admitió Lady Clarissa—. Ya sé que debería, pero era un verdadero plomo. En fin, no los he hecho venir hasta aquí para hablar de él.
—Nos estaba diciendo que a Edward no le gusta la Historia —le recordó Wilt—. ¿Es la única asignatura que no se le da bien?
—Bueno, el año pasado suspendió Lengua. Seguramente porque también la encontraba anticuada. Pero yo no creo que ésa sea la verdadera razón. Para Edward, suspender los exámenes de bachillerato era una forma de fastidiar a mi marido. Verán, George considera que el pasado es mucho más importante que el presente. Además, es un hombre de edad, si bien no tan anciano como mi tío Harold. Eso sí: tienen el mismo mal genio.
Wilt reflexionó sobre todo aquello y lo encontró completamente ilógico. Lady Clarissa debía de estar más beoda de lo que él había creído al principio. Wilt consiguió que Eva lo mirara a los ojos, y ella se apresuró a intervenir en la conversación:
—¿Ya ha conseguido ingresar a su tío en la residencia para ancianos?
—Ah, sí, pero tras las peleas de siempre. Primero decía que era muy ruidosa, lo cual no es cierto; y luego, cuando se enteró de que en la cocina trabajaba una mujer negra, armó un escándalo sobre el sida en África. Tuve que explicarle que esa mujer había nacido en Manchester y que hablaba con acento de Moss Side. Ha sido todo muy difícil, y mi tío sigue diciendo que no piensa quedarse allí.
Mientras escuchaba todo eso, Wilt se preguntaba con qué clase de gente iba a tener que convivir en Sandystones Hall. Decidió que prefería revelar ya que no había estudiado en Porterhouse a esperar a que lo descubriera Sir George.
—Por cierto, creo que debo decirle de entrada que fui a Fitzherbert y no a Porterhouse. —Haciendo caso omiso de la mirada de odio de Eva, añadió—: Mucho antes de que yo llegara a Cambridge, Fitzherbert era conocido como el college de la gente de ciudad, pero supongo que eso era mucho antes, también, de que su marido fuera allí.
—Qué nombre tan raro…, el college de la gente de ciudad. Creo que Fitzherbert es mucho mejor. Más elegante, no sé si me entienden —observó Lady Clarissa.
—Estoy absolutamente de acuerdo —replicó Eva, con gran alivio. Y dicho eso, empezaron a comer. Wilt se alegró muchísimo. Aquel dry martini era el más letal que se había bebido jamás. La copa era desproporcionadamente grande y la ginebra, la más fuerte que él había probado. No quería ni pensar qué le habría pasado si se hubiera tomado dos. «Embotamiento total» fue la expresión que primero se le ocurrió, después de estrujarse el cerebro más rato de lo habitual. Una cosa estaba clara: Lady Clarissa era una bebedora consumada.
—¿Y cuándo termina el curso en su universidad? —preguntó a Wilt después de pedir las bebidas y de reprender brevemente al camarero. Tras estudiar minuciosamente la carta de vinos, había escogido una botella de Château Latour; el camarero le había dicho que se les había terminado y le había recomendado un burdeos muchísimo más barato. Lady Clarissa lo había aceptado a regañadientes, pero, después de probarlo, tuvo que admitir que el camarero tenía razón.
—Dios mío, ¿quién iba a decirlo? Miren, creo que de hecho prefiero éste después de dos dry martinis de Tanqueray —dijo cuando el camarero les hubo llenado las copas y se hubo marchado. Wilt se concentró en la pregunta anterior de Lady Clarissa.
—Estoy libre a partir de finales de esta semana —contestó.
—Pero si las cua… —empezó Eva antes de que él pudiera intervenir.
—Nuestras hijas regresan de Saint Barnaby’s dentro de doce días —contestó Wilt para impedir una diatriba de Eva sobre las cuatrillizas. A los Gadsley les esperaba una desagradable sorpresa por ese lado. Quizá no se alegraran tanto de que Wilt le diera clases particulares a su hijo cuando supieran que tendrían que soportar varias semanas a las cuatrillizas campando por su casa y haciendo de las suyas.
—¿Es imprescindible que las espere? Quiero que Edward entre directamente en Porterhouse cuando vuelva a examinarse este otoño.
Wilt no dijo lo que pensaba. Aunque el chico volviera a examinarse de Historia en otoño y aprobara, lo más probable era que no entrara en Cambridge hasta el curso siguiente. Al menos eso era lo que creía Wilt. Tratándose de Porterhouse, nunca se sabía. Ese college era uno de los más pobres y menos prestigiosos de Cambridge. Pero a menos que Wilt estuviera completamente desconectado, también era el que menos importancia daba a los convencionalismos. Llegó a la conclusión de que, tratándose de Porterhouse, cualquier cosa era posible.
