asi nada es eterno, y tampoco el significado de las palabras que, muchas veces, cambia por olvido de su sentido original o por contagio.
Así ocurrió con la palabra álgido, en origen algo ‘muy frío’, que acabó siendo un momento o punto ‘culminante’; o con sofisticado, en un principio algo ‘falsificado’ o ‘adulterado’, que ha terminado en algo ‘falto de naturalidad’; o con enervar, que fue ‘debilitar’ mucho antes que ‘poner nervioso’.
A veces, por estas modificaciones semánticas, la palabra puede acabar expresando casi lo contrario de su sentido original. El adjetivo nimio, del latín nimĭus, significaba ‘excesivo’ o ‘demasiado’ y, en la actualidad, ha pasado a ser casi su antónimo: ‘insignificante’ o ‘sin importancia’. Otro ejemplo sería el adjetivo lívido, que cambió de color, pasando del ‘amoratado’ al ‘intensamente pálido’ actual.
Sin llegar al extremo de Humpty Dumpty, el huevo de Alicia en el país de las maravillas, que se vanagloriaba de hacer que las palabras significasen lo que él quería («La cuestión es saber quién manda»), la RAE parece tenerlo claro: a la hora de aceptar significados, lo que manda es el consenso de los hablantes.