Querido y único lector: si has tenido la sapiencia y la grandeza espiritual de leer este códice, por el precio módico de cabecera de ciento veinte pesetas (y si te han cobrado más, te han engañado) tan sólo te pido un favor: no le digas a nadie quién es el asesino, porque «eso nunca se puede saber» y si se sabe, es como si no se supiera.
Agatha Christie, Ibáñez Freyre[7] y un servidor, TIP