Habían convenido en que Alveston estuviera presente, acompañando al señor Mickledore, por si resultaba de utilidad durante los trámites del indulto, y permaneció en la antesala del tribunal cuando Darcy, impaciente por reunirse con Elizabeth, emprendió en solitario el camino de regreso a Gracechurch Street. Hacia las cuatro Alveston regresó para informar de que, según se esperaba, el procedimiento para obtener el perdón real culminaría en un par de días, por la tarde, y que llegado el momento él acompañaría a Wickham en su salida de la prisión y lo llevaría hasta allí. Se confiaba en poder llevar a cabo la operación de una manera discreta, con la menor repercusión pública posible. Un coche alquilado esperaría junto a la puerta trasera de la cárcel de Coldbath, y otro, solo para despistar, quedaría estacionado ante la delantera. Suponía una ventaja haber mantenido en secreto que Darcy y Elizabeth se alojaban en casa de los Gardiner y que no se habían instalado, como se esperaba, en alguna posada elegante. Así, si la hora exacta de la liberación de Wickham lograba mantenerse al margen del conocimiento público, era bastante posible que llegara a Gracechurch Street sin ser visto. Por el momento, había regresado a la cárcel de Coldbath, pero su capellán, el reverendo Cornbinder, con quien había trabado amistad, había dispuesto que se alojara con él y su esposa la noche de su liberación. Wickham había expresado su deseo de dirigirse allí inmediatamente después de que contara su historia a Darcy y al coronel, rechazando la invitación de los Gardiner para que se instalara en Gracechurch Street. A ellos les había parecido que cursar la invitación era lo correcto, pero les alivió saber que él declinaba el ofrecimiento.
—Parece un milagro que Wickham haya salvado la vida —comentó Darcy—. Pero, en cualquier caso, el veredicto fue perverso e irracional, y no deberían haberlo considerado culpable.
—Discrepo —dijo Alveston—. Lo que el jurado consideró una confesión fue repetido dos veces y fue creído. Además, quedaban muchas cosas sin explicación. ¿Habría abandonado el capitán Denny el cabriolé y se habría adentrado en un bosque que no conocía, en una noche de tormenta, solo para evitar el bochorno de presenciar el momento en que la señora Wickham llegara a Pemberley? Ella es, de hecho, hermana de la señora Darcy. ¿No resultaba más probable que Wickham se hubiera visto envuelto en algún negocio ilegal en Londres y que Denny, al no querer seguir siendo su cómplice, hubiera de ser quitado de en medio antes de que abandonaran Derbyshire?
»Pero había algo más que habría influido en el veredicto del jurado, y que yo solo supe hablando con uno de sus miembros mientras me encontraba en la sala. Al parecer, el portavoz tiene una sobrina viuda a la que aprecia mucho, cuyo esposo participó y murió en la rebelión de Irlanda. Desde entonces, el hombre siempre ha sentido un odio profundo por el ejército. De haberse divulgado el dato, no hay duda de que Wickham habría podido solicitar la recusación de ese miembro concreto del jurado, pero los apellidos no coincidían, y habría sido muy poco probable que el secreto hubiera llegado a saberse. Wickham dejó claro antes del inicio del juicio que no tenía intención de recusar la selección del jurado, a pesar de estar en su derecho de hacerlo, ni de aportar tres testigos propios que declararan sobre su personalidad. Desde el principio pareció mostrarse optimista y a la vez fatalista. Había sido un militar destacado, herido en acto de servicio, y aceptaba ser juzgado en su país. Si su declaración prestada bajo juramento no se consideraba suficiente, ¿adónde podría acudir en busca de justicia?
—Con todo —intervino Darcy—, hay algo que me preocupa y sobre lo que me gustaría conocer su opinión. ¿Cree usted, Alveston, que un hombre a punto de morir habría sido capaz de atestar aquel primer golpe?
