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Ahora, cuando el abogado de la acusación estaba a punto de iniciar su primera intervención, Darcy vio que se había operado un cambio en la señora Younge. Seguía sentada con la espalda muy erguida, pero miraba hacia el banquillo de los acusados con gran intensidad y concentración, como si, mediante su silencio y a través del encuentro de sus ojos, pudiera transmitir un mensaje al acusado, un mensaje de esperanza o tal vez de resistencia. El momento se prolongó apenas durante un par de segundos, pero, mientras duró, para Darcy, dejaron de existir la sala, la túnica escarlata del juez, los colores vivos de los espectadores, y se fijó solo en aquellas dos personas, absortas la una en la otra.

—Señores del jurado, el caso que nos ocupa nos resulta especialmente espantoso: el brutal asesinato, por parte de un antiguo oficial del ejército, de su amigo y, hasta poco tiempo atrás, camarada. Aunque gran parte de lo ocurrido seguirá siendo un misterio, pues la única persona que podría testificar sería la víctima, los hechos más destacados son claros, no admiten conjetura y les serán presentados como pruebas. El acusado, en compañía del capitán Denny y de la señora Wickham, dejó la posada Green Man, situada en la aldea de Pemberley, Derbyshire, hacia las nueve de la noche del viernes catorce de octubre para dirigirse por el camino del bosque hacia la mansión de Pemberley, donde la señora Wickham pasaría esa noche, y un período de tiempo indeterminado, mientras su esposo y el capitán Denny eran conducidos hasta la posada King’s Arms de Lambton. Oirán declaraciones sobre una discusión entre el acusado y el capitán Denny mientras se encontraban en la posada, y sobre las palabras que éste pronunció al abandonar el cabriolé, antes de internarse en el bosque. Después, Wickham lo siguió. Se oyeron disparos, y como el señor Wickham no regresaba, su esposa, alterada, fue trasladada hasta Pemberley, donde se organizó una expedición de rescate. Oirán también declaraciones sobre el hallazgo del cadáver por dos testigos que recuerdan con precisión el significativo momento. El acusado, manchado de sangre, estaba arrodillado junto a su víctima, y en dos ocasiones, pronunciando sus palabras con gran claridad, confesó que había matado a su amigo. Entre lo mucho que tal vez resulte extraño y misterioso en relación con este caso, ese hecho constituye su punto central. Existió una confesión que fue reiterada y, apunto yo, fue claramente comprendida. El grupo de rescate no buscó a ningún otro asesino potencial. El señor Darcy se ocupó de mantener custodiado a Wickham e, inmediatamente, fue en busca de un magistrado. Y a pesar de un rastreo amplio y exhaustivo, no se hallaron pruebas de que ningún desconocido se hallara en el bosque esa noche. No es posible que cualquiera de los residentes de la cabaña del bosque (una mujer de mediana edad, su hija y un hombre moribundo) hubieran levantado la piedra con la que, según se cree, se causó la herida mortal. Oirán la declaración según la cual pueden encontrarse piedras de esa clase en el bosque, y Wickham, que conocía el lugar desde su infancia, habría sabido dónde encontrarlas.

»Se trata de un crimen particularmente perverso. Cualquier médico confirmaría que el golpe en la frente causó solo un aturdimiento transitorio e incapacitó a la víctima, y que fue seguido de un ataque letal, perpetrado cuando el capitán Denny, cegado por la sangre, intentaba huir. Cuesta imaginar un asesinato más cobarde y atroz. Al capitán ya nadie puede devolverle la vida, pero puede hacerse justicia, y confío en que ustedes, señores del jurado, no vacilarán al emitir un veredicto de culpabilidad. Ahora llamaré a declarar al primer testigo de la acusación.