Carmen Inda se planta ante la puerta de su casa en el neoyorquino barrio de Williamsburg y me dice: «Acabas de ver esta puerta por primera vez. En tu hipocampo se empieza a conformar un recuerdo. Si vuelves dentro de una semana y ves la puerta de nuevo, tus neuronas recuperarán esa memoria y habrá un proceso de reconsolidación que la hará más firme. Esto es lo que yo estudio. Pero si en ese mismo momento te inhibo la síntesis de proteínas en el cerebro mediante fármacos, te bloqueo algunos genes o te suministro un electroshock, podría ser capaz de extinguir ese recuerdo. Podría eliminar de tu memoria la puerta de mi casa».
¡Toma ya! Os prometo que yo iba sólo a ver si Carmen me subarrendaba su piso mientras se iba de vacaciones a su Huelva natal. Ni siquiera sabía que estaba haciendo un posdoctorado en neurociencia en la Facultad de Medicina del Monte Sinaí. Qué fácil y agradecido es el periodismo científico… con sólo pasar un ratito hablando con investigadores, descubres varias posibles historias para explicar. Siempre tienen algo nuevo que explicarte, no como los políticos o los futbolistas, que dentro de treinta años continuarán dando patadas a un balón y lo más revolucionario que puedes esperar es que un país asiático gane un mundial. Los científicos siempre te sorprenden. Son diamantes en bruto de información preciosa. Eso sí, debes ser paciente y esperar a que pasen sus primeros quince o veinte minutos contándote lo que para ellos es importante, y estar alerta para cuando en el momento más inesperado lancen algo que les resulta banal y consabido, pero tú sabes que será novedoso e interesantísimo para el resto de los mortales. La clave está en escucharles y rascar, aunque el término «reconsolidación» no te pique en absoluto.
Carmen tenía que irse. ¡Eso sí es dejarle a uno a medias frente a la puerta de tu casa! Le pedí que me enviara bibliografía científica, y a los cuatro días estaba en su laboratorio interrogándola sobre cómo se puede emular al doctor de la gran película ¡Olvídate de mí! (Gondry, 2004) y borrar para siempre recuerdos que podían atormentarnos. Es fascinante…
La clave está en asumir dos cosas: primero, que a nivel molecular los recuerdos son lábiles, dinámicos. Cuando reactivas la memoria, las neuronas en las que está codificado ese recuerdo se activan de nuevo; es decir, entran en un estado inestable en el que son susceptibles a los cambios. Lo normal —cuando estudias, por ejemplo— es que se refuercen, pero también pueden modificarse o incluso eliminarse. ¿Cómo? El carismático Eric Kandel recibió su premio Nobel de Fisiología por sus estudios con un molusco marino llamado Aplasia. Con este molusco demostró que la síntesis de proteínas era un paso imprescindible en la formación de la memoria a largo plazo. Sin ella no hay recuerdo. Así pues, uniendo ambos conceptos, si puedes reactivar las neuronas implicadas en un recuerdo e inhibir al mismo tiempo la síntesis de proteínas mediante anisomicina, o propanolol, o bloqueando la expresión de ciertos genes con ADN mensajero, o realizando electroshocks que saturen todas las vías moleculares, quizá puedas eliminar el patrón de actividad neuronal y, por tanto, extinguir el recuerdo asociado. Con las ratas ya se ha conseguido. Atiende al experimento de Carmen…
Pones una rata en una caja con luz. Dejas que explore. Abres una puertecita que comunica con una habitación oscura. La rata, que es curiosa por naturaleza y en realidad prefiere la oscuridad, entrará casi de inmediato a la habitación. Entonces le suministras una pequeña pero dolorosa descarga eléctrica. Lo repites cuatro veces. Y con varias ratas.
Dos días más tarde coges un tercio de esas ratas y vuelves a repetir el experimento. Estás reactivando y consolidando el recuerdo de que en la habitación oscura reciben descargas eléctricas. Si más adelante pones de nuevo las ratas en una caja con una puerta abierta hacia una habitación oscura, el tercio que ha repetido el experimento tardará más tiempo en entrar a la habitación que el otro tercio que actúa de control y no ha sufrido reconsolidación de memoria. Lógico hasta aquí.
¿Y qué ocurre con el último tercio de las ratas? Con ellas también repites el experimento de las descargas eléctricas en la oscuridad, pero con una diferencia: les inyectas un inhibidor de síntesis de proteínas llamado anisomicina en sus cerebros. Resultado: te acabas de cargar el recuerdo inicial de que en la habitación oscura dan descargas eléctricas. Las neuronas que codificaban ese recuerdo se han activado, pero como no ha habido síntesis de proteínas, el patrón se ha eliminado. Cuando vuelves a poner a las ratas por tercera vez en la caja, entran significativamente más rápido a la habitación oscura que las ratas de control que recibieron una descarga sólo el primer día. Alucinante. Impresiona lo que son capaces de hacer los científicos en sus laboratorios.
A un humano no le puedes inyectar anisomicina porque es tóxica. Ni puedes bloquearle tan alegremente la expresión de ciertos genes. Y los shocks electroconvulsivos para distorsionar la memoria sólo estaban permitidos en ciertos pacientes hace algunas décadas. Ésta es la principal limitación para trasladar tales experimentos en ratas a humanos. De momento, para manipular la memoria, continúa siendo mucho más eficiente una terapia psicológica conductual, ya que, sin saber qué está pasando a las neuronas, también las reactivas y alteras modificando la experiencia asociada al recuerdo doloroso. Pero el propanolol citado en el párrafo anterior no es tóxico, y se llegó a probar con pacientes de trastorno de estrés postraumático. Como suele ocurrir en biomedicina, a pesar de que con las ratas funcionaba y los resultados iniciales en pacientes fueron esperanzadores, al final el valor terapéutico del propanolol resultó ser prácticamente nulo. Se deberá buscar otra vía.
¿Para qué? Primero para entender y explorar. Con ello la jefa de Carmen, Cristina Alberini, ha demostrado que, haciendo lo contrario (estimulando la síntesis de proteínas con un factor de crecimiento llamado IGF-II), es capaz de reforzar la memoria en las ratas, hacer que sus recuerdos sean más fuertes y tarden más en olvidar. Esto puede tener implicaciones en el aprendizaje, y dicen que quizá en las enfermedades neurodegenerativas, o evitar el deterioro cognitivo con la edad. Lo segundo son aplicaciones más dirigidas como, por ejemplo, eliminar recuerdos condicionados que hacen recaer en el consumo de drogas a adictos en fase de recuperación. Pero la principal ventana son los pacientes con trastorno de estrés postraumático: intentar manipular el recuerdo de una violación o el fatal accidente de un ser querido.
¿Borrar, como en ¡Olvídate de mí!, el recuerdo de nuestro amado o amada porque nos amarga? No se llegará a eso, y posiblemente es una opción cobarde. La moraleja de la película es clara: nunca querrás olvidar el amor de verdad. Y merece la pena luchar por él por mucho que te haga sufrir.
De todas maneras, lo más valioso de los científicos no es tanto el nuevo conocimiento que te aportan, sino aquél que te ayuda a desaprender. Por eso en el engañoso título advertíamos contra los científicos que borraban tus recuerdos, porque te pueden hacer ver que la realidad es diferente de lo que pensabas.