CAPÍTULO VI

LAS GIRAS ARTÍSTICAS

El proyecto de Cody, que consistía en hacer una muestra general de la vida y costumbres del Lejano Oeste y con representaciones de trabajos de campo, lucha contra los indios, viaje de caravanas y la vida en ellas, en fin, todo lo que fuera una demostración de la vida en el desierto, tuvo pronta realización. Aquel The scout of the plains que empezó con un fracaso y que se convirtió en una pieza teatral gracias a la serenidad de un empresario y a la inteligencia de Bill, era ahora un espectáculo de feria de proporciones literalmente colosales. Todo había sido rehecho, los diálogos escritos en un lenguaje más al alcance del pueblo en general, pues los de la pantomima anterior eran hablados en la jerga usada en la frontera y a mucha gente de las ciudades del este escapaba el significado de algunas cosas; los episodios que se fingían en escena; la cantidad y diversidad de éstos, en fin, el gran número de participantes, pues eran cientos de personas entre indios, scouts, pobladores, soldados, etc., y la cantidad increíble de elementos y material escénicos, habían convertido el espectáculo en cosa realmente nunca vista en América ni en Europa, adonde llegó en gira de multiplicado éxito.

Y lo que fue más celebrado todavía fue que en la medida que pudo, Bill Cody llevó a escena los hombres y las cosas que habían vivido o servido en la vida real. Muchos de los personajes que jugaban toda clase de papeles eran los mismos que en su vida real tenían el mismo trabajo; y muchos indios, también, que ahora habían sido pacificados y se habían hecho amigos de los frontiersmen. Muchos de los sioux que en la exposición de ahora trataban de darle caza al scout representado por Cody, eran de los mismos que trataron de matarlo y arrancarle el cuero cabelludo hacía unos veinte o treinta años.

En Wild West[24], que así se llamaba el espectáculo-feria, la diligencia y las carretas cuyo ataque, captura o salvación se simulaban, habían pasado realmente en el desierto por esos trances, y mostraban todavía las marcas de flechas o balas recibidas en los enfrentamientos. Los ponies con que los llaneros-actores de Wild West hacían sus exhibiciones de destreza, eran de las mismas crías de aquellos bravos que habían corrido millas y millas del desolado desierto con una flecha clavada en el anca.

Como dijimos, el Wild West Show[25] llegó a Europa, que recorrió entera con renovado favor público. Desconocedores los pueblos europeos de los usos y costumbres de las llanuras desiertas de América, alguna vez pusieron en duda la realidad de los espectáculos que en él se daban. Relataremos, a propósito, lo que ocurrió en Roma, donde un día se hallaba entre el público que presenciaba el Wild West un noble italiano, el príncipe Sermonetta, el cual comentando en rueda de amigos lo que acababa de ver, manifestó sus dudas de que la exhibición de doma de caballos fuera un espectáculo de fuerza y destreza tal como aparecía en la arena del circo. Añadió que los ponies debían estar previamente amaestrados.

Llegaron estas manifestaciones a oídos de Bill Cody, quien se las ingenió para hacerle decir al incrédulo príncipe que estaba a su disposición para convencerlo de la verdad de las exhibiciones de sus hombres. Creyendo ponerlo en un apuro, el príncipe aceptó y le mandó pedir que fuera a verlo. Le dijo que en una de sus propiedades de campo tenía unos cuantos caballos que no habían podido ser montados por nadie, por lo que aún estaban sin domar. Bill le contestó que eso era precisamente el mejor modo de probarle la destreza con que se domaban los potros en su país y le pidió que un día cualquiera se los mandara al circo durante el desarrollo del espectáculo de doma. La proposición agradó al noble italiano y se avino a mandarle a Bill sus caballos para que fueran domados en público, como número extra. La noticia circuló por toda Roma, pues el príncipe era un hombre muy popular.

Un día elegido por el príncipe, y, según lo convenido, sin previo aviso, llegaron los potros al circo, empezando por armar un espectáculo su entrada en la pista por el trabajo que dieron para hacerlos trasponer las puertecillas. No había mentido Sermonetta al afirmar la indomesticabilidad de sus caballos.

En seguida comenzó la doma de los doce potros —tal era su número— de las campiñas de la Romagna, entre número y número del programa del Wild West, sin que nada perturbara el desarrollo. Las bestias fueron enlazadas, ensilladas y jineteadas como cientos de veces lo habían hecho esos llaneros en su patria, ante el entusiasmo del público y el asombro del príncipe, que reconoció hidalgamente la maestría sin igual que tenían los americanos para montar un potro de lo más bravo que podía hallarse, sin los previos trabajos de manoseo usuales en Europa y que solían durar largos días.

En la exposición-feria-teatro de estos días, se ven varios espectáculos, pero que son agregados a lo que eran el Wild West de los tiempos triunfales, como el de los jinetes cosacos, la batalla de San Juan y los ejercicios de diversos regimientos europeos, que a pesar de tener cierto interés, no añaden gran cosa a lo que era la vieja Buffalo Bill’s Wild West Show[26], como se la llamó después. Como documento demostrativo de la vida de aquellos tiempos y lugares, no tiene precio. La mejor manera de estar enterado de las cosas viejas del desierto de más allá del río Missouri, es ver esa exposición a la que nada se le ha añadido que reste realidad.

Antes de terminar esta breve reseña sobre la notable vida de este adalid de la civilización en el desierto, vale la pena narrar otro episodio de los días en que con su compañía andaba de país en país asombrando a las gentes. En muchas ciudades del Viejo Mundo, Bill y algunos elementos de su compañía eran agasajados por la gente de la nobleza y hasta por personajes reales. Cierto día en que representaban en Londres, el rey, entonces príncipe de Gales, concurrió a la representación, que resultó tan amena e instructiva, que fue una segunda vez y expresó su deseo de que lo llevaran a dar una vuelta en una de las diligencias. Bill Cody, naturalmente encantado, se ofreció a guiar él mismo la diligencia, con cinco pasajeros invitados por el príncipe, quien tomó asiento en el pescante al lado de Cody. Los invitados eran el rey de Dinamarca, el rey de Sajonia y el príncipe heredero austríaco, que se hallaban en Londres de visita. Al echar a andar el coche, los indios, que en la representación debían atacar la diligencia, realizaron el simulacro como hallándose en la pista, mientras los cowboys hacían la defensa. El juego escénico se hizo con toda limpieza y salió a las mil maravillas, con el alborozo del príncipe y sus acompañantes, que antes de que Bill se diera cuenta estaban —si nos atenemos a los decires— debajo de los asientos. Tan real fue la representación.

Al dejar el vehículo, el príncipe de Gales felicitó a Cody y le dijo:

—Coronel, ¿ha tenido usted en sus manos alguna otra vez cuatro reyes?[27]

—Sí, alteza; los he tenido, pero nunca tuve además de ellos un póquer real como esta vez.