—Sí —respondió el abogado—. En el ejercicio de mi profesión he visto casos en que personas gravemente enfermas han hallado una fuerza asombrosa cuando han tenido que recurrir a ella. El golpe fue superficial, y después no se adentró mucho en el bosque, aunque no creo que regresara a la cama sin ayuda. Me parece probable que dejara la puerta de la cabaña entornada y que su madre apareciera, lo encontrara allí y lo ayudara a entrar en casa y a meterse en la cama. Seguramente fue ella la que limpió el mango del atizador y quemó el pañuelo. Pero considero, y estoy seguro de que usted coincidirá conmigo, que no serviría a la causa de la justicia divulgar estas sospechas. No hay pruebas y nunca las habrá, y creo que debemos alegrarnos del perdón real que va a ser otorgado, y de que Wickham, que a lo largo de todo el episodio ha demostrado un valor considerable, quede en libertad. Esperemos que emprenda una vida de más éxitos.
La cena se sirvió temprano y comieron prácticamente en silencio. Darcy había supuesto que el hecho de que Wickham se hubiera librado de la horca actuaría como bálsamo y haría que las demás inquietudes se relativizaran, pero, superado su mayor temor, las preocupaciones menores asomaban a su mente. ¿Qué relato oirían cuando llegara Wickham? ¿Cómo iban a evitar Elizabeth y él el horror de la curiosidad pública mientras siguieran en casa de los Gardiner, y qué papel había desempeñado el coronel en todo aquel misterioso asunto, si es que había desempeñado alguno? Sentía la necesidad imperiosa de regresar a Pemberley, pues una premonición —que él mismo consideraba poco razonable— le decía que las cosas no iban bien. Sabía que, como él, Elizabeth llevaba varios meses sin poder dormir como era debido, y que parte del peso de aquella sensación de desastre inminente, que ella también compartía, era el resultado del gran cansancio de cuerpo y alma que lo invadía. El resto del grupo parecía contagiado por una culpa similar, la de no alegrarse ante una liberación aparentemente milagrosa. El señor y la señora Gardiner se mostraban solícitos, pero la deliciosa cena que ella había ordenado quedó casi intacta, y los invitados se retiraron a sus habitaciones poco después de que se sirviera el último plato.
Al día siguiente, durante el desayuno, fue evidente que los ánimos de todos habían mejorado. La primera noche sin imágenes siniestras había traído el descanso y un sueño más profundo, y parecían más dispuestos a enfrentarse a lo que el día pudiera depararles. El coronel seguía en Londres y poco después llegó a Gracechurch Street. Tras mostrar sus respetos al señor y a la señora Gardiner, dijo:
—Darcy, hay cuestiones que debo contarte, relacionadas con mi participación en todo este asunto. Ahora puedo revelarlas sin temor y tú tienes derecho a oírlas antes de que llegue Wickham. Prefiero hablar contigo a solas, pero entiendo que tú desees compartir lo que te cuente con la señora Darcy.
A continuación, expuso a la señora Gardiner el motivo de su visita, y ésta sugirió que se trasladaran al saloncito que ella ya había reservado para que al día siguiente tuviera lugar el encuentro, incómodo sin duda para todas las partes, cuando llegara el señor Wickham con Alveston.
Se sentaron, y el coronel se echó hacia delante en su silla.
—He considerado importante hablarte yo primero, para que puedas juzgar la versión de Wickham comparándola con la mía. Ninguno de los dos podemos sentirnos orgullosos de nosotros mismos, pero yo, en todo momento, he actuado persiguiendo el bien, y le he concedido a él el beneficio de creerlo empujado por la misma motivación. No es mi intención intentar excusarme en este asunto, sino solo explicártelo brevemente.
