l refranero está lleno de animales proverbiales, como ese gato al que mató la curiosidad. Nosotros, como buenos fisgones y amantes de los animales, hemos querido saber más sobre el origen de algunos de esos refranes que ellos protagonizan, y donde podemos decir que el símil es el rey de la selva.
De todo el bestiario popular, sentimos especial debilidad por el perro; concretamente, por el legendario perro del hortelano. Aquel que ni comía ni dejaba comer. Entendemos que el pobre perro, incapaz de apreciar las verduras por muy hambriento que estuviera, fuera su más celoso guardián. El animalito solo hacía su trabajo, pero lo venimos tachando toda la vida de entrometido. Lope de Vega lo inmortalizó en la obra del mismo título, también conocida como La condesa de Belflor. La condesa, enamorada de su secretario (y este enamorado a su vez de otra mujer), ni se casaba con él, por no pertenecer a su rango, ni dejaba que él se casase con su amada. Vamos, que ni comía ni dejaba comer.
La cabra que tira al monte está un poco mejor mirada. Su atracción por los lugares altos y pedregosos se interpreta como el amor a sus raíces, a sus orígenes; o la fuerza de la propia naturaleza frente a la educación o las costumbres. La frase ha ido degenerando en sentido peyorativo para definir a aquellos que heredan malos hábitos: el hijo de la gata, ratones mata.
Y hablando de gatas, una de las expresiones más curiosas hace alusión a estos bellos felinos, si bien su origen no tiene nada que ver con ellos. El significado de la expresión aquí hay gato encerrado encierra un curioso secreto: en el Siglo de Oro algunas bolsas para guardar el dinero estaban confeccionadas con piel de gato, por lo que se referían a ellas y al dinero que iba en su interior como el gato. El gato encerrado era, por tanto, el dinero escondido.
La curiosidad mataría al gato, pero el gato murió sabiendo.