AQUEL POBRE HOMBRE QUE NO SABIA TOCAR LA TROMPETA

Esta historia que voy a contarles es una historia de mucha pena. Por lo menos a mí me da mucha pena, y espero que a todos ustedes también les cause mucha[3].

Aunque no era amigo mío ni le conocía de nada, a mí me daba mucha pena, porque el pobre no sabía tocar la trompeta, y a causa de esto él sufría en silencio.

Su familia también sufría, pero no en silencio, porque, como eran muchos y hablaban todos a la vez (o sea, que eran «alavezes», naturales de Álava), armaban mucho jaleo. Una mañana temprano cogí mi caballo y me fui a pasear. Y ya saben ustedes que cuando se va uno a pasear a caballo hay que cruzar la ría de Villagarcía, que es puerto de mar. Bueno, pues a la vuelta, que es donde lo venden tinto, me encontré con un trozo de la familia de aquel pobre hombre, que, como ya les he dicho anteriormente, no sabía tocar la trompeta, y me dijo el trozo:

—¿Se ha enterado usted de lo que pasa a Fieles?

(Se llamaba Fieles porque había nacido el 2 de noviembre, fecha ésta en que se celebra la festividad de los Fieles Difuntos). Yo, para no darme por enterado, contesté:

—No sé nada… ¿Qué le ocurre?

El trozo de la familia, compungida, apenas pudo responder:

—Pues… que el pobre… ¡no sabe tocar la trompeta!

Un sudor frío inundó mis carnes duras y tersas. Años más tarde, ya repuesto, pregunté:

—¡Y cómo ha sido eso?

—Pues ya ve usted, que a perro flaco todo son pulgas. Ayer, a eso de las seis cuarenta y cinco minutos, aproximadamente, mi cuñada, o sea, la mujer de Fieles, le notó algo raro y le preguntó: «¿Qué te pasa, Fieles?» (Su mujer nunca le llamaba Difuntos). Y él, a duras penas, pudo contestar: «Que no sé tocar la trompeta». Vino el médico, le recetó unas partituras… y como si nada.

—¿Tiene hijos?

—¿En dónde?

—En Grenoble…

—No, en Grenoble no tiene a nadie. A sus hijos los tiene en una incubadora.

—¿Para qué?

—Para ver si ponen huevos, como son gallinas…

—¿Tampoco saben tocar la trompeta? —pregunté yo, serenamente, para saber a qué atenerme.

—¿Las gallinas? ¡Naturalmente que saben! La mayor es profesora en partos y las otras seis están casadas con un director de orquesta en Nueva York, de América del Norte.

—Pues eso no… No había caído en ello. Pero no sé si nos dará tiempo, porque mañana tiene un concierto en Guatemala, a las veinticuatro cincuenta y ocho horas.

—Eso es lo malo… ¿Y si llamáramos al servicio de urgencia del Conservatorio de Música y le dieran unas someras lecciones para salir del paso?

—Tiene usted razón… ¿Cómo no se nos habrá ocurrido antes?

Y así se hizo. Fieles fue matriculado en el Conservatorio por vía de urgencia, y a las tres o cuatro horas ya sabía tocar la trompeta casi a la perfección, aunque con una sola mano, pues el pobre Fieles sólo tenía un brazo a cada lado de las piernas y las manos las tenia escayoladas a causa de un vendaval. Toda la familia celebró el hecho acaecido y celebró una misa «in corpore in sepulto» en acción de gracias. Fieles, ya repuesto de su mal, salió rumbo Guatemala en un avión flamante hecho a la medida por uno de los mejores avioneros alemanes de la Alcarria. En el aeropuerto le esperaban el boticario, el cura, el médico, el estanquero y la maestra de Guatemala (casi todos dando vivas y dándole patadas en las espinillas).

¡Y llegó el gran momento! Fieles estaba nervioso de las mandíbulas para abajo… Pero ¿por qué…? Le faltaba algo, pero no sabía qué… Y cuando el telón del gran teatro guatemalteco se levantó de la cama, el pobre Fieles se dio cuenta de que lo que le faltaba era lo primordial: la trompeta. Salió corriendo a la calle, pero todas las trompeterías de la ciudad estaban cerradas. El público, impaciente, reclamaba la presencia de Fieles y rompía las butacas con los dientes, ansiosos de ver al gran maestro trompetero. De pronto se hizo un silencio. Fieles apareció en el escenario con la mirada turbia y llena de albóndigas, y con un torpe balbuceo dijo así:

—Respetable público: no tengo trompeta. No he traído trompeta. No puedo tocar la trompeta. Bien sabe Dios que mi mayor deseo sería tocar, no solamente una trompeta, sino dos o tres o cinco mil trompetas, pero no tengo trompeta, ni una triste trompeta que llevarme a la boca. A cambio de esto, y si vuestra magnanimidad me lo permite, voy a tocar las nalgas.

Fieles, el gran Fieles, se subió al poneque[4] y, remangándose las perneras de su humilde pantalón, empezó su concierto de nalgas. Uno de los mejores que se han registrado en la historia musiconalgar de Guatemala. Acto seguido el gran Fieles murió a manos de la multitud guatemalteca.