»A finales de noviembre de 1802 recibí una carta de Wickham, que me llegó a mi casa de Londres, donde a la sazón residía. En ella me comunicaba sucintamente que pasaba por problemas, y que me agradecería mucho que me reuniera con él, pues esperaba que le ofreciera consejo y ayuda. A mí no me apetecía en absoluto involucrarme, pero sentía que tenía con él una obligación ineludible. Durante la rebelión de Irlanda, él le salvó la vida a un capitán a mi mando, que era mi ahijado y que había quedado gravemente herido. Rupert no sobrevivió mucho a sus lesiones, pero el rescate dio a su madre, y sin duda también a mí, la ocasión de despedirse de él y de asegurarle una muerte más digna. No era algo que un hombre de honor pudiera olvidar tan a la ligera, y al leer su carta acepté verme con él.
»Se trata de una historia que se repite, y resulta fácil referirla. Como sabes, su esposa, aunque no él, era recibida regularmente en Highmarten, y en aquellas ocasiones él solía alojarse en alguna posada de las inmediaciones, o en alguna casa de huéspedes económica, y se entretenía como podía hasta que la señora Wickham decidía reunirse con él. Su vida, por entonces, era errante y poco exitosa. Tras abandonar el ejército, según mi punto de vista una decisión de lo más desacertada, fue pasando de empleo en empleo sin permanecer mucho tiempo en ningún sitio. La última persona que lo contrató fue un baronet, sir Walter Elliot. Wickham no fue explícito al contarme las razones por las que dejó el empleo, pero quedó claro que el baronet era demasiado sensible a los encantos de la señora Wickham, a juicio de la señorita Elliot, y que el propio Wickham se había insinuado a la dama. Te cuento todo esto para que sepas qué clase de vida llevaban ambos. Cuando vino a verme, esperaba que le asignaran un nuevo puesto. Entretanto, la señora Wickham había buscado refugio temporal en Highmarten, residencia de la señora Bingley, y él tenía que apañarse solo.
»Tal vez recuerdes que el verano de 1802 resultó especialmente caluroso y benigno y así, para ahorrar dinero, pasaba parte del tiempo durmiendo al raso. Para un soldado, no se trataba de algo peligroso. Siempre le había gustado mucho el bosque de Pemberley, y recorría una gran distancia desde una posada cercana a Lambton para pasar los días y algunas noches durmiendo bajo los árboles. Fue allí donde conoció a Louisa Bidwell. Ella también se aburría mucho y estaba muy sola. Había dejado de trabajar en Pemberley y ayudaba a su madre a cuidar de su hermano enfermo. Su prometido, siempre ocupado con el trabajo, acudía a verla muy de tarde en tarde. Wickham y ella se encontraron un día en el bosque, por casualidad. Él no se resistía nunca a los encantos de una mujer hermosa, y el resultado fue casi inevitable, dado el carácter de Wickham y la vulnerabilidad de Louisa. Empezaron a verse con frecuencia, y ella, en cuanto tuvo las primeras sospechas, le confesó que estaba encinta. En un primer momento, él actuó con más generosidad y comprensión de lo que quienes lo conocen habrían supuesto. Al parecer, la muchacha le gustaba de veras, tal vez incluso estuviera un poco enamorado. Fueran cuales fuesen sus motivos o sus sentimientos, juntos idearon un plan. Ella escribiría una carta a su hermana casada, residente en Birmingham, se iría con ella tan pronto como su estado amenazara con resultar visible, y allí daría a luz al bebé, al que harían pasar por hijo de su hermana. Wickham esperaba que el señor y la señora Simpkins se hicieran cargo de criar al pequeño como si fuera suyo, pero reconocía que les haría falta dinero. Fue por ello por lo que acudió a mí y, de hecho, ignoro a qué otro lugar habría podido recurrir en busca de ayuda.
