Seguro que habrás oído a alguien decir: «Me gustó más el libro que la película». Posiblemente tú también lo hayas pensado en alguna ocasión. Si es así, intenta esbozar una lista mental de las razones por las que te gustó más cierto libro que su película, o a la inversa. ¿Las tienes? Creo que olvidas una.
Déjame que te explique una historia: una noche, en un bar belga de Nueva York, una nueva amiga me dijo: «Ayer fui con mi madre al musical Chicago. Pero me gustó más la película». Instintivamente respondí: «Esto es porque la viste primero. Si hubieses ido primero al teatro a ver el musical, ahora me estarías diciendo que la película te gustó menos». Ella replicó que no, que el guión de la película era muy bueno… que los actores eran buenísimos… que en el musical la trama no se seguía bien… que los asientos no eran los mejores… blablablá. Todo análisis racional. Y ni una única referencia a un aspecto fundamental: nos gusta algo por la emoción que nos genera. Y sabemos que, en cuestión de emociones, el poder de las primeras impresiones es enorme. En ocasiones es todo.
Le dije: «Mira, esto es otro clásico ejemplo de rascar donde no pica: apostaría a que si hicieran un estudio científico enseñando a un grupo primero la película y después el libro, y a otro grupo lo contrario, se constataría una tendencia a que nos guste más lo que veamos primero. Claro que hay películas malas de libros buenos e historias complejas que mejoran la segunda vez que las lees. Y mil otros factores que pueden alterar la decisión, pero yo diría que, en términos generales, sí se cumpliría. La primera impresión nos marca».
De todas maneras, a mí lo que más me interesó fue darme cuenta de que a mi amiga ni siquiera se le había ocurrido pensar en el poder de estos factores emocionales encubiertos… como casi todo el mundo cuando preguntas algo parecido sobre el libro o la película. En mi opinión, éste es un ejemplo clarísimo de a qué nos referimos cuando decimos que el cerebro nos engaña, o que tomamos decisiones de manera menos racional de lo que creemos, o que cuando hacemos una valoración, subestimamos sobremanera los condicionantes emocionales. Es justo lo que defienden los psicólogos expertos en economía conductual: en la mayoría de las ocasiones, las cosas nos gustan de manera irracional. Nos gustan porque nos gustan. Y lo que hacemos después es justificarlo con explicaciones racionales. Los argumentos que daba mi amiga eran flojísimos. A ella le gustó más la película que el musical porque la vio primero y posiblemente en unas condiciones idóneas. Desde luego, la trama de la historia es buena, te atrapa y te sorprende. Y eso la segunda vez que lo ves está descafeinado emocionalmente. Ahora ella insiste en valorar la actuación de los actores… ¡anda ya! Imagínate que visitas por primera vez Nueva York, vas la primera noche a Broadway, tienes un buen asiento para asistir al musical Chicago, y un mes después ves la película en Netflix un día que andas aburrido. No me vengas a decir que te gustó más el musical por la voz de la cantante principal…
Y lo mismo ocurre cuando te gusta un chico o una chica. Si la primera impresión es positiva, luego dirás que te gusta porque es inteligente, parece cariñoso y tiene los ojos bonitos. Y obviarás el resto. Si es negativa, dirás que no te gusta porque es indeciso, algo bajito y tiene un punto empalagoso. Y estarás convencida de que tu análisis es objetivo, aunque quizá fue el primero que te llamó la atención en esa fiesta que estabas receptiva. ¡Gracias cerebro por engañarnos!
Me picó mucho este ejemplo. Y aunque prometo que estuve rascando a ver si alguien había realizado un estudio parecido al de enseñar primero libros o películas, no pude encontrarlo. Consulté a varios expertos en economía conductual, y me dijeron que sería muy complicado comparar libros y películas porque son experiencias demasiado diferentes, y hay gran cantidad de condicionantes que podrían influir, pero que, desde un marco teórico, sí hay identificados unos sesgos cognitivos que podrían aplicarse en este razonamiento.
Uno podría ser el efecto de certidumbre, que se refiere a la tendencia a valorar más algo que te has hecho propio que algo que todavía no es tuyo. En este caso, cuando accedes primero a una historia, y la explicas, la estás interiorizando y convirtiendo la experiencia en algo propio. El valor subjetivo que a posteriori le darás será más alto que ante algo de características similares pero externo.
Y luego está el sesgo del statu quo, que es la malévola inclinación a no cambiar las ideas preestablecidas. Cuando ya hemos hecho un juicio, nuestra opinión es bastante inamovible. Y si a esto le sumamos el efecto «no insistas, que es peor», comentado en el capítulo anterior, el hecho de intentar que mi amiga dudara sobre su convicción de que la película Chicago era mejor que el musical, podría haber reforzado sus preferencias en lugar de revalorarlas.