7. Una carta

TERESA

Hoy hace una semana que llegué. Al pasar junto a las taquillas de correspondencia, encuentro, en la mía, una carta: de aquí, de Inglaterra. No sé de quién puede ser. Remite: Th. Dunn. Desconocido. A las dos quedo libre. Subo a mi habitación. Puedo leer un poco y luego salir. Delia ha prometido acompañarme al Jardín Botánico. Estoy deseando visitarlo. Luego podré ir todas las tardes libres. En esta semana he cruzado Londres en todas direcciones. Tengo que volver a la Tate Gallery. Cuántos Picasso y Van Gogh. En mi habitación abro la carta. Th. Dunn. Es una carta breve.

¿Recuerda nuestro encuentro en el tren? ¿Y la travesía? ¿Recuerda que le prometí visitarla en Londres? Me pregunto si le gustaría conocer por dentro la vida inglesa de una familia que se queda en casa un sábado por la tarde… La casa de unos parientes con los que pasaré el fin de semana en Londres. ¿Puedo ir a buscarla a Gray House, el sábado a las tres y media?

Recuerdo perfectamente a Thomas Dunn. Venía con dos irlandesas desde la Costa Azul y coincidimos en el tren París-Dieppe y en el barco Dieppe-Newhaven. Un viaje alegre. En el barco bebimos limonada y charlamos de hamaca a hamaca. La travesía fue excepcionalmente tranquila. El cielo azul duró hasta cerca de la isla, pero no pudimos alcanzar a ver las rocas blancas, porque la niebla, densa y gris, ocultaba la tierra. Las irlandesas, Thomas Dunn y yo intercambiamos las direcciones. Recuerdo a Thomas Dunn, pero no podría recordar su nombre ni esperaba su carta. Me parece muy bien visitar una casa inglesa. «Cuidado, Teresa —dirá Delia—, en Inglaterra nunca se sabe».

Reconozco que debería limpiar un poco el polvo de mi cuarto pero creo que por hoy ya he dedicado suficiente tiempo a los trabajos domésticos. Tengo media hora para leer y un cuarto de hora para arreglarme.