a actualidad no cesa de arrojar palabras. Se trata de términos que, en algún momento y en relación con algún suceso —de características casi siempre negativas—, acaban ocupando titulares o conversaciones. No hay desastre que no traiga su palabra.
Así ocurrió con tsunami, chapapote, corralito; vocablos que los medios pusieron en circulación y que acabaron teniendo luego un uso generalizado. La crisis, además de un aluvión de términos económicos, ha traído una palabra polémica: escrache, que ha pasado de ser inexistente en castellano a aparecer hasta treinta veces en un mismo periódico. El sustantivo escrache no está recogido en el diccionario de la RAE, aunque sí el verbo escrachar, como un coloquialismo argentino y uruguayo con dos acepciones: ‘romper, destruir, aplastar’ y ‘fotografiar a una persona’. Los medios aplican este término, utilizado en Argentina desde los años 90, a las protestas ruidosas que se realizan en las puertas de los domicilios de los políticos. Es difícil saber si el sustantivo acabará en el diccionario. Los términos suelen hacer fortuna cuando designan un hecho nuevo o no tienen equivalente en castellano. Tsunami fue aceptado, seis años después del suceso, porque no es sinónimo de maremoto, sino que denota la ola gigante que este produce.
La policía ha dado consignas para que no se utilice escrache en sus comunicados, porque es un término sin implicaciones penales. Puede que la palabra se disuelva, como un azucarillo en el café, tan pronto cese la práctica que designa. El tiempo dirá si, como muchas otras, es flor de temporada o ha venido para quedarse.