Me pasé toda la mañana buscándolos, a ellos y a mi hermano. Sabía que Elliot estaría empleándose a fondo en alguna competición, pero recorrí todo el campamento, desde el campo de fútbol hasta el campo de golf, y no lo vi por ninguna parte.
¿Habría desaparecido él también? Esa espantosa idea no se me iba de la cabeza.
«¡Tenemos que salir de aquí!», me repetía una y otra vez mientras recorría los caminos de tierra. El rey Jellyjam, aquel emplasto morado, me sonreía desde los carteles que había por todos sitios. Hasta su sonrisa dibujada me daba escalofríos.
Algo terrible pasaba en el campamento deportivo Rey Jellyjam. Y cuanto más caminaba, buscando siempre con la vista a mi hermano, más asustada estaba.
Buddy se me acercó después de comer y me llevó al campo de softball.
—No puedes abandonar a tu equipo, Wendy —me dijo severo—. Olvídate de lo que ocurrió ayer. Todavía tienes una oportunidad. Si ganas hoy, todos tendréis Monedas Reales.
Me importaban un pepino las monedas. Lo único que deseaba era ver a mis padres y a mi hermano. ¡Y salir de allí!
Ese día no fui pitcher. Jugué en la parte izquierda del campo, con lo que tuve tiempo de sobra para pensar.
Me dediqué a planear la fuga. «No será difícil —pensé—. Elliot y yo nos marcharemos furtivamente después de la cena, cuando todos estén viendo el Desfile de los Vencedores. Bajaremos la colina hasta llegar a la carretera y luego iremos andando o en autostop hasta el pueblo más cercano donde haya una comisaría.»
Sabía que la policía encontraría fácilmente a nuestros padres. Era un plan muy sencillo, ¿no? Lo único que tenía que hacer era encontrar a Elliot.
Nuestro equipo perdió el partido por siete a nueve. Los otros estaban decepcionados, pero a mí me daba igual. Todavía no había ganado ni una Moneda Real.
Cuando íbamos hacia los dormitorios vi que Buddy me miraba con expresión inquieta.
—Wendy, ¿qué deporte te toca ahora? —me dijo.
Fingí no haberle oído y seguí caminando. «Ahora me toca correr —pensé sombría—. Salir corriendo de este espantoso sitio.»
Cuando pasaba frente al pabellón principal, la tierra empezó a temblar con un rumor. Esta vez no hice ni caso y seguí andando hacia los dormitorios.
No encontré a Elliot hasta después de la cena. Vi que se dirigía al comedor con dos amigos. Iban riéndose y hablando en voz muy alta y empujándose unos a otros a golpes de pecho.
—¡Elliot! —salí corriendo tras él—. ¡Eh, Elliot! ¡Espera!
Él se volvió.
—Ah, hola. ¿Qué tal?
—¿Se te ha olvidado que tienes una hermana? —pregunté.
El me miró con los ojos entornados.
—¿Cómo dices?
—¿Dónde te habías metido?
Una ancha sonrisa se dibujó en su cara.
—He estado ganando esto. —Levantó la cadena que llevaba al cuello para enseñarme las Monedas Reales—. Ya tengo cinco.
—Increíble —dije sarcástica—. Oye, Elliot, tenemos que salir de aquí.
—¿Eh? ¿Marcharnos? —Hizo una mueca de desconcierto.
—Sí —insistí—. ¡Tenemos que huir del campamento esta misma noche!
—No puedo. ¡Ni hablar!
Los chicos pasaban a empujones junto a nosotros, de camino al Desfile de los Vencedores. Seguí a Elliot por las puertas del comedor y lo llevé a un lado, sobre la hierba del costado del edificio.
—¿Por qué no puedes marcharte? —pregunté.
—No me iré hasta que gane la sexta moneda —dijo, sacudiéndome el collar en las narices.
—¡Elliot, este sitio es peligroso! —exclamé—. Y mamá y papá deben de estar...
—Lo que pasa es que tienes envidia —me interrumpió, tintineando de nuevo las monedas—. Tú no has ganado ni una, ¿a que no?
Apreté los puños. Tenía ganas de estrangularlo. Estaba tan obsesionado con la competición... Siempre se esforzaba por ganar en todo.
Respiré hondo e intenté hablar con calma.
—Elliot, ¿no estás preocupado por papá y por mamá?
Mi hermano bajó la vista un momento.
—Un poco.
—Bueno, pues tenemos que salir de aquí y buscarlos.
—Mañana —dijo él—. Después de la carrera, mañana por la mañana. Cuando gane mi sexta moneda.
