Nos giramos asustados y vimos a una chica de casi nuestra edad. Era pelirroja y llevaba el cabello atado en una coleta a un lado de la cabeza. Tenía los ojos verdes de gato, una nariz pequeña y pecas por toda la cara. Llevaba unos pantalones cortos rojos y descoloridos, y una camiseta con un cocodrilo verde sonriente en el pecho.
—Cassie, ¿qué haces aquí? —preguntó Will.
—Os seguía —respondió mientras hacía muecas de burla—. ¿Tú eres Grady, el nuevo, verdad? Will me ha hablado de ti.
—Hola —saludé con torpeza—. Él me dijo que vivía una chica por aquí, pero no me comentó nada más.
—¿Qué será eso de comentar? —se burló Will.
—Me llamo Cassie O’Rourke —dijo. Lanzó la mano disparada a la boca de Will y le quitó la brizna de hierba.
—¡Eh! —Will intentó darle con la mano, en broma, pero falló.
—¿Qué has dicho de un hombre lobo? —pregunté.
—No empieces con ese rollo otra vez —le dijo Will a Cassie—. Es una estupidez.
—Lo que pasa es que estás asustado —le acusó Cassie.
—No estoy asustado, sólo que es una tontería —insistió Will.
Nos internamos entre las sombras de los árboles al borde del pantano. Una nube de mosquitos zumbaba agitadamente en un rayo de luz, entre la vegetación.
—Hay un hombre lobo en el pantano —dijo Cassie, y bajó la voz cuando esquivábamos los insectos y nos introdujimos más adentro, en las sombras.
—Y yo voy a batir mis alas y volar a Marte —dijo con sarcasmo Will.
—Cállate, Will —se quejó Cassie—. A Grady no le parece una estupidez, ¿verdad?
Me encogí de hombros.
—No sé —le dije—. Yo no creo en hombres lobo.
Will se rió.
—Cassie también cree en el conejo de Pascua —dijo.
Cassie le pegó un manotazo en el pecho.
—¡Eh! —gritó enfadado Will cuando retrocedía—. ¿Qué te pasa?
—Un mosquito —dijo a la vez que señalaba—. Uno grande, y lo he pillado.
Will miró hacia abajo con mala cara.
—No veo ningún mosquito. Déjame en paz, Cassie.
Caminamos por el sendero ventoso. El terreno estaba más mojado de lo habitual porque había llovido el día anterior.
—¿Oíste anoche los aullidos? —le pregunté a Cassie.
—Fue el hombre lobo —respondió con tranquilidad. Tenía los ojos de gato clavados en los míos—. No bromeo, Grady, hablo en serio. Esos gritos no eran humanos, esos gritos salían de un hombre lobo que acababa de matar.
Will se rió por lo bajó.
—Tienes mucha imaginación, Cassie. Supongo que has visto un montón de pelis de terror en la tele, ¿eh?
—La vida real da más miedo que las películas —dijo bajando la voz hasta que pareció un murmullo.
—Venga, corta ya. ¡Me haces temblar de arriba abajo! —exclamó Will con sarcasmo.
Ella no contestó, y siguió mirándome con atención mientras caminábamos.
—Me crees, ¿verdad?
—No lo sé —respondí.
La ciénaga apareció a la vista. El aire era más pesado y húmedo, y las altas cañas estaban erectas en el otro lado. La charca borboteaba con suavidad y dos moscas grandes bailaban sobre la oscura superficie verdusca.
—No existen los hombres lobo, Cassie —masculló Will mientras buscaba algo para tirar a la ciénaga. Le sonrió con malicia—. ¡A menos que tú seas uno!
Ella abrió los ojos de par en par.
—Muy divertido. —Hizo un movimiento con los dientes como si fuera a morderlo.
Oí un crujido en la charca ovalada. De repente se separaron las altas cañas y Lobo apareció en el borde del agua.
—¿Cómo es un hombre lobo? —preguntó Will con ironía—. ¿Tiene el pelo rojizo y pecas?
Cassie no respondió. Me giré y le vi una expresión de terror congelada en el rostro. Los ojos verdes se abrían y sus pecas parecían desteñirse.
—¡A... allí está el hombre lobo! —dijo tartamudeando, y señaló.
Sentí un escalofrío de miedo y me di la vuelta para ver hacia dónde estaba señalando. Su dedo apuntaba a Lobo. Me quedé horrorizado.