Fanfanito entró en un establecimiento de artículos para los pies (lo que los técnicos denominamos zapatería), se sentó en el mostrador y, abriendo la boca, dijo:
—Muenas tades. Toy Fanfanito.
—Buenas tardes —contestó el director general de la zapatería—. ¿Qué desea?
—Tiero uno zapato para etas cosas que tengo aquí al final de las piernas.
—Comprendo. Usted, a mi corto entender, lo que desea son unos zapatos para ponerse en los pies.
—¡Eso, eso! —exclamó lleno de júbilo Fanfanito.
—¿De qué color? ¿Verdes, blancos, amarillos, corinto, fusia, avellana, sifón…? ¿O los prefiere color «croissant»?
—Yo quiero uno zapato coló de bota, porque como me llano Fanfanito…
El director general del establecimiento miró raramente al individuo. Bajó al almacén y, al día siguiente, subió con doscientos pares de zapatos de los más diversos modelos y colores. Fanfanito se probó los cuatrocientos zapatos, pero no estaba satisfecho.
—¿No le agradan, cachorrete?
—Ti me agadan. Pero yo quieo uno zapato coló de bota. ¿Verdad, Entoñito? —dijo a su acompañante.
Entoñito, un poco violento por la parte de las encías, y estaba completamente desnudo, se tapó las vergüenzas con un mantón de flecos, y repuso:
—Sí señor, mi amigo Fanfanito quiere unos zapatos color de bota. Es gustoso en ello.
—¡Qué mueno ere Entoñito! —dijo alborozado Fanfanito, al tiempo que colmaba de besos todo el epigastrio de su amigo. Y Entoñito, abochornado, se puso frenético y, apretando los maxilares, barbotó:
—¡Curru… chú! (que en inglés quiere decir chimpancé).
La gente empezó a arremolinarse y gritaban los más sindicados:
—¡Fanfanito tiene razón! ¡Si quiere unos zapatos color de bota, sus motivos tendrá. Es muy dueño de su cuerpo y puede hacer de él lo que se le antoje!
El director general de la zapatería estaba nervioso y no sabía qué postura tomar, hasta que, por fin, optó por ponerse en cuclillas, que es la clásica postura de todo buen vendedor de zapatos para los pies.
—¡Sinvergüenza, no disimule ahora poniéndose en cuclillas!
—¡Por favor, señores, calmen sus ánimos…! ¡Yo comprendo que están ustedes nerviosos debido al cambio de Gobierno[6], pero les ruego…
—¡Ni pero, ni nada! Usted le vende ahora mismo a este señor unos zapatos color de bota o llamamos a los piquetes. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
—Estamos en democracia —gritó el más enano y purulento de todos.
—¡Eso, eso! —repitieron todas las mujerzuelas del albornoz y las zapatillas con borla— ¡Viva la democracia!
El director general de la zapatería lloraba por las axilas maternas amargamente. Fanfanito, con esa valentía y seguridad que da el pueblo enfebrecido, gritó desde el púlpito:
—Entoñito, ¡el pueblo está conmigo!
Entoñito, entre tanto, atendía a los heridos más urgentes y certificados, que daban alaridos debido a las tracciones musculares que éste les practicaba, dejándoles descoyuntados y completamente inservibles para el servicio militar.
En un alarde de valor y heroísmo, y haciendo de tripas corazón y salchichas de Francfor, el director exclamó:
—¡Señores! Mi deseo sería, poder complacer a este noble caballero, pero el único par de zapatos color de bota que me quedaba se lo vendí ayer al Presidente de los Estados Unidos de Madagascar.
—Pues si no le quedan, que los pinte.
—¡Eso, eso, que los pinte!
—No sé pintar… —confesó humilde el comerciante.
—Eso no es asunto nuestro.
—¡Tiene razón esa persona que ha dicho eso! —dijo alguien desde el cuarto de baño.
Y un coro de más de cuatrocientas cincuenta y ocho mil personas, dirigido por Odón Alonso Quijano, repitió en do mayormente:
—¡Que lo pinte…! ¡Que lo pinteee…! ¡Que lo pinteeeeeee!
El director general, cada vez más empavorecido por la pátina de los siglos, no sabiendo qué hacer, se mordió desesperadamente las corvas. Y de pronto, y como un milagro, apareció por la puerta de Bisagra, el Presidente de los Estados Unidos de Madagascar, descalzo (como Martín), portando en ambas manos unos magníficos zapatos color de bota. Y con ese acento abulense que caracteriza a todos los presidentes del mundo, exclamó:
—Estos zapatos color de bota me están pequeños. Cámbiemelos por otros color de zapato y no se hable más del asunto.
Todo el mundo aplaudió con las manos aquel gesto noble y humano. El director general de la zapatería volvió a llorar, pero esta vez de alegría, e invitó a todos los asistentes y a los capitanes de los asistentes a una ronda de zapatos a elegir y a unos «canapés de felifrás». Fanfanito abrazó a su amigo y lo bendijo, diciendo:
—¡Entoñito, cuánto has crecío! ¡Mía, mía que majo estoy con eto zapato coló de bota!
Y Entoñito, agarrando a Fanfanito por las clavículas y retorciéndole el cuerpo como si fuera una aljofifa, le rompió varias vértebras que todavía tenía casi nuevas.