A José Carlos Somoza y José Luis Muñoz, dos excelentes escritores y amigos, que leyeron el guión de El club de los filósofos asesinos durante la Semana Negra 2010 y me animaron a escribir la novela.
A Eva Latorre Broto, filóloga y traductora de griego, querida amiga que limpió, fijó y dio esplendor en su día a Las lágrimas de Karseb, y desde entonces no ha dejado de corregir ni una sola de mis novelas.
A David y a Marga, de Can Fufluns, por seguir capítulo a capítulo esta novela e iluminar con sus encendidos debates filosóficos el viaje al lado oscuro, más allá del bien y del mal.
Gracias muy especiales a David, sumiller de élite que se encarga de que los personajes de mis libros no beban cualquier cosa y acaben con un coma etílico.
De forma muy especial, El club de los filósofos asesinos está en deuda con mi irrepetible amigo e incomparable filósofo Jesús Sales, con el que compartí aula aquel lejano Curso de Orientación Universitaria de 1973-1974; año en que filosofamos peligrosamente, junto a Joan Sabaté (va por ti también, viejo amigo), bajo la severa mirada de Armando (Bronca) Segura, profesor de filosofía que nos estigmatizó a todos, asegurándonos que nunca haríamos nada memorable en la vida. Y así ha sido.
A Albert Cuesta, que lleva siempre mis novelas en formato digital en sus muchos cachivaches tecnológicos, y las lee en lugares y condiciones inverosímiles. Un inmenso abrazo, Ungenio Tarconi.
Aunque soy dado a recordar a mis amigos, familia y lectores en esta página, no lo haré en esta ocasión, ya que son muchos y esto se eternizaría. Gracias a todos por los años, la compañía y el apoyo a mi trabajo.
Mi agradecimiento a los equipos de la Agencia Literaria Carmen Balcells y Ediciones Martínez Roca.
A Julio y Carmina, en el cielo y con diamantes.
A Julia Murillo Barredo, que a día de hoy, por sus estudios, mantiene siempre vivas y abiertas las páginas del gran libro de la filosofía, obligándome a releerlo una y otra vez.
Y a Victoria, pues sin ella, tal como le pasaba a Sócrates, no podría filosofar.
Todo mi afecto.
Santa María de Palautordera,
Barcelona, septiembre de 2011