»Aunque nunca me engañé con respecto a su carácter, nunca sentí hacia él el mismo resentimiento que tú, Darcy, y estaba dispuesto a ayudarle. Existía, además, un motivo de mayor peso: el deseo de salvar a Pemberley de cualquier atisbo de escándalo. Por el matrimonio de Wickham con la señorita Lydia Bennet, aquel niño, aunque ilegítimo, sería sobrino tuyo y de la señora Darcy, así como de los Bingley. Por tanto, acordamos que yo le prestaría treinta libras, sin intereses, que él me devolvería a plazos, según su conveniencia. Nunca creí que me las devolvería, pero era una suma que podía permitirme, y habría pagado más para asegurarme de que aquel hijo bastardo de George Wickham no viviría en la finca de Pemberley ni jugaría en sus bosques.
—Tu generosidad —dijo Darcy— rayaba en lo excéntrico y, conociendo al personaje como lo conocías tú, hay quien diría que en lo estúpido. Prefiero creer que te movía un interés más personal, y no solo el deseo de que los bosques de Pemberley no resultaran contaminados.
—Si así era, no se trataba de nada deshonroso. Admito que en aquella época albergaba deseos y expectativas, que no eran descabelladas pero que ahora acepto que nunca serán satisfechas. Creo que, dadas las esperanzas que entonces mantenía y sabiendo lo que hice, tú también habrías ideado algún plan para salvar la casa y salvarte a ti mismo de la vergüenza y la ignominia.
Sin esperar respuesta, el coronel prosiguió:
—El plan era, en realidad, bastante simple. Tras el alumbramiento, Louisa regresaría con el bebé a la cabaña del bosque, con la idea de que sus padres y su hermano satisficieran su deseo de conocer a aquel nuevo nieto. Por supuesto, para Wickham era importante ver que existía un recién nacido vivo y sano. Así, la entrega del dinero tendría lugar la mañana del baile de lady Anne, cuando todo el mundo estuviera muy ocupado. Habría un cabriolé esperando junto al sendero de la cabaña. Louisa después devolvería el niño a su hermana y a Michael Simpkins. Las únicas personas presentes en la cabaña ese día serían la señora Bidwell y Will, que también estaban al corriente del plan. No era ése un secreto que una muchacha pudiera mantener ante su madre ni ante un hermano con el que se llevara bien y que nunca saliera de casa. Louisa le había contado a su madre y a Will que el padre del bebé era uno de los oficiales del ejército destinados a Lambton, y que éstos habían sido trasladados el verano anterior. Por aquel entonces ella no sabía que su amante era Wickham.
Llegado a ese punto del relato, hizo una pausa y con parsimonia bebió un poco de vino. Ninguno de los dos habló, y permanecieron largo rato en silencio. Transcurrieron al menos dos minutos hasta que tomó de nuevo la palabra.
—De modo que, hasta donde Wickham y yo sabíamos, todo se había resuelto satisfactoriamente. El niño sería aceptado y amado por sus tíos, y nunca sabría quiénes eran sus verdaderos padres. Louisa podría casarse como había planeado, y el asunto quedaría subsanado.
»Wickham no es hombre a quien le guste actuar solo, siempre que pueda contar con un aliado o compañero. Esa falta de prudencia probablemente explica que llevara consigo a la señorita Lydia Bennet cuando escapó de sus acreedores y de sus obligaciones en Brighton. En esta ocasión, confiaba en su amigo Denny y, más plenamente, en la señora Younge, que parece haber ejercido un gran control sobre su vida desde su juventud. Creo que han sido sus entregas periódicas de dinero las que, en gran medida, le han servido para mantenerse y mantener a la señora Wickham mientras ha estado desempleado. Él pidió a la señora Younge que visitara el bosque en secreto y le informara de los progresos del pequeño, y ella lo hizo, haciéndose pasar por visitante de la zona, y convino en encontrarse con Louisa en la espesura para que le llevara al bebé. Sin embargo, el resultado de aquel encuentro fue desafortunado: la señora Younge se encaprichó al momento con el niño y decidió ser ella, y no los Simpkins, quien lo adoptara. Pero entonces, lo que parecía un desastre resultó ser una ventaja: Michael Simpkins escribió diciendo que no estaba preparado para criar al hijo de otro hombre. Al parecer, las relaciones entre las hermanas durante el encierro de Louisa no habían sido buenas, y la señora Simpkins ya tenía tres hijos y, sin duda, tendría más. Ellos cuidarían del bebé otras tres semanas para dar a Louisa tiempo de encontrarle un hogar, pero no más. Louisa reveló la noticia a Wickham, y éste a la señora Younge. Como es normal, la joven estaba desesperada. Debía encontrar pronto un hogar para su hijo, y la oferta de la señora Younge se vio como la solución a todos sus problemas.
