Me acurruqué hasta formar una bola mientras el dolor se extendía por todo el cuerpo. Aparecieron en mis ojos unos puntitos rojos que fueron haciéndose cada vez más grandes hasta que lo vi todo de ese color. A través de la cortina roja observé cómo la serpiente se deslizaba hacia los arbustos. Me agarré el tobillo para calmar el dolor. La cortina se fue aclarando poco a poco hasta desaparecer. Al final sólo quedaba el dolor. 

De pronto noté la mano mojada. ¿Sería sangre? Miré hacia abajo y vi que Lobo la lamía. Lamía con furia, como si tratara de curarme, como si quisiera que todo volviera a funcionar correctamente.

A pesar del dolor, me eché a reír.

—Está bien, perrito —le dije—. Está bien. Continuó lamiéndome la mano hasta que me levanté. Me sentía algo mareado y temblaba como una hoja. Traté de apoyarme en la pierna herida.

Me sentía un poco mejor y di un paso cojeando, después otro.

—Vamos, Lobo —dije. Me miró con comprensión.

Sabía que tenía que llegar rápidamente a casa. Si la serpiente era venenosa, tendría problemas. No había manera de saber cuánto tiempo me quedaba antes de que el veneno me paralizara por completo... o algo peor.

Lobo iba a mi lado mientras yo cojeaba por el camino hacia casa. Respiraba de forma entrecortada en busca de aire y me notaba el pecho pesado. El suelo oscilaba bajo mis pies. ¿Era por culpa del veneno de la serpiente o porque estaba tan asustado?

El dolor me atenazaba a cada paso, pero seguí obligándome a andar mientras hablaba a Lobo todo el rato e ignoraba los pinchazos en el tobillo.

—Ya casi estamos, Lobo —le dije jadeando—. Ya casi estamos, amigo.

El perro se daba cuenta de que algo iba realmente mal. Permanecía a mi lado en lugar de correr en zigzag por delante y por detrás de mí, como hacía siempre.

El final del pantano apareció a la vista y vi la brillante luz del sol justo un poco más allá de los últimos árboles.

—¡Eh! —me llamó una voz. Vi a Will y a Cassie esperándome en la hierba.

Echaron a correr hacia mí.

—¿Estás bien? —gritó Cassie.

—No, me... me ha mordido —conseguí decir, jadeante—. Por favor... avisad a mi padre.

Salieron disparados hacia mi casa. Me dejé caer en la hierba, estiré las piernas y esperé. Quería tranquilizarme, pero me resultaba imposible. ¿Era venenosa la serpiente? ¿Se dirigía el veneno directamente al corazón? ¿Iba a morir en cualquier momento?

Acerqué las manos al tobillo y me saqué con cuidado, con mucho cuidado, las zapatillas llenas de fango. Después bajé el calcetín blanco poco a poco y me lo quité del pie.

El tobillo estaba un poco hinchado y la piel roja, salvo en una mancha arrugada alrededor de la picada. Dentro de la mancha se veían dos pequeñas incisiones, que supuraban brillantes gotas de sangre.

Al levantar los ojos de la herida vi a papá, vestido con pantalones cortos y una camiseta blanca, que se acercaba por la hierba seguido de cerca por Will y Cassie.

—¿Qué ha pasado? —oí que les preguntaba—. ¿Qué le ha pasado a Grady?

—¡Le ha mordido el hombre lobo! —respondió Cassie.

Continúa con la bolsa de hielo —dijo papá—. Te bajará la hinchazón.

Me quejé, pero sostuve la bolsa contra el tobillo. Mamá chasqueó la lengua desde la mesa de la cocina. Tenía un periódico delante. No podía saber si el chasquido era por mí o por las noticias del día.

Al otro lado de la puerta mosquitera se veía a Lobo sobre la hierba, un poco más allá de la entrada. Parecía dormido. Emily estaba en la sala delantera y miraba algún culebrón en la tele.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó mamá.

—Mucho mejor —le respondí—. Creo que me dolía más sobre todo por el miedo.

—Las serpientes verdes no son venenosas —me recordó papá una vez más—, aunque he tomado todas las precauciones por si acaso. Lo vendaremos bien cuando termines con el hielo.

—¿Qué era toda esa historia sobre hombres lobo? —preguntó mamá.

—Cassie, que tiene la cabeza llena de hombres lobo —contesté—. Cree que el ermitaño es uno de ellos.

—Parece una niña muy dulce —dijo mamá con suavidad—. He tenido una agradable charla con ella mientras tu padre te curaba la herida. Tienes suerte de haber encontrado dos chicos de tu edad cerca del pantano.

—Desde luego —respondí, y desplacé la bolsa de hielo por el tobillo—. Pero nos está volviendo locos a Will y a mí con sus historias sobre los hombres lobo.

Papá se estaba lavando las manos en el fregadero de la cocina. Al acabar se las secó con un trapo y se giró hacia mí.

—Ese viejo ermitaño es inofensivo —dijo—. Al menos, eso es lo que dice todo el mundo.

—Bueno, pues a nosotros nos dio un buen susto —le comenté—. Nos persiguió por el pantano y gritaba que era el hombre lobo.

—Qué extraño —dijo papá pensativo. Arrojó el trapo a la encimera.

—Es mejor que os alejéis de él —dijo mamá, levantando la vista del periódico.

—¿Crees en hombres lobo? —pregunté.

Papá rió con disimulo.

—Tu madre y yo somos científicos, Grady, y no podemos creer en cosas sobrenaturales como hombres lobo.

—Tu padre es un hombre lobo —se burló mamá—. Tengo que afeitarle la espalda cada mañana para que parezca humano.

—Ja, ja —dije con sarcasmo—. Hablo en serio. ¿No habéis oído los extraños aullidos por la noche?

—Hay un móntón de animales que aúllan —respondió mamá—. Me apuesto lo que quieras a que aullaste cuando la serpiente te mordió en el tobillo.

—¿No puedes hablar en serio? —dije con enfado—. Tú ya sabes que los aullidos no empezaron hasta que hubo luna llena.

—Me acuerdo perfectamente. Los aullidos no empezaron hasta que se presentó ese perro —dijo Emily en voz alta desde el salón.

—¡Déjame en paz, Emily! —exclamé.

—¡Tu perro es un hombre lobo! —gritó Emily.

—Ya he oído bastante sobre hombres lobo —refunfuñó mamá—. ¡Mirad, me han crecido pelos en las palmas! —Puso las manos en alto.

—Es sólo tinta del periódico —dijo papá. Se giró hacia mí—. ¿Te das cuenta? Todo tiene una explicación científica.

—Me gustaría que me tomarais en serio —dije con los dientes apretados.

—Bueno... —Papá miró fuera. Lobo se había dado la vuelta sobre la espalda y dormía con las cuatro patas al aire—. Sólo habrá dos noches más de luna llena —me comentó papá—. Esta noche y mañana por la noche. Si los aullidos cesan después de eso, entonces sabremos que era un hombre lobo que aullaba a la luna llena.

Papá se rió entre dientes porque creía que todo era una gran broma. No podía imaginar que esa misma noche sucedería algo que le haría cambiar su opinión sobre los hombres lobo... para siempre.