—Por tanto, le agradecería mucho que empezara lo antes posible —dijo Lady Clarissa—. Si prefiere no instalarse directamente en la casita de invitados, podría alojarse en la mansión con nosotros. Así tendría ocasión de ver cómo se lleva con mi marido…
—Estoy seguro de que no tendré ningún problema si me instalo yo solo en la casita de invitados —dijo Wilt, y le echó un vistazo a Eva—. ¿No te parece, cariño?
—Desde luego. Al fin y al cabo, nosotras sólo tardaremos unos días en llegar —añadió Eva con falso entusiasmo. Para ella, que Wilt la llamara «cariño» era una experiencia fuera de lo corriente, y en los últimos años casi siempre había anunciado complicaciones. Además, Eva estaba desconcertada por la docilidad de Wilt. Normalmente, si podía evitarlo nunca hacía lo que los demás querían que hiciera. Pero aún la alarmaba más la forma en que Lady Clarissa, que ya se había metido dos tercios de una botella de vino entre pecho y espalda, miraba a Wilt, embobada y con todo descaro. Eva empezaba a pensar que Wilt despertaba en la señora más interés del que a ella le parecía conveniente. Iba a tener que estar muy atenta. Mil quinientas libras por semana más comida y alojamiento era mucho dinero para un simple profesor particular. La expresión que le vino a la mente fue «juegos sucios», y fue la que empleó cuando volvían a casa en bicicleta, después de comer.
—Si has pensado que quizá puedas hacer juegos sucios con esa mujer, será mejor que te lo quites de la cabeza —le gritó a Wilt cuando llegaron a una señal de stop.
Wilt le sonrió.
—Este trabajo me lo has buscado tú —gritó a la vez que se ponían de nuevo en marcha—. Además, no sé a qué viene que digas eso ahora. Sólo intentaba encajar en tus planes. Y, de todas maneras, Lady Clarissa estaba borracha como una cuba.
—De acuerdo, pero no hacía falta que la piropearas tanto.
—Creía que eso era lo que querías, cariño —replicó Wilt, dándole a esa palabra una entonación muy diferente a la que había usado en el restaurante. Al menos, todas las advertencias de Eva respecto a la necesidad de que Wilt aparentara ser una persona respetable y no se emborrachara habían funcionado.
Pedalearon en silencio hasta Oakhurst Avenue, pero nada más llegar a la casa Eva volvió a sentirse ofendida.
—No paraba de llamarte Henry, mientras que a mí me llamaba señora Wilt. Me ha parecido completamente fuera de lugar. Podría haberme llamado simplemente Eva.
—Te ha llamado «querida señora Wilt» varias veces. Al fin y al cabo, a quien contrata es a mí, no a ti, y seguramente en su círculo siempre llaman a los empleados por su nombre de pila. No sé por qué te empeñas en darle tanta importancia a una tontería como ésa.
—Bueno, pues que siga siendo una tontería, ¿vale? —lo previno Eva antes de recordar otra circunstancia sospechosa—. Y cuando se ha ofrecido a llevarte en su coche, has dado un salto de alegría. Eso tampoco me ha hecho ninguna gracia.
—Eso lo he dicho porque tú necesitarás el coche para ir a buscar a las cuatrillizas. Además, no he dado ningún salto de alegría, ni he piropeado a esa mujer. Me he limitado a hacer lo que tú me habías pedido: ser muy educado con ella. Me he puesto el traje, me he cortado el pelo bien corto… ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que la insultara?
Eva tuvo que admitir que Wilt tenía razón. Sin embargo, no le había gustado nada el interés con que Lady Clarissa había mirado a Henry. De acuerdo, era evidente que había bebido bastante antes de que ellos llegaran, pero ¿cómo podía estar segura de que no volvería a beber así mientras Henry estuviera viviendo bajo el mismo techo que ella? De hecho, lo más probable era que volviera a hacerlo.
Eva subió a hacer la cama —Henry, que todavía dormía en otra habitación, podía hacerse la suya— preguntándose qué podía hacer respecto a aquella amenaza en potencia. Para ella, lo más importante en la vida eran las cuatrillizas; tenía que garantizarles la educación que merecían. Y, además, Henry era tan asexuado que Lady Clarissa podía hacerle todas las caídas de ojos que quisiera, porque las probabilidades de que él reaccionara a ellas eran prácticamente nulas. De todas maneras, era obvio que Eva tenía que llegar a la mansión en cuanto las cuatrillizas terminaran el curso, y una vez instalada allí, no le quitaría los ojos de encima a su marido para asegurarse de que se comportaba.