BILL CODY EXPLORADOR
Hemos dicho que cuando Bill Cody ingresó en las filas del ejército regular, no tenía aún dieciocho años de edad, pero estaba en camino de hacerse un hombre completo. No sólo en las fronteras del Oeste era conocido y famoso como cumplido frontiersman, sino que su nombre era familiar a los niños de las ciudades del Este, que repetían sus hazañas como se repiten las de los héroes de un país. Y ya era frecuente ver relatados sus hechos en los diarios como suele pasar con los hombres populares de todas las épocas. Esta popularidad ganada en tan buena ley, aumentó considerablemente en los tiempos de Bill Cody soldado.
Cierta vez, por ejemplo, el general Smith, al frente de los acantonamientos de Memphis, le dijo que necesitaba a toda costa obtener algunas informaciones y unos determinados mapas en los que se consignaban las posiciones de una parte de las tropas confederadas y que le era difícil hallar un hombre lo suficientemente arriesgado como para penetrar, para conseguirlos, en el mismo campo enemigo.
Para Bill, la comisión no involucraba más peligro que uno de los tantos que había corrido como scout, por lo que accedió a ponerse en marcha al día siguiente. Pero quiso la buena estrella inseparable de su persona, que esa misma noche, mientras el general Smith preparaba sus instrucciones, él saliera a vagar por las inmediaciones del cuartel. Al llegar a un determinado lugar, se echó un rato a descansar sobre el pasto. En eso oyó pasos que a su instinto de hombre de la frontera le parecieron sospechosos. Sigilosamente se puso en acecho y pronto vio la sombra de un hombre que trataba de llegar al cuartel sin hacer ruido. En breves minutos estuvo a su lado, instante que aprovechó Bill para echársele encima y apresarlo. Resultó un viejo conocido suyo; un pobre y buen hombre que había trabajado con él en la firma Russell, Majors y Waddell y que había formado en las filas de las gentes del sur. En ese momento, Nat Golden, que así se llamaba el sujeto, se hallaba en misión de espionaje. Bill le quitó los papeles que lo pudieran comprometer y después de leerlos, los destruyó, quedándose con algunos que le servirían como se verá. Consideraba amigo a Golden y no quiso delatarlo como espía, pero pensó que podía serle útil y antes de entregarlo prisionero se apropió del uniforme del confederado y de esos papeles con los que pensaba entrar en el campo enemigo. Antes de partir a la mañana siguiente, dijo al general Smith lo que había hecho y mostró los despachos que había quitado a Golden, omitiendo la mención de que el hombre era un espía, para no perjudicarlo, pues hubiera sido pasado por las armas inmediatamente.
Partió cuando el general lo hubo despachado, y al presentarse en la zona de los esclavistas, fue detenido y sometido a un interrogatorio del que salió bien parado.
Después de desarmarlo fue llevado a la presencia del general Forrest, al que dijo que Golden había sido apresado teniendo tiempo de traspasarle los papeles que llevaba antes de caer en manos de los del sur, y de rogarle que los hiciese llegar a su poder. Tomó como muy natural la historia el general Forrest y le dijo que podía permanecer en su cuartel unos días mientras él preparaba la respuesta a los despachos que Bill le trajera. Dos días estuvo a la expectativa de algún acontecimiento, durante los cuales observó detalladamente todo cuanto quiso de la vida en el campamento enemigo, y levantó todos los planos que le dio la gana, sin que nadie se diera cuenta de nada. Pero cuando ya consideraba cumplida su misión y se alistaba para partir, vio, al pasar cerca del patio de la mayoría, al propio Golden conversando con el general Forrest. Creyó perder el conocimiento, tal fue la sorpresa. Pero ya sabemos que no era tipo de perderlo sino que, todo lo contrario, de serenarse frente al peligro y pensar con más agudeza aún. Evidentemente, Golden había huido y era llegado el momento de obrar con la máxima rapidez si quería salvar el pellejo, pues ahora el espía era él. Se dirigió hacia su caballo, lo ensilló con aparente calma, lo montó y se fue hacia la salida del campo, llegando hasta donde estaban los imaginarias. Nadie parecía sospechar nada. Nadie le prestó la menor atención. Ya se hallaba fuera de todo peligro cuando oyó ruido de tropas de caballería. Vio que era un regimiento de confederados que iba al encuentro de las tropas de la Unión. Pensó que si lo hallaban con ese uniforme entre ambos bandos sería considerado espía por unos o desertor por el otro. Era en verdad una situación difícil. Afortunadamente, vio cerca de sí un barril vacío y se metió dentro. Estúvose escondido un rato y cuando dejó de oír ruido de caballerías sacó la cabeza y vio que las tropas de la Unión estaban muy cerca, subsistiendo entonces el peligro de que lo tomaran por desertor. No podía presentarse ante ellas sin cambiar de uniforme. Decidió por lo tanto ir al cuartel y entrar en él subrepticiamente, cambiarse el uniforme y presentarse ante el general Smith. Así lo hizo con la complicidad de un centinela amigo, y a las cuarenta y ocho horas pudo hacer entrega al general Smith de útiles informaciones estratégicas y planos de gran valor.
