Fue en esta calle… ¿te acuerdas?
hace tres años lo menos.
Tú estabas aquí sentada
en un sillón del convento
de las monjas de San Juan
y estabas comiendo queso,
con una gran rebanada
caliente, de pan moreno.
Tú ibas vestida rosa.
Yo iba vestido de negro.
Tú con zapatitos blanco.
Yo, con botines de viejo.
Fue en esta calle, ¿te acuerdas?
Siete años hace de esto.
Yo me acerqué hasta tu reja
toda cuajada de tiestos
de clavellinas y ortuñas,
de orfelias y gerineldos.
Tú llevabas un mantón
(todavía lo recuerdo)
de terciopelo bordado
por el propio Samaniego.
Yo llevaba un levitón
que me llegaba hasta el suelo,
y unos calzoncillos verdes
de fino y pulido lienzo.
Fue en esta calle… ¿te acuerdas?
Doce años hace de esto…
Parece que ha sido ayer
y sin embargo recuerdo
aquel grano que tenías
amarillo, purulento,
debajo de la barbilla
que te salía del bello…
¡Qué bello grano tenías!
parecía el de un sargento
de a caballo, que serviera
de los Flandes, en sus tercios.
La luna que estaba llena,
se reflejaba en el suelo,
y tu corazón latía,
la tía doña Consuelo.
Fue en esta calle… ¿te acuerdas?
¡Veinte años hace de ello!
Tú te llamabas Lorenza,
yo me llamaba Lorenzo…
y tu madre doña Ernesta
y tu padre don Ernesto.
Cogí tu cuerpo en mis brazos,
con ellos así tu cuerpo,
y en tus labios de rubí
deposité un casto beso.
De pronto, ¡cielo bendito!
grité: —¡Lorenza…! ¿qué es esto?
El cuerpo que hallé en mis brazos
a quien yo le di aquel beso…
¡no eras tú, que era tu padre,
tu padre, que hoy es mi suegro!
Fue en esta calle… ¿te acuerdas?
¡Treinta años hace de esto![1]