3. No insistas, que es peor

Estás con una amiga, con tu hijo o con un compañero de trabajo. Ambos tenéis opiniones sólidas pero radicalmente diferentes sobre la ética de las corridas de toros, las causas del cambio climático, lo saludable que es ser un vegetariano estricto, o si este invierno debes comprarte una chaqueta nueva.

Tú estás convencido de que la razón y los datos empíricos juegan de tu parte, y que la posición de tu amiga está amparada por una mezcla de creencias y tozudez. Discutís, insistes, y utilizas todo tipo de argumentos lógicos para por lo menos sembrar la duda. Tu perseverancia logra crear incertidumbre, pero ¿consigues debilitar su convicción? Todo lo contrario, la refuerzas, y su contrarréplica se hace cada vez más vehemente. El malvado conejo de la duda saca a relucir su magia.

Puedes imaginarte al padre dando instrucciones a su hijo adolescente, al fanático del Mac discutiendo con el fanático del PC, al químico argumentando sobre diluciones con el defensor acérrimo de la homeopatía, o leer interminables discusiones en los blogs cuando aparece el «debate» sobre la evolución y el creacionismo. Tu insistencia, aunque logres generar cierta incertidumbre, crea un contraproducente efecto rebote. La reacción más natural ante las dudas impuestas de manera externa es la reafirmación y la defensa todavía más aireada de tus convicciones.

Esto que ya sabíamos ha sido confirmado experimentalmente por los psicólogos David Gal y Derek Rucker de la Universidad Northwestern. En un artículo científico publicado en octubre de 2010 en la revista Psychological Science, describen los tres experimentos siguientes:

1. A la mitad de un grupo de 150 voluntarios les hicieron recordar experiencias que les habían hecho sentir muy inseguros de sí mismos, y a la otra mitad situaciones que habían reforzado su firmeza. Se trataba de generar un estado de confianza o de inseguridad. A continuación, les pidieron que explicaran lo convencidos que estaban del tipo de dieta que seguían (vegetariana estricta, semivegetariana o carnívora sin restricción), y que escribieran argumentos para defenderlo ante diferentes opiniones. Los miembros del grupo al que se le había inducido inseguridad escribieron textos más largos, invirtieron más tiempo en responder y se mostraron más categóricos en sus afirmaciones.

2. En otro experimento seleccionaron un centenar de estudiantes convencidos de que los Mac son mucho mejores que los PC, y volvieron a inducir confianza o duda en la mitad de ellos. Luego hicieron dos subgrupos más, de manera que la mitad debían imaginarse cómo convencer a un fanático de Windows, y la otra mitad a un usuario sin fuertes preferencias. En este segundo supuesto no encontraron diferencias, pero, frente a un defensor a ultranza de Windows, los estudiantes seguros de sí mismos utilizaban menos palabras y menos tiempo para defender el producto Apple que los de confianza debilitada. La convicción que percibes en tu adversario intelectual es importante para escorarte todavía más hacia tus creencias.

3. En una tercera prueba pidieron a 88 estudiantes que redactaran sus opiniones sobre la experimentación con animales. La mitad de ellos debía hacerlo con la mano que no utilizaban normalmente (otra técnica utilizada en psicología para inducir pérdida de confianza). De nuevo, los voluntarios que utilizaban la mano contraria reconocieron sentirse un poco más inseguros con sus ideas, pero, a pesar de la incomodidad, escribieron textos más largos y fueron significativamente más persuasivos.

La conclusión de los tres experimentos es que las personas cuya confianza en sus creencias se ve amenazada responden defendiéndolas con mucha más energía que aquellas en que nada ni nadie ha intentado minar su seguridad. Más allá de las flaquezas del estudio, o de los matices que le podamos objetar, reflexionar sobre ello tiene un punto revelador: la duda es perturbadora. Nos desestabiliza y no queremos vivir con ella bajo ningún concepto. Nos cuesta horrores aceptarla. Podemos asumirla racionalmente, pero es como estar a dieta y sentir hambre; nos deja inquietos y con ansia de respuestas que nos devuelvan la tranquilizadora seguridad. Y por desgracia, el camino más rápido y fácil para vencerla es volver de manera dogmática hacia las propias convicciones. Si alguna vez intentas convencer a alguien de que cambie su manera de pensar, no insistas, que es peor. Qué malévolo es el conejo de la duda… Quizá por eso decimos que nos gusta más el libro que la película…