ROMANCE MUNICIPAL

Fiestas de mayo chisperas,

llenas de amor y delirio…

¡Verbena de San Gaudencio…

¡Verbena de San Isidro…!

Rosquillas del Santo, tontas,

aguardiente, azucarillos…

Chulapas agarraditas

de su novio a los tobillos…

¡Verbena de San Genaro!

¡Verbena de San Baudilio!

¡Verbena de San Camacho!

¡Verbena de San Carrillo…!

En la fuente milagrosa

ya no beben los chiquillos,

porque hasta el agua del Santo

está llena de mosquitos.

Pero el Santo es milagroso,

y hace milagros sin tino:

¡El alcalde, ya va a misa

a rezar a San Isidro!

Detrás, el señor Tamames,

vestido de monaguillo,

reza una salve a la Virgen…

¡Virgen Santa, qué principio!

¡Todo huele a mejorana,

a sifón y a vino tinto!

¡A churros, a hierbabuena,

a buñuelo, a farolillo…!

Por la puerta de las Cortes

van entrando los ministros:

el de Educación y Ciencia,

el de Hacienda, el de Turismo;

el ministro de Trabajo

y el del Paro… (son el mismo)

El de Asuntos Exteriores,

llamado don Marcelino,

de un doble salto mortal

se sienta en el hemiciclo.

Más tarde, el señor Lavilla,

con su traje de domingo,

se sube a la balaustrada

y da un concierto de pito.

Todos corean gozosos:

¡Qué bien toca Landelino!

Y Múgica, don Enrique,

el del pelo «escarolino»

comenta en no sé qué idioma:

¡Ya nunca le contradizco!

¡Qué alegría y qué bondad

se respira. Dios bendito!

Todos se besan y abrazan…

¡Es día de San Isidro!

Se hace el silencio y la noche

echa su manto castizo,

la Cibeles se ha dormido

en brazos de don Emilio[2]

y por la calle Mayor,

el líder del municipio

Enrique Tierno Galván,

va portando un crucifijo.

¡Milagro…! —gritan los niños.

¡Milagro, de San Isidro!