Perdóname este olvido, Cibeles mía,
Perdóname de «in memoriam».
¡Perdóname, diosa fría!
Que nunca te haya cantado, no me reproches.
Yo esperaba a Calderón, o Lope de Vega Carpio
que te cantaran, Cibeles,
pero han pasado sus voces
a descansar a la fosa…
¡Y a otra cosa, mariposa!
Escúchame: aunque tú no hayas sido de carne y hueso,
y sean tus rígidas mejillas estatuarias;
más de una vez, te habría dado un beso,
si no fuere por los guardias.
¡Cuánto te quiero Cibeles!
¡Cuánto te adoro, cuánto te amo…!
¡Qué bien hueles!
Hueles a hombre con maletas
camino de la estación…
Hueles a nardo, a champaña…
Hueles a Banco de España,
a Metro, a carta, a estanco… ¡a buzón!
Así, siglos te ensalzara
¡a ti, Cibeles fermosa!
Pero… ¡ay! que tengo celos
de una estatua de varón:
tengo celos de Neptuno,
tengo celos de Neptuno,
tengo celos de otro uno:
tengo celos de Colón.
Yo no sé si estos señores
te habrán dado sus amores…
¡Me zahiere el corazón!
Dime… que tú no los quieres;
dime que tú no te ajuntas con ellos;
dime que por mí te mueres;
dime quién es Claudio Coello.
............................................................................................
Cuando embelesado en mi soliloquio estaba,
pasos en el suelo oí,
que hacia mí se adelantaban…
Torné la cabeza y vi
una especie de diabólica tartana.
¿Sabéis quién era? Neptuno, vestidito de organdí.
Saqué mi espada, con orgullo y honor,
y en este lance, el menguado Neptuno,
clavóme el tenedor.
—¡Adiós Cibeles! ¡Acuérdate de mí…!
Fueron mis últimas palabras.
Y al poco rato, ¡paf! morí.
Estas son cosas que molestan. ¡A vel!