»Wickham había informado a la señora Younge de mi participación en el asunto, y de las treinta libras que le había prometido y que, de hecho, ya le había entregado. Ella sabía que yo me trasladaría a Pemberley para asistir al baile, pues así lo hacía normalmente cuando estaba de permiso, y Wickham siempre se había preocupado por enterarse de lo que ocurría en Pemberley, sobre todo a través de lo que le contaba su esposa, visitante habitual de Highmarten. Así pues, la señora Younge me escribió a Londres, confiándome que estaba interesada en adoptar al niño, y para informarme de que pasaría dos días en la posada King’s Arms, donde deseaba discutir esa posibilidad conmigo, dado que yo era una de las partes implicadas, según tenía entendido. Convinimos en vernos a las nueve de la noche del día anterior al baile de lady Anne, pues supuse que todo el mundo estaría tan ocupado que nadie repararía en mi ausencia. No me cabe duda, Darcy, de que consideraste a la vez extraño y descortés que me ausentara del salón de música de manera tan perentoria, con la excusa de que deseaba dar un paseo a caballo. No podía faltar a mi cita, aunque creía saber qué era lo que aquella dama se traía entre manos. Recordarás, por nuestro primer encuentro, que era una mujer atractiva y elegante, y a mí volvió a parecérmelo, aunque, tras ocho años, probablemente no la habría reconocido.
»Se mostró muy persuasiva. Debes recordar, Darcy, que yo solo la había visto en una ocasión, cuando se presentó para optar al puesto de acompañante de la señorita Georgiana, y sabes lo convincente y sensata que puede llegar a ser. Económicamente, las cosas le habían ido bien, y había llegado a la posada en su propio carruaje, con su cochero y acompañada de una doncella. Me mostró extractos de su banco que demostraban que disponía de medios más que suficientes para mantener al niño, pero dijo casi con una sonrisa que era una mujer cauta y que esperaba que yo doblara la suma de las treinta libras, pero que, de ahí en adelante, ya no habría más pagos. Si ella adoptaba al pequeño, éste abandonaría Pemberley para siempre.
—Te estabas poniendo en manos de una mujer corrupta, probablemente chantajista, y tú lo sabías. Si vivía en la opulencia, no podía ser solo del dinero que obtenía de sus huéspedes. Por nuestros tratos previos, ya sabías qué clase de mujer era.
—Aquéllos habían sido tus tratos, Darcy, no los míos. Admito que fue nuestra decisión conjunta que vigilara a la señorita Darcy, pero aquélla había sido la única ocasión en que nos habíamos visto. Tal vez tú tuvieras tratos con ella después, pero yo no estoy al corriente de ellos ni deseo estarlo. Al escucharla y estudiar las pruebas que había traído, me convencí de que la solución que proponía era a la vez sensata y correcta. Era evidente que la señora Younge sentía cariño por el niño y estaba dispuesta a responsabilizarse de mantenerlo y educarlo en el futuro; y, sobre todo, éste se desvincularía para siempre de Pemberley. Para mí ésa era la consideración principal y creo que también lo habría sido para ti. Yo no habría actuado en contra de lo que la madre deseaba para su pequeño y no lo he hecho.
—¿De veras habría hecho feliz a Louisa que su hijo fuera entregado a una chantajista? ¿De veras creíste que la señora Younge no regresaría para pedirte más dinero, una y otra vez?
El coronel sonrió.
