Esa noche no oí los aullidos. Me desperté a medianoche y miré por la ventana. Lobo se había ido, probablemente a explorar el pantano. Sabía que volvería por la mañana para saludarme como si fuera un amigo perdido hacía mucho tiempo.

A la mañana siguiente, apareció Will justo cuando le estaba dando el desayuno a Lobo, un gran bol de comida seca y crujiente para perros.

—Hola, ¿qué hay de nuevo? —preguntó Will con su saludo favorito.

—No mucho —dije. Enrollé la parte de arriba del gran paquete de comida para perros y lo arrastré a la cocina. Lobo estaba con la cabeza baja sobre el bol y masticaba ruidosamente.

Empujé la puerta mosquitera y volví con Will. Llevaba una camisa azul oscura y unos pantalones cortos de ciclista de lycra. Tenía puesta sobre el pelo oscuro una gorra verde y amarilla del Servicio Forestal.

—¿Te apetece ir a explorar? —preguntó con su voz ronca mientras miraba cómo Lobo devoraba el desayuno—. Ya sabes, el pantano.

—Sí, claro —respondí. Llamé a mis padres para decirles adonde iba y después seguí a Will por el jardín de atrás hacia el pantano.

Lobo iba correteando detrás de nosotros y nos adelantaba para luego dejar que lo alcanzáramos. Después corría alocadamente en zigzag, unas veces por delante y otras por detrás, y retozaba con alegría bajo el sol caliente de la mañana.

—¿Has oído algo sobre el señor Warner? —preguntó Will. Se detuvo para recoger una brizna de hierba y se la puso entre los dientes.

—¿Quién?

—Ed Warner —respondió Will—. Supongo que todavía no conoces a los Warner. Viven en la última casa.— Se giró y señaló la última casa blanca al final de la hilera de edificios del mismo color.

—¿Qué pasa con él? —pregunté, y estuve a punto de tropezar con Lobo, que había estado alborotando entre mis pies.

—Ha desaparecido —contestó Will mientras mascaba la brizna de hierba—. Anoche no regresó a casa.

—¿Eh? ¿De dónde no regresó? —pregunté, girándome para mirar la casa de los Warner. Las ondas de calor que reverberaban por la hierba hacían que la casa se viera borrosa y ondulada.

—Del pantano —repuso sombrío Will—. La señora Warner ha llamado a mamá esta mañana. Le ha dicho que su marido fue a cazar ayer por la tarde. Le gusta cazar patos salvajes. Me ha llevado con él un par de veces y es muy bueno con la escopeta. Cuando caza uno lo cuelga cabeza abajo en su casa.

—¿Eso hace? —pregunté en voz alta. Me parecía algo completamente vulgar.

—Sí, como un trofeo —continuó Will—. Bueno, a lo que iba, ayer por la noche fue a cazar patos salvajes al pantano y todavía no ha vuelto.

—¡Qué extraño! —exclamé mientras veía detenerse a Lobo al comienzo de la arboleda—. Puede que se haya perdido.

—¡Qué va! —dijo Will, negando con la cabeza—. El señor Warner no. Ha vivido en este lugar mucho tiempo. Fue el primero en instalarse aquí, y nunca se perdería.

—Entonces es posible que el hombre lobo lo haya atrapado —se oyó una voz rara a nuestras espaldas.