Le di otro fuerte empujón.

—¡Corre! ¡Corre, perrito! ¡Escapa!

Papá había agarrado a Lobo, pero no lo tenía bien cogido.

Lobo se desembarazó de él y empezó a correr hacia el pantano.

—¡Eh! —exclamó papá enojado. Lo persiguió hasta el final del jardín, pero el perrazo era demasiado rápido para él.

Me quedé detrás de la casa, respirando con dificultad, y miré a Lobo hasta que desapareció por los árboles bajos al borde del pantano.

Papá se giró con una expresión de enfado en la cara.

—Eso ha sido una tontería, Grady —refunfuñó. No dije nada—. Lobo regresará más tarde —dijo papá—. Cuando lo haga, me lo llevaré.

—Pero papá... —comencé a decir.

—No más discusiones —dijo con severidad—. En cuanto vuelva el perro, lo llevaré a la perrera.

—¡No puedes hacerlo! —exclamé.

—Es un perro asesino, Grady, y no tengo elección. —Papá se dirigió al coche—. Ven a ayudarme a descargar la tela metálica. Necesito que me eches una mano para reparar el cercado.

Dirigí una mirada al pantano cuando lo seguía al coche. «No vuelvas —pedí en silencio—. Por favor, no vuelvas.»

Estuve observando el pantano a lo largo del día. Estaba nervioso y no tenía apetito. Después de ayudar a papá a reparar el cercado, me quedé en mi habitación e intenté leer un libro, pero veía las palabras borrosas. Por la tarde, Lobo todavía no había regresado. «Estás a salvo, Lobo —pensé—. Al menos por hoy.» Toda la familia estaba tensa y casi no hablamos durante la cena. Emily nos explicó la película que había visto la noche anterior, pero nadie participó en la conversación.

Me fui pronto a la cama porque estaba muy cansado, supongo que de la tensión y de haber estado despierto casi toda la noche anterior.

La habitación estaba más oscura de lo normal. Era la última noche con luna llena, pero un pesado manto de nubes la ocultaba.

Apoyé la cabeza en la almohada y traté de dormir, aunque continué pensando en Lobo. Poco después empezaron los aullidos. Me deslicé de la cama y me apresuré hacia la ventana. Entrecerré los ojos y miré en la oscuridad: los nubarrones todavía cubrían la luna. El aire estaba quieto. Nada se movía.

Oí un ligero gruñido y Lobo apareció a la vista. Estaba rígido en medio del jardín de atrás, la cabeza levantada al cielo, y soltaba leves gruñidos. Mientras lo observaba a través de la ventana, el perrazo empezó a caminar inquieto de un lado a otro del jardín.

«Está moviéndose como un animal enjaulado», pensé. Camina y gruñe como si realmente le preocupara o le asustara algo.

Mientras caminaba seguía levantando la cabeza a la luna detrás de las nubes y gruñía. «¿Qué es lo que pasa?», me pregunté. Tenía que descubrirlo.

Me vestí con rapidez en la oscuridad, poniéndome los tejanos y la camiseta que había llevado todo el día. Intenté torpemente calzarme las zapatillas. La primera vez me puse la izquierda en el pie derecho. Estaba tan oscura la habitación sin el brillo de la luz de la luna...

En cuanto las tuve atadas, volví a correr a la ventana. Vi que Lobo abandonaba el jardín y que avanzaba pesadamente en dirección al pantano. Decidí seguirlo y demostrar de una vez por todas que él no era un asesino... o un hombre lobo.

Tenía miedo de que mis padres pudieran oírme si iba a la puerta de la cocina, así que me deslicé fuera por la ventana. La hierba estaba húmeda por el rocío. El aire también estaba húmedo y casi tan caliente como durante el día. Las zapatillas chapoteaban y se deslizaban por la hierba mojada mientras me apresuraba por seguir a Lobo.

Me detuve al final del jardín de atrás. Lo había perdido. Todavía lo oía en algún sitio por delante de mí. Oía el sonido suave de sus patas en el suelo pantanoso, pero estaba demasiado oscuro para verlo.

Seguí el sonido de sus pisadas mientras miraba cómo se deslizaban las nubes negras. Casi había llegado al pantano cuando oí unas pisadas detrás de mí. Con la respiración entrecortada por el miedo, me detuve y escuché con atención. Sí, eran pisadas que se acercaban con rapidez.