stamos rodeados de clichés, de frases hechas y de muletillas. Según la RAE, cliché significa ‘lugar común, idea o expresión demasiado repetida o formularia’. Probablemente, todo cliché fue en su origen una feliz ocurrencia de un hablante en un contexto particular; después hizo fortuna entre la comunidad de hablantes y comenzó a ser utilizada inapropiadamente o repetida hasta la náusea.
Por razones como esa, nuestro discurso se ha llenado de abanicos de posibilidades, amasijos de hierros, negros azabaches, espirales de violencia, dilatadas experiencias, emotivas imágenes, gritos pelados, actualidades rabiosas, soles de justicia, imágenes dantescas, errores garrafales y verdades como puños, por mencionar solo algunas de las numerosas expresiones trilladas, incluyendo, por supuesto, esta última.
Casi todos recurrimos a estas muletillas del idioma para salir del paso en conversaciones o escritos. Estos clichés lingüísticos no llegan a ser frases hechas, pero son los ladrillos con los que se erigen los peores lugares comunes, allí donde habita la pobreza de espíritu, la demagogia, la desidia o el hastío.
Una cosa es no desdeñar, como aconsejaba Antonio Machado, las «cópulas fatales, clásicas, bellas que unen al potro con la llanura, el mar con la nave hueca, el viento con el molino o la torre con la cigüeña», y otra muy distinta seguir empalmando, por pereza o falta de imaginación, esas cadenas de palabras vacías. El primero que dijo labios de rubí era un poeta; el que sigue haciéndolo todavía, un cursi.