Abrí la boca para protestar, pero era inútil. Sabía lo terco que llega a ser mi hermano. Si quería ganar la sexta moneda, no se marcharía hasta conseguirlo. No podía discutir con él ni tampoco llevármelo a rastras.
—Justo después de las pruebas —le dije—, nos largamos. Ganes o pierdas, ¿de acuerdo?
Elliot lo pensó un momento.
—Vale —accedió por fin. Entonces echó a correr en pos de sus amigos.
Cuatro chicos marchaban en el Desfile de los Vencedores. Yo, mientras los veía pasar, pensaba en otros que habían desfilado antes. Dierdre, Rose, Jeff...
¿Se habrían ido a sus casas? ¿Los habrían venido a buscar sus padres? ¿Estarían ahora con su familia, sanos y salvos? «Tal vez me estoy asustando sin razón —me dije—. Al parecer, todos se lo pasan de maravilla. ¿Por qué soy la única que se preocupa?»
Entonces recordé que no había sido la única y me vino a la memoria el rostro de Alicia, cubierto de lágrimas. ¿Qué habría visto para asustarse tanto? ¿Por qué nos advirtió de forma tan desesperada que teníamos que marcharnos? «Probablemente nunca lo sabré», me dije.
Cuando terminó la ceremonia del Desfile de los Vencedores, yo no tenía ganas de volver a los dormitorios. Sabía que no iba a pegar ojo. Demasiadas preocupaciones me rondaban la cabeza.
Mientras los otros chicos iban a sus habitaciones yo me sumergí en las sombras. Luego recorrí a escondidas el camino de la colina que llevaba al pabellón principal.
Me escondí tras un ancho matorral y me dejé caer en la hierba. Era una noche fresca y nublada, de ambiente cargado y húmedo. Miré el cielo. Las nubes ocultaban las estrellas y la Luna. Muy a lo lejos se veían unas lucecitas rojas que se movían muy despacio en la oscuridad. Un avión. Me pregunté adónde se dirigía.
Los grillos empezaron a cantar. El viento me agitaba el pelo. Seguí mirando el cielo, intentando calmarme. Al cabo de unos minutos oí voces. Y pasos. Me acurruqué detrás del matorral.
Las voces eran cada vez más fuertes. Una chica se rió.
Me asomé con mucho cuidado entre las hojas y vi a dos monitores que avanzaban rápidamente por el camino que subía la pendiente. Detrás de ellos venía otro grupo de monitores. Caminaban como si tuvieran mucha prisa.
Me agaché más en mi escondite, oculta en la oscuridad. «Se dirigen al pabellón —pensé—. Debe de haber alguna reunión de monitores.»
Sus pantalones y camisetas blancos se veían perfectamente incluso en una noche tan oscura. Observé que subían por el camino sin que me vieran. Pero para mi sorpresa, no fueron al pabellón. A varios metros de la entrada se salieron del camino para meterse en el bosque.
¿Adónde iban?
Vi otros dos grupos de monitores internarse entre los árboles. «Debe de haber más de cien monitores en el campamento —me dije—. Y esta noche van todos al bosque.»
Esperé hasta que pasó el último de ellos y luego me levanté con cautela. Escudriñé el bosque, pero sólo se veía oscuridad, sombras sobre sombras.
Volví a agacharme al oír más voces. Asomada entre las ramas vi a Holly y Buddy. Caminaban a grandes zancadas. Esperé a que pasaran. Luego me levanté de un salto y, oculta entre las sombras, me puse a seguirlos.
No me paré a pensar qué me pasaría si me sorprendían. Tenía que saber adónde iban los monitores. Buddy y Holly caminaban muy deprisa entre los árboles, apartando de su camino las altas hierbas y pasando por encima de troncos caídos.
Me sorprendí al ver aparecer un edificio bajo y blanco que parecía brillar bajo la tenue luz. Tenía la cubierta curva, como la de un iglú.
«¿Qué será ese extraño edificio? —pensé—. ¿Por qué está escondido entre los árboles?»
En un lado había una oscura abertura. Holly se agachó para entrar por ella. Buddy la siguió. Estuve esperando casi un minuto, luego me acerqué.
El corazón me palpitaba con fuerza. Era un edificio muy raro, redondo y liso como una superficie de hielo. Vacilé un momento. Me asomé por la abertura, pero no se veía nada. No se oía ninguna voz.
«¿Qué hago? —me dije—. ¿Entro?»
Sí.
Respiré hondo y me agaché para pasar.