Mi editor me pidió diez mil palabras, y ya llevo casi doce mil. Me estoy pasando. Qué rabia sacrificar temas. De todas maneras, lancemos algunas últimas «B» olvidadas.
Una de las «B» más notorias tiene que ver con esa costumbre de los científicos de poner nombres engañosos, y que cuando te digan «teoría de la mente», a ti te suene a una teoría en lugar de a una propiedad que tienes en tu cerebro. Justo por esa confusión no pude explicar antes ni incluir en El ladrón de cerebros el fascinante experimento que Rebecca Saxe explicó en uno de nuestros seminarios para ilustrar cómo evoluciona en nuestra cabeza la tan sofisticada y única capacidad de saber que otras mentes pueden estar pensando algo distinto de lo que nosotros pensamos. Esta misteriosa maravilla ocurre entre los tres y los cinco años de edad.
Tú, un niño de tres años, y otro niño de cinco años estáis viendo desde una cámara oculta una habitación que sólo contiene una caja, una pelota y un sillón. De repente entra una niña, coge la pelota, la pone dentro de la caja y se va. Un minuto más tarde entra una mujer, saca la pelota, la esconde detrás del sillón y sale de la habitación. Vuelve a pasar un minuto, y aparece de nuevo la niña. Entonces el director del estudio os pregunta: «Dónde irá la niña a buscar la pelota, ¿en la caja o detrás del sillón?». Tú respondes inmediatamente: «En la caja, porque allí es donde la dejó y cree que todavía está». El niño de cinco años contesta lo mismo. Pero el de tres dice algo diferente: «Irá a buscarla detrás del sillón porque allí es donde está la pelota».
Lo que en realidad ocurre es que el cerebro del niño de tres años todavía no ha desarrollado la capacidad de entender que otras personas pueden tener en sus mentes una información diferente de la suya. No sabe imaginar qué están pensando otras personas, ni asumir que tengan falsas creencias. Algo ocurre alrededor de los cuatro años, porque a partir de esa edad todos los niños —a excepción de los autistas— responden que la niña irá a buscar la pelota donde ella la dejó. Ya tienen esa capacidad cognitiva llamada teoría de la mente que les permite reflexionar y ser conscientes de su estado mental interno y el de otros.
Pero Rebecca Saxe no hizo sólo eso. De hecho, estos experimentos llamados tareas de falsa creencia no son nuevos en la investigación de la teoría de la mente. Lo novedoso que hizo Rebecca fue examinar mediante resonancia magnética funcional (IRMf) el cerebro de niños de diferentes edades mientras estaban realizando test de falsas creencias. Y descubrió algo muy enigmático: en el neocórtex, detrás de nuestra oreja derecha, tenemos una zona del cerebro implicada directamente en la interpretación de los pensamientos internos de otras personas; es decir, en intentar comprender qué pasa por la mente de alguien que mira un cuadro, nos habla con tono sospechoso o planea una jugada de ajedrez. El área se llama unión temporoparietal derecha (UTPD), y Rebecca Saxe demostró que se va desarrollando y especializando durante la infancia y la adolescencia.
Y todavía hay más: en personas adultas, la actividad en la UTPD parece estar correlacionada con una mayor o menor facilidad para interpretar las mentes ajenas. Teniendo en cuenta que dicha capacidad está implicada en los juicios morales que emitimos sobre las acciones de otros, el equipo de Rebecca Saxe diseñó una serie de experimentos para poner a prueba su hipótesis.
Veamos uno de sus ejemplos. Imagina que estás observando la siguiente situación: Alba y Carmen son dos becarias que investigan en el mismo laboratorio. No se llevan muy bien, pero hoy van a tomar café juntas. Alba prepara los cafés. Ella no toma azúcar y le pregunta a Carmen cuántas cucharadas quiere. «Dos», responde Carmen. Entonces, al lado del bote de azúcar, Alba distingue otro bote muy parecido pero con un compuesto químico blancuzco y granulado que resulta ser tóxico y provocar fuertes dolores abdominales. A plena conciencia, Alba pone dos cucharadas del producto tóxico en el café de Carmen, y se lo entrega con una malévola sonrisa. Lo que no sabía Alba es que alguien había cambiado el contenido de ambos botes, y en realidad le estaba dando azúcar a Carmen. ¿Qué grado de culpa le otorgas a Alba? Para valorarlo, como ya estarás haciendo, deberás fijarte no sólo en el inocente resultado de su acción, sino también en sus maquiavélicos pensamientos.
Imagina ahora esta otra situación: Alba va a buscar el azúcar para Carmen y le pone dos cucharadas sin saber que alguien había intercambiado el contenido de los botes. Carmen pasa toda la tarde con dolores «por culpa» de Alba. ¿Qué grado de responsabilidad le otorgas a Alba?
Si un niño de tres años fuera capaz de entender bien toda la situación, te respondería que en el primer caso Alba no tiene ninguna culpa porque no ha pasado nada, y en el segundo que es culpable de haberle dado un tóxico a Carmen. Ni su área UTPD ni su capacidad de interpretar la mente de los demás están desarrolladas todavía (con autistas, según un artículo reciente, ocurre algo parecido).
Cuando Rebecca Saxe puso adultos bajo el escáner de IRMf mientras estudiaba cuestiones como ésta, descubrió una relación significativa entre la actividad de la UTPD y la proporción de culpa que daban a Alba en las dos situaciones. Por supuesto, todos la acusaban en la primera situación y la defendían en la segunda, pero cuanta más actividad tenían en la zona UTPD, más grado de responsabilidad le otorgaban cuando no provocaba un daño pero sí lo quería, y menos cuando causaba un daño por accidente involuntario.
Y aún más sorprendente: una investigadora del grupo de Saxe, Liane Young, consiguió alterar la opinión de las personas sobre la actitud de Alba desactivando la UTPD con estimulación magnética transcraneal (EMT). El título del artículo publicado en la revista PNAS lo dice todo: «Disruption of the right temporoparietal junction with transcranial magnetic stimulation reduces the role of beliefs in moral judgments» («La distorsión de la unión temporoparietal derecha con estimulación magnética transcraneal reduce el papel de las creencias en los juicios morales»).
La estimulación magnética puede servir para activar o desactivar áreas específicas del cerebro. Liane Young la utiliza para bloquear específicamente el área implicada en leer la mente de las personas mientras les plantea la situación de Alba y Carmen. Y he aquí el resultado: los participantes en el estudio modificaban significativamente sus juicios sobre el grado de culpa de Alba. No llegaban a invertirlo, pero había diferencias significativas, y solían dar más valor al resultado final de la acción y menos a la intención oculta de Alba. Es impresionante. Como concluye el artículo, podemos manipular el cerebro para disminuir nuestra capacidad de utilizar estados mentales en la elaboración de juicios morales.
Cierto que suena muy reduccionista, pero no necesariamente lo es. Depende de cómo interpretemos los datos. Que nuestros pensamientos son en última instancia fruto de la actividad del cerebro está fuera de toda duda. Y que esta actividad va a veces por libre, también.