l influjo del árabe en el español es mucho más sorprendente de lo que imaginamos. Su dios está en nuestros más profundos deseos: lawsha’aAllah (‘si Dios quisiera’) pasó a ser oxalá en castellano antiguo, y ahora es nuestro ojalá.
Casi ocho siglos de dominación árabe en la península han dejado un patrimonio de más de 4 000 palabras (alrededor de un 8% de nuestro vocabulario total). Después del latín, es la lengua que más léxico nos ha aportado. Culturalmente, la civilización musulmana era entonces mucho más avanzada que la cristiana, por lo que los arabismos abarcan casi todas las actividades de la vida.
Términos tan comunes a la hora de expresarnos como hola, alfombra, café, dado, limón, taza, paraíso, rubia o los populares fulano y mengano, entre otros muchos, forman parte de la huella lingüística árabe. Los más comunes, y también los que con mayor facilidad asociamos a la lengua del islam, son los que comienzan por el artículo al (almohada, alforja, alcoba, albañil, albaricoque…) o el sufijo -í para formar gentilicios o sustantivos (ceutí o jabalí). Pero son muchísimas más las voces que campan por nuestro idioma gracias a los musulmanes, ya que traían vocablos de otras lenguas como el sánscrito, el persa o el griego.
Lo extraordinario de los idiomas es que a veces conviven en ellos, procedentes de distintas lenguas, términos que significan lo mismo. En nuestro caso son frecuentes los dobletes nacidos del árabe y del latín. Así, por ejemplo, utilizamos indistintamente aceituna y oliva, jaqueca y migraña, o alacrán y escorpión.