Después de varias hazañas por el estilo en servicio de la patria y de la civilización, Cody fue designado para desempeñar trabajos de oficina en Saint Louis.
No es difícil adivinar que un trabajo de tal naturaleza no sería de su gusto; pero no debió de hacerlo durante mucho tiempo porque la guerra ya estaba prácticamente terminada y pronto se le dio la baja.
Regresó a Fort Leavenworth para buscar trabajo.
Lo halló de cochero en las diligencias que habían sustituido a las viejas carretas y que hacían el viaje de Saint Joseph hasta Sacramento con un promedio de diecinueve días las dos mil millas. Estas diligencias pertenecían también a la antigua firma Russell, Majors y Waddell, y aunque el viaje entre ambas fronteras se hubiera acortado bastante, no había dejado de ser tan peligroso o peor, porque a los asaltos de los indios se sumaban los de los bandidos que por esos días infestaban las llanuras. Los que cogían el trabajo de cocheros eran muy pocos, a pesar de estar bien remunerados.
Bill vio en esta escasez de hombres para dicho trabajo una oportunidad para hacerse de oro, corriendo un riesgo que muy pocos aceptaban, y se ofreció a la firma. Ni que decir tiene que fue recibido con los brazos abiertos, pues un hombre de sus cualidades no se encontraría muy fácilmente.
Las diligencias eran unos grandes coches, de construcción muy sólida para poder andar por los malos caminos de la época. Arrastradas por seis caballos, llevaban viajeros también en el techo y se viajaba tan armado como se podía, pues ni de día ni de noche estaba la diligencia libre de ser atacada. Cuando esto sucedía, el primero en ser muerto era el conductor.
El tramo destinado a Cody era el comprendido entre Fort Kearney y Plum Creek.
A pesar de la constante amenaza del ataque de indios o bandidos, durante el primer mes de trabajo Bill no tuvo ningún tropiezo, salvo una vez en que su astucia burló un encuentro con los indios que esperaban a la diligencia en un determinado sitio y él cruzó por un arroyo antes del lugar en que lo hacía el camino, dejando a los indios que la esperaran en vano.
Pocos días después de este suceso, el encargado de Fort Kearney le comunicó que debería hacer un viaje llevando una crecida cantidad de dinero con destino a Plum Creek. Le encargó que se mantuviera alerta, pues no sería difícil que se hubiera corrido la voz de ese cargamento y se hubiera abierto el apetito de los asaltantes. Cody le dijo que se estuviera tranquilo.
Antes de emprender la marcha pasó revista inspeccionando a todos los pasajeros. Dos de éstos le parecieron sospechosos, agregado al hecho de que por causas no explicadas el segundo cochero no había podido partir. Con la sagacidad habitual en él para todo lo que significara lucha, pensó que era conveniente adelantarse a los acontecimientos y decidió obrar en consecuencia. Llegados a cierto punto del trayecto, había quedado solo precisamente con los dos pasajeros sospechosos, pues los demás, llegados a sus respectivos destinos habían abandonado la diligencia. Entonces puso manos a la obra. Detuvo el vehículo y se apeó del pescante. Fingió ajustar los arneses de uno de los caballos y volviendo al coche abrió la portezuela y pidió si alguno quería ayudarlo en la tarea. Ambos pasajeros ofrecieron su ayuda, disponiéndose a descender a tierra. Ese fue el momento en que Bill, extrayendo rápidamente su revólver, los amenazó y los desarmó en menos que canta un gallo. Con la misma rapidez y habilidad los ató de pies y manos y los tiró sobre el piso de la diligencia, reanudando la marcha. En el trayecto, cuando aún iban otras personas en el vehículo y la conversación era general, Bill había oído algo que le había hecho suponer que esos individuos pertenecían a una banda. Estaría ésta, seguramente, apostada en cierto lugar que él sabía muy apropósito para el caso. Y también se trazó un plan que empezó a ejecutar en cuanto llegó a la primera posta, donde dejó a sus prisioneros, continuando en seguida su camino. Poco antes de llegar al sitio donde estaba seguro que sería atacado, detuvo la diligencia, descendió del pescante y cortando el almohadón de sus asientos guardó en su interior todo el dinero que llevaba. Hecho esto, continuó el viaje.
Poco había andado cuando, según sus previsiones, al cruzar un bosquecillo, le salió al paso un grupo de hombres con evidentes malas intenciones. Le dieron el alto y de inmediato comenzaron a registrar el interior de la diligencia en busca del dinero cuya existencia conocían. Cody les preguntó con el aire más compungido que pudo adoptar, si lo que buscaban era el dinero de cuyo transporte había sido encargado. Ante la respuesta afirmativa de los bandidos les dijo que no se afanaran en buscarlo, pues ya había sido despojado de él por un par de tipos que se les habían adelantado, huyendo en una dirección que les indicó con el propósito de que se extraviaran. Le preguntaron los bandidos por las señas de sus asaltantes y Bill les dio exactamente las de los dos sujetos que dejara prisioneros en la posta. No dudando los bandidos de que habían sido burlados por sus propios compañeros, abandonaron a Bill y se echaron a correr en la falsa dirección que éste les diera, en busca de los compañeros alzados.
Bill llegó sin más tropiezos a su destino, con el dinero íntegro.