Tres escalones conducían a una lúgubre entrada.

La única iluminación provenía de una luz roja cerca del suelo. Entré en esa estancia de atmósfera rojiza y me detuve a escuchar. De la sala contigua salían unas voces. Me acerqué hacia ellas despacio, pasando la mano por la desnuda pared de cemento. A mi derecha encontré un umbral y me detuve. Entonces me asomé con cuidado.

Era una gran sala cuadrada. Cuatro antorchas proyectaban una oscilante luz anaranjada. Los monitores estaban sentados en largos bancos de madera, de cara a un escenario bajo sobre el que colgaba un estandarte malva que proclamaba: SÓLO LOS MEJORES.

Me di cuenta de que era un pequeño teatro, una especie de sala de actos. ¿Pero por qué estaba escondido en el bosque? ¿Y por qué se habían reunido esa noche los monitores?

No tuve que esperar mucho para saber las respuestas. Buddy salió al escenario y se colocó rápidamente bajo el haz de luz anaranjada. Luego se volvió para mirar de frente a la audiencia.

Yo entré en la sala furtivamente. Al fondo no había antorchas y la oscuridad era total. Fui avanzando a lo largo de la pared trasera. Encontré una especie de armario abierto y me metí en él.

Buddy levantó las manos y al instante los monitores dejaron de hablar, se incorporaron en las sillas y lo miraron.

—Es hora de refrescarnos —dijo Buddy. Su voz resonó en las paredes.

Se sacó una moneda del bolsillo. «Una Moneda Real», pensé. Colgaba de una larga cadena de oro.

—Es hora de refrescar nuestras mentes —prosiguió Buddy—. Hora de refrescar nuestra misión.

Alzó la moneda dorada, que resplandecía bajo la luz, y comenzó a hacerla oscilar. Adelante y atrás.

—Dejad la mente en blanco —ordenó con voz muy suave—. Dejad la mente en blanco, como yo he dejado la mía.

La brillante moneda oscilaba muy despacio adelante y atrás, adelante y atrás.

—En blanco... en blanco... —repetía Buddy.

¡Buddy estaba hipnotizando a todos los monitores! ¡Y él también estaba hipnotizado!

—¡Dejad la mente en blanco para servir al amo! —dijo Buddy—. Porque para eso estamos aquí. ¡Para servir al amo en su gloria!

«¿Quién es el amo? —me pregunté—. ¿De qué está hablando?»

Buddy siguió entonando eslóganes a los monitores. Tenía los ojos muy abiertos y no pestañeaba.

—¡Nosotros no pensamos! —gritó—. ¡No sentimos! ¡Nosotros nos entregamos para servir al amo!

Entonces obtuve respuesta a alguna de mis preguntas. Ahora sabía por qué Buddy no gritó ni se cayó al suelo después de haberle dado con el bate en el pecho. Estaba hipnotizado. Se encontraba en una especie de trance. Sencillamente, no sintió el golpe.

—¡Sólo los mejores! —exclamó, alzando los puños en el aire.

—¡Sólo los mejores! —repitieron los monitores. Sus rostros de miradas fijas parecían extraños, congelados bajo la oscilante luz anaranjada.

—¡Sólo los mejores! ¡Sólo los mejores!

Todos entonaban el lema una y otra vez. Sus voces resonaban en las paredes. Sólo se movían sus bocas, como si fueran marionetas.

—¡Sólo los mejores pueden servir al amo! —gritó Buddy.

—¡Sólo los mejores! —dijeron los monitores.

Durante toda la sesión Buddy había estado haciendo oscilar la moneda ante su cara. Ahora se la volvió a meter en el bolsillo.

La habitación quedó en silencio. Era un silencio pesado, espectral.

Entonces estornudé.