9. Si sales de viaje, que tu último día sea el mejor

Despidámonos confundiéndonos un poquito, que siempre es divertido. Para los dos mensajes que quedan, primero debemos entender cuál es la diferencia fundamental entre un libro y unas vacaciones. Habrá muchas, pero para lo que aquí atañe, la básica es que las vacaciones las vas a terminar seguro y el libro posiblemente lo dejes a medias. Este matiz será clave en el orden que quieras distribuir las emociones positivas, si al principio o al final de la experiencia.

En el caso del libro, sin duda cualquier editor te dirá que coloques tu mejor historia o idea al principio de todo. Pero ¿en el caso de las vacaciones? Allí todo lo contrario. Si sales de viaje, debes asegurarte de que el último día sea el más maravilloso.

De verdad, haz lo posible por terminarlo con una emoción positiva. Si tienes un presupuesto ajustado, controla los gastos los primeros días, pero regálate una cena por todo lo alto la noche antes del regreso. Intenta reservar para el final alguna actividad especial. Relájate, disfruta de la compañía e intenta que tus últimas experiencias sean excepcionales. ¿Por qué? Porque éstas serán decisivas en tu valoración global del viaje y conformarán tu recuerdo desfigurado de las vacaciones completas.

No lo digo yo, sino la economía conductual y la sutil distinción entre el «yo de la memoria» y el «yo de la experiencia».

Para perseguir este planteamiento, debes asumir primero dos cosas. Una: la memoria es una acumulación de distorsiones. Infinidad de nuestras experiencias quedan olvidadas para siempre en cuestión de minutos. Y del resto, unas pesan mucho más que otras a la hora de construir un retrato desleal del pasado. Dos: para abordar algo tan complejo como la felicidad o el bienestar, debemos diferenciar muy bien la profunda confusión que arrastramos entre experiencia y memoria, entre sentirte feliz durante unos instantes de tu vida o estar feliz/satisfecho con tu vida en su sentido más amplio.

Son dos registros claramente independientes, y de hecho, el premio Nobel y fundador de la economía conductual Daniel Kahneman argumenta que incluso deberíamos contemplarnos a nosotros mismos como dos individuos diferentes: el «yo de la experiencia» que vive en el presente y puede sentirse mal si le duele la cabeza, y el «yo de la memoria» que mantiene la historia de tu vida y responde cuando te preguntan cómo estás últimamente o qué tal te lo pasaste durante el viaje. Este último «yo» resulta ser un confabulador, pero es al que permites que guíe tus decisiones.

¿Cómo se unen ambos conceptos con el final tus vacaciones? Atiende a este curioso estudio: varios pacientes que se iban a someter a colonoscopias dolorosas y bastante molestas se separaron en dos grupos. El primer grupo fue sometido a colonoscopias que duraban menos tiempo, pero terminaban con un dolor más intenso. El segundo experimentaba un tratamiento con los mismos picos de dolor, incluso más prolongado y molesto, pero terminaba con unas últimas fases más indulgentes. Sesenta segundos después de cada colonoscopia los investigadores pedían a los pacientes que valoraran cuánto dolor habían sentido durante la intervención, ¿y sabéis qué?, a pesar de que en valor absoluto los del segundo grupo experimentaba más dolor, los del primero decían haber sufrido más que los del segundo.

Aquí hay una clara disociación entre experiencia y recuerdo, condicionado directamente por la intensidad de dolor en los momentos finales del tratamiento. El «yo de la experiencia» de los individuos que siguieron el tratamiento largo había sufrido en realidad más, pero el «yo de la memoria» les decía lo contrario. Y no era sólo una reacción del momento. Cuando Kahneman analizó pacientes que habían seguido ambos tipos de intervenciones, y les preguntó cuál preferirían repetir en caso de que fuera necesario, contestaban que la larga de final más suave. No por el final en sí, sino porque su distorsionado «yo de la memoria» les mentía diciendo que de esa manera sufrirían menos.

Creemos que valoramos y decidimos con base en experiencias fidedignas, pero en realidad lo hacemos según recuerdos falseados que proyectamos hacia el futuro. ¿Sirve para algo saber esto? ¡Para mucho! Kahneman explica que han hecho pruebas prolongando las colonoscopias de final doloroso con unas etapas innecesarias pero menos molestas, y aunque añadas algo de malestar a tu «yo de la experiencia», tu «yo de la memoria» hará que valores la sesión como menos traumática. La conclusión es poderosa: el final de una historia es determinante en tu recuerdo sobre ella. Extiende y saca partido del estudio de Kahneman hacia donde tú consideres necesario: si rompes una relación sentimental de muchos años, esfuérzate en que el final no sea desastroso si no quieres ver cómo distorsiona y arruina el recuerdo del gran número de buenos momentos que pasasteis juntos. Tu «yo de la memoria» te está mintiendo.

Si acudes a un concierto y tocan tus canciones preferidas al final, dirás que todo el repertorio te ha gustado más que si las hubieran tocado al principio. Si abandonas una ciudad, cambias de trabajo o te vas de vacaciones, planea un final de fiesta impresionante porque marcará el entusiasmo con que las revivas. Tu «yo de la experiencia» olvida descaradamente la mayoría de los altibajos momentáneos que hayas tenido, y tu «yo de la memoria» comprimirá sólo los más significativos en una historia poco fidedigna, pero que será la que te hará sentir más o menos feliz. De hecho, incluso el tiempo le resulta bastante indiferente. Al «yo de la memoria» no le importa tanto si estuviste de viaje dos semanas o una, sino el tipo y la cantidad de experiencias acumuladas. Especialmente, en los últimos instantes.

No sé si es la mejor manera de terminar esta selección de historias inspiradas en el principio de «rascar donde no pica», pero lo representa perfectamente, pues la reflexión nació tras una asociación de ideas al regresar de una breve escapada primaveral por las costas de Carolina del Norte, cuando, pasados tres renovadores días en una excelente compañía, la casualidad me ofreció una sorpresa inesperada: conduciendo por el alargado conjunto de islas de los Outer Banks leí de repente a mi izquierda Wright Brother’s Memorial:». Era la explanada donde la mañana del 17 de diciembre de 1903 Orville y Wilbur Wright consiguieron por primera vez en la historia que «una máquina tripulada más pesada que el aire se elevara impulsada sólo por la fuerza de un motor, avanzara sin perder velocidad ni control y aterrizara en un punto de igual altitud del que partió»: el primer vuelo de la aeronáutica moderna. Uno de los grandes hitos de la ciencia y la ingeniería. El tesón de los hermanos Wright, su rechazo a tener pareja que les distrajera, su insistencia técnica en el control por delante de la potencia del motor, los túneles de viento con los que hicieron pruebas para experimentar y poder diseñar alas más estables, y la discusión sobre si pueden ser considerados revolucionarios o no por una hazaña que tarde o temprano otros habrían logrado, alimentaron las cinco horas de carretera que quedaban hasta Washington D.C. e hicieron que mi «yo de la memoria» valorara todo el fin de semana como algo excepcional.

Me despido hasta pronto. Espero de verdad que alguna de las ideas aquí expuestas os haya inquietado, y que el «yo de la memoria» y el «yo de la experiencia» se alineen con el «yo de la imaginación» para hacernos felices junto a quienes nos sonríen en sueños.