—¡Eh! —Solté un grito ahogado y di vueltas sobre mí mismo. Al principio sólo veía oscuridad—. ¡Eh!, ¿quién está ahí? —Mi voz sonó como un murmullo silencioso.

Will apareció de la oscuridad.

—Grady, ¿eres tú? —dijo en voz alta. Se acercó más. Llevaba una sudadera oscura y unos tejanos negros.

—Will... ¿qué haces aquí? —le pregunté casi sin aliento.

—He oído los aullidos —respondió—, y he decidido investigar.

—Yo también. Estoy contento de verte. Podemos explorar juntos.

—También yo estoy contento —dijo—. Estaba tan oscuro, no... no sabía que eras tú, pensé que...

—Estaba siguiendo a Lobo —le dije. Yo encabezaba la marcha al pantano. Iba oscureciendo conforme pasábamos por debajo de los árboles bajos.

Mientras caminábamos le expliqué lo de la noche anterior, lo del ciervo asesinado, las huellas alrededor del cerco. Le dije que la gente del pueblo hacía comentarios y que mi padre había decidido llevarse a Lobo a la perrera.

—Sé que Lobo no es un asesino —le dije—. Lo sé, pero Cassie me asustó tanto con todas sus historias de hombres lobo...

—Cassie es tonta —me interrumpió, y señaló hacia las cañas—. ¡Mira, ahí está Lobo!

Vi su silueta oscura moviéndose con regularidad a través de la densa penumbra.

—Qué estúpido he sido, tendría que haber traído una linterna —murmuré.

Lobo desapareció detrás de las cañas. Will y yo seguimos el ruido de sus pisadas y anduvimos durante unos cuantos minutos. De pronto me di cuenta de que ya no oía al perro.

—¿Dónde está Lobo? —murmuré, y mis ojos inspeccionaron los matorrales oscuros y los árboles bajos—. No quiero perderlo.

—Ha ido por este camino —dijo Will—. Sígueme.

Nuestras zapatillas patinaban en el terreno fangoso y mojado. Me di una palmada en la nuca para espantar un mosquito, pero demasiado tarde. Sentí la sangre tibia.

En la espesura del pantano, más allá de la ciénaga, reinaba ahora un silencio inquietante.

—¿Eh, Will?

Me detuve y lo busqué.

Un pequeño grito escapó de mis labios cuando noté que lo había perdido. No sé cómo, pero nos habíamos separado. Oí un crujido delante de mí, el sonido de unas ramitas rotas y el ruido de las cañas, pisadas y apartadas del camino.

—¿Will? ¿Eres tú? ¿Will? ¿Dónde estás?

De repente me iluminó la pálida luz mientras se deslizaba despacio sobre el terreno. Miré hacia arriba y vi que las densas nubes se apartaban. La luna llena amarilla resplandecía alta en el espacio.

Mientras la luz se movía lentamente por el pantano, una estructura baja apareció a la vista enfrente de mí. Al principio no podía imaginarme lo que era. ¿Una especie de planta gigantesca? No. Cuando la iluminó la luz de la luna me di cuenta de que estaba mirando la cabaña del ermitaño del pantano. Me detuve, muerto de miedo, y entonces empezaron los aullidos.

El escalofriante sonido rasgaba el pesado silencio. Un horrible grito, muy alto, muy cercano, ascendía por el aire inmóvil, ascendía y después bajaba. El sonido era tan horripilante que levanté las manos para taparme los oídos.

«¡El ermitaño del pantano! —pensé—. ¡Es un hombre lobo!» ¡Sabía que era el hombre lobo! Tenía que escapar de aquel sitio, tenía que volver a casa. Me di la vuelta y me alejé de la pequeña cabaña. Me temblaban tanto las piernas que tenía dificultades para andar.

«¡Huye! ¡Huye! ¡Huye!» Las palabras se repetían en mi mente, pero antes de que pudiera moverme, el hombre lobo saltó de detrás de un árbol. Soltó su horripilante aullido, se abalanzó sobre mí y me empujó al terreno pantanoso.