MARY
—Ya se ha marchado mi negra, chicas. ¿Y qué diréis que me ha regalado? Dos pares de medias de nylon, americanas, sin estrenar, ¿qué os parece?
Mary abrió la boca con admiración.
—Veric, ¡qué suerte! Precisamente yo…
En este momento, Mary tiene el problema de las medias. Hace dos días que llueve. Se acerca el frío y ya no es posible ir con las piernas al aire. Las medias del invierno pasado están rotas, inservibles.
—Qué suerte estar en los pisos. En el comedor no cae ni una mala propina, ¿verdad, Louise? Louise, dime dónde debo buscar medias de hilo para el invierno. También necesitaría unas de nylon, ¿verdad, Louise?
Es temprano, los desayunos de las residentes todavía no han sido servidos. Louise acaba de llegar. Rachel está en la cocina. Verónica bebe el té a sorbitos; está contenta.
—Fijaos que ayer por la tarde, me busca por el piso, me encuentra y dice: «Venga a mi habitación». Y yo me digo: «Ésta se va a quejar de que no le he limpiado bien el polvo». Pero ¡no!, nada de eso. El cuarto estaba en orden, las maletas hechas, la negra sonriente. Por cierto, llevaba un traje rojo, de una tela rara, entre algodón y seda, maravillosamente hecho, a medida, estoy segura, y por una buena modista. Bueno, pues me dice: «Aquí tengo un pequeño regalo para usted. Gracias, me ha atendido muy bien estos días…». Estaba encantada porque se marchaba. Al fin la había venido a buscar su marido y se iban los dos a un hotel. Cuando yo bajé las escaleras, delante de ella, me encontré al marido junto al ascensor: un negro horroroso, gordo y feo, mucho más feo que ella, porque ella, aparte de ser negra, de fea no tenía nada…
Mary piensa: «¿Por qué no estaré yo en los pisos? El trabajo de los pisos es más agradable, no hay prisas como en el salón. Ellas hacen despacio sus camas, limpian despacio el polvo, sirven los desayunos, mueven un poco la aspiradora…».
—… y me han venido perfectamente porque tengo un solo par, bastante averiado por cierto…
«Madre me cosía las medias cuando era pequeña… Las monjas me enseñaron a coserlas yo misma. La hermana me decía: “Mary, rompes tus medias más que ninguna, y no me lo explico, con lo poco que te mueves”».
—Mary, ¿en qué piensas?
—Te escucho, Verónica.
Louise también escucha.
—De todos modos yo prefiero el salón a las intimidades de los cuartos. Y tú, Mary, también lo prefieres, ¿no? No me digas que por un apolillado par de medias te cambiarías a los pisos…
Mary sonríe bonachona.
—No, Louise, prefiero estar contigo de todas formas. Aunque no me caiga una propina ni por casualidad.
«Mañana, cuando cobre, podría comprar las medias. De hilo. De hilo, con los calcetines de lana, no hay invierno…».
—Buenos días, Teresa.
—¡Hola, chicas! Me he dormido. ¿No hay té para mí?
Teresa se sienta al lado de Mary.
—Se acabó el verano, Teresa —dice Mary—. Hay que ir pensando en las medias fuertes, en los abrigos.
«Las primeras goteras, ya tengo la lata bajo las goteras. Cuando llegue estará llena. Dos días lloviendo…».
—Teresa, ¿te gusta la lluvia? No podrías vivir aquí mucho tiempo si no te gustara.
«Si no fuera por las goteras, a mí no me importaría la lluvia. Me gusta la lluvia en el río. Cuando llueve mucho…».
—Cuando llueve mucho, Teresa, en mi cuarto da gusto estar. Hay goteras, pero si tienes la lata no lo notas. Y da gusto ver el agua del río. Si llueve con fuerza parece que el río se borra y no ves más que la lluvia cayendo sobre el río… Todo gris. No sabes dónde está el río y dónde la lluvia.
—Mary, ¿qué estás diciendo? ¿Cómo no vas a saber dónde está el río y el agua?
«Yo no lo veo. Es todo la misma cosa, cuando llueve mucho. Agua y agua. No se ve el otro lado…».
—No se ve el otro lado, Verónica. Puedo decírtelo porque, cuando llueve, miro por la ventana. Sólo se ve la lluvia en el río, todo gris.
—Estas lluvias, Teresa, nos dejan sin verano. Se ha estropeado el verano este año —Louise mueve la cabeza, con pena.
—Una vez, de noche, estando yo a la ventana, mirando la lluvia, fijaos que pasa un barco con una gran luz encendida. Yo sólo veía el resplandor entre el agua gris. Veía moverse la luz, como un sol…
—Mary, ¡qué cosas cuentas! ¿Y qué pasó?
—No pasó nada, Verónica. La luz. Parecía que se movía sola, porque el barco era negro y tampoco se veía, porque ya os advertí que era de noche y hasta la misma lluvia parecía negra…