—Darcy, en ocasiones me sorprende lo ingenuo que llegas a ser, lo poco que sabes del mundo que se extiende más allá de los límites de tu amado Pemberley. La naturaleza humana no es tan blanca y negra como tú supones. La señora Younge era, sin duda, una chantajista, pero era de las buenas y había tenido éxito en sus negocios, que a mí me parecían fiables, siempre y cuando los llevara a cabo con discreción y sensatez. Son los malos chantajistas los que acaban en la cárcel o en el patíbulo. Ella reclamaba a sus víctimas lo que estas podían permitirse pagar, pero nunca las arruinaba ni las llevaba a la desesperación, y siempre cumplía su palabra. No me cabe duda de que pagaste por su silencio cuando la despediste. ¿Acaso ha hablado alguna vez de la época en que estuvo a cargo de la señorita Darcy? Y, cuando Wickham y Lydia escaparon, y tú la convenciste para que te facilitara su paradero, también tuviste que pagarle bastante por obtener la información. ¿Y ella? ¿Ha hablado alguna vez del asunto? No la estoy defendiendo, sé lo que era, pero a mí me resultaba más fácil tratar con ella que con la mayoría de los virtuosos.
—No soy tan ingenuo como crees, Fitzwilliam —dijo Darcy—. Sé desde hace tiempo cómo actúa. ¿Qué ocurrió entonces con la carta que te envió la señora Younge? Sería interesante ver qué te prometió para inducirte no solo a apoyarla en su plan de adoptar al bebé, sino a entregarle más dinero. Tú tampoco puedes ser tan ingenuo como para creer que Wickham te devolvería aquellas treinta libras.
—Quemé la carta la noche en que tú y yo dormimos juntos en la biblioteca. Esperé a que estuvieras dormido y la arrojé al fuego. No me pareció que pudiera servir de nada. Incluso si se hubiera sospechado de los motivos de la señora Younge y ella hubiera roto su palabra más adelante, ¿cómo habría podido emprender acciones legales contra ella? Siempre he opinado que las cartas con informaciones que no deben divulgarse han de ser destruidas. No existe ninguna otra garantía. En cuanto al dinero, propuse, y creo que acertadamente, dejar que fuera la señora Younge quien convenciera a Wickham de que se lo entregara. Estaba seguro de que a ella le haría caso: contaba con un poder de persuasión del que yo carecía.
—¿Y qué te levantaras tan temprano la noche en que dormimos en la biblioteca y que fueras a ver cómo se encontraba Wickham? ¿Eso también formaba parte de tu plan?
—Si lo hubiera encontrado despierto y sobrio, y hubiera tenido la ocasión, le habría insistido en que las circunstancias en las que había recibido mis treinta libras debían permanecer en secreto, y que debía mantenerlo incluso si lo llevaban a juicio, a menos que yo revelara la verdad, en cuyo caso él sería libre de confirmar mi afirmación. Si me interrogaba la policía, o me obligaban a declarar ante un tribunal, yo diría que le había entregado las treinta libras para permitirle saldar una deuda de honor, y que había dado mi palabra de que no revelaría jamás las circunstancias de dicha deuda.
—Dudo de que ningún tribunal presionara al coronel Hartlep para que incumpliera su palabra —admitió Darcy—. Tal vez querría dilucidar si ese dinero estaba destinado a Denny.
—En ese caso, yo me limitaría a declarar que no. Para la defensa era importante que eso quedara aclarado durante el juicio.
—Me preguntaba por qué, antes de que emprendiéramos la búsqueda de Denny y Wickham, tú te apresuraste a ver a Bidwell y lo disuadiste de que viniera con nosotros en el cabriolé a la cabaña del bosque. Actuaste antes de que la señora Darcy tuviera tiempo de dar las instrucciones pertinentes a Stoughton o a la señora Reynolds. En aquel momento me sorprendió que quisieras mostrarte tan útil, cuando no era necesario, y que al hacerlo, parecieras incluso algo presuntuoso. Pero ahora entiendo por qué Bidwell no podía acercarse a su cabaña aquella noche, y por qué tú te acercaste hasta allí para advertir a Louisa.
