Cuando volví a abrirlos, todavía estaba a mis pies el repugnante cuerpo cubierto de plumas.

—¿Qué... qué es eso? —tartamudeó Will.

Tardé un buen rato en darme cuenta de que se trataba de un pájaro muerto, una garza. Era difícil reconocerla porque había sido destrozada. Había plumas largas y blancas esparcidas por todo el suelo. El pecho del pobre pájaro había sido abierto en canal.

—¡El ermitaño! —chilló Will.

Me alejé de la horrible escena e intenté borrar la imagen de mi mente.

—¡Por eso tenía la camisa cubierta de sangre! —dijo Will.

—Pero, ¿por qué iba a destrozar un pájaro? —pregunté sin mucha convicción.

—¡Porque... porque es un monstruo! —respondió Will.

—Es sólo un tipo extraño que vive solitario en el pantano —dije—. Él no haría una cosa así, Will. Ha debido hacerlo algún animal. ¡Mira! —Señalé hacia abajo.

Había huellas de pezuñas en el terreno pantanoso, alrededor del cadáver del pájaro.

—Parecen las huellas de un perro —dije, pensando en voz alta.

—Los perros no desgarran pájaros —replicó Will.

En ese momento, Lobo se acercó saltando por los matorrales, se paró delante del pájaro muerto y se puso a olisquearlo.

—¡Fuera de aquí, Lobo! —le ordené—. Venga, fuera de aquí. —Lo aparté, estirándole del robusto cuello con las dos manos.

—Volvamos a casa —dijo Will—. Alejémonos de esta cosa. Esta noche voy a tener pesadillas, seguro.

Arrastré a Lobo. Pasamos con cuidado por el lado de la garza muerta y nos apresuramos para salir del pantano. No dijimos ni una sola palabra. Supongo que todavía estábamos asimilando lo que habíamos visto.

Cuando llegamos al césped de detrás de nuestras casas me despedí de Will y observé que echaba a correr hacia la suya. Lobo lo siguió parte del camino y después volvió rápidamente a mi lado.

El sol de la tarde enviaba sus rayos a través de las nubes. Me protegí los ojos del brillo repentino y vi que papá trabajaba en el cercado de los ciervos.

—Hola, papá. —Corrí por la hierba hacia él.

Levantó la mirada cuando lo saludé. Llevaba unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta amarilla sin mangas. Tenía puesta una gorra de los Orlando Magic inclinada sobre la frente.

—¿Qué pasa, Grady?

—Will y yo hemos visto una garza muerta —le expliqué sin aliento.

—¿Dónde, en el pantano? —preguntó sin prestar mucha atención. Se quitó la gorra y se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano. Después volvió a ponérsela.

—Papá, estaba descuartizada —dije en voz alta. Mi padre no reaccionó.

—Es parte de la vida salvaje —comentó mientras levantaba la pezuña de uno de los ciervos para examinarla—. Tú ya lo sabes, Grady. La lucha de los animales por vivir puede ser muy cruel, ya hemos hablado otras veces sobre la supervivencia de los más fuertes y cosas como ésas.

—No, papá, esto es diferente —insistí—. La garza estaba reventada, como si alguien la hubiera atrapado y...

—Quizá fue otro pájaro —me interrumpió mi padre mientras observaba con atención la pezuña—. Un gran pájaro de presa, puede que haya sido...

—Hemos visto al ermitaño —le interrumpí—. Tenía toda la camisa manchada de sangre y después vimos huellas de pezuñas en el terreno, alrededor del pájaro muerto.

—Mira, Grady —dijo papá tras soltar la pata del ciervo—, si vas a explorar el pantano, verás muchísimas cosas que te pueden asustar, pero no dejes que te domine tu imaginación.

—¡Will ha dicho que lo había hecho un monstruo! —exclamé.

Papá frunció el ceño y se rascó la cabeza por debajo de la gorra.

—Veo que tu nuevo amigo también tiene una gran imaginación —dijo con voz queda.

Esa noche estuve muy contento porque mis padres dejaron que Lobo durmiera en mi habitación. Me sentía muchísimo más seguro con el perro acurrucado en la alfombra, junto a la cama.

No había podido borrarme de la cabeza la horrible imagen de la garza muerta. Miré un poco la tele hasta la hora de la cena. Después de cenar jugué con Emily una larga partida de ajedrez.

Pero no importaba lo que hiciera, porque continuaba viendo las plumas blancas esparcidas por el suelo y el pájaro aplastado en el sendero.

Así que ahora me sentía más seguro porque Lobo dormía en la habitación.

—Me protegerás, ¿verdad perrito? —susurré desde la cama.

Resopló suavemente. La luz de la luna caía sobre él a través de la ventana. Vi que estaba durmiendo con la cabeza apoyada entre las patas delanteras, y me sumergí en un sueño profundo. No sé cuánto tiempo estuve durmiendo pero un ruido fuerte me despertó más tarde. Me incorporé con un grito ahogado. El ruido había sonado en la sala de estar. ¡Alguien había forzado la puerta!