—Es cierto que fui presuntuoso y me disculpo con retraso por ello. Pero era crucial que las dos mujeres supieran que era muy posible que el plan para recoger al niño al día siguiente tuviera que ser abortado. Yo estaba cansado de tanto subterfugio y sentía que era momento de que la verdad saliera a la luz. Les conté que Wickham y el capitán Denny se habían perdido en el bosque, y que Wickham, el padre del hijo de Louisa, estaba casado con la cuñada del señor Darcy.
—Supongo que las dos mujeres debieron quedar sumidas en un estado de gran zozobra —dijo Darcy—. Cuesta imaginar su asombro al saber que el niño que criaban era el hijo bastardo de Wickham, y que éste y un amigo se encontraban perdidos en el bosque. Habían oído los disparos y debieron de temerse lo peor.
—Yo no podía hacer nada para tranquilizarlas. No tenía tiempo. La señora Bidwell exclamó: «Esto matará a Bidwell. ¡El hijo de Wickham en su casa! La mancha para Pemberley, el escándalo, la sorpresa para el señor y la señora Darcy, la deshonra para Louisa, para todos nosotros». Fíjate en que lo expresó por ese orden. A mí me preocupaba Louisa. Estuvo a punto de desmayarse, se arrastró como pudo hasta la silla instalada frente a la chimenea y se sentó en ella temblando. Yo sabía que estaba muy trastornada, pero no podía tranquilizarla. Me había ausentado ya demasiado tiempo de vuestro lado.
—Bidwell —dijo Darcy— y, antes que él, su padre y su abuelo habían vivido en la cabaña y servido a la familia. Su disgusto era una muestra más de lealtad. Y, en efecto, si el niño hubiera permanecido en Pemberley o simplemente si hubiera visitado la finca con regularidad, Wickham habría podido obtener una vía de acceso a mi familia y a mi casa, que a mí me habría parecido repugnante. Ni Bidwell ni su esposa habían visto nunca a Wickham de adulto, pero el hecho de que fuera mi cuñado y, aun así, no fuera bienvenido en mi casa debía de indicarles hasta qué punto era profundo e irreconciliable nuestro distanciamiento.
—Y después encontramos el cadáver de Denny —prosiguió el coronel—, y a la mañana siguiente la señora Younge y todos los huéspedes del King’s Arms, todo el vecindario, en realidad, sabría que se había cometido un asesinato en el bosque de Pemberley, y que habían detenido a Wickham. ¿Alguien podía creer que Pratt abandonaría la posada aquella noche sin contar a nadie lo ocurrido? A mí no me cabía duda de que la reacción de la señora Younge sería regresar de inmediato a Londres, sin el niño. Ello no tenía por qué implicar que renunciaba a sus pretensiones de adoptarlo, y tal vez Wickham a su llegada pueda arrojar luz sobre ese punto. ¿Lo acompañará el señor Cornbinder?
—Supongo que sí —respondió Darcy—. Al parecer, le ha sido de gran ayuda y espero que su influencia sea duradera, aunque no soy optimista al respecto. Wickham lo asociará demasiado a la celda, a la horca, a los meses de sermones, y no deseará pasar con él más tiempo del necesario. Cuando llegue, oiremos el resto de su lamentable historia. Siento, Fitzwilliam, que te hayas visto envuelto en asuntos que nos conciernen a Wickham y a mí. Qué día tan desafortunado para ti aquél en que aceptaste reunirte con él y le entregaste las treinta libras. Acepto que, al avalar la propuesta de la señora Younge de adoptar al niño, actuabas pensando en los intereses del pequeño. Solo me cabe desear que el pobrecillo, a pesar de unos primeros pasos tan nefastos en la vida, se instale feliz y definitivamente con los Simpkins.