La sonrisa de Buddy se desvaneció. Me miró entrecerrando los ojos y me señaló con el dedo.

—Me gusta cómo pegas —dijo—. Pero deberías buscarte un bate más ligero.

—¿Eh? —exclamé con la boca abierta. No podía ni moverme—. Buddy...

El cogió el bate del suelo.

—¿Te sientes cómoda con él? A ver, que te vea moverlo otra vez, Wendy.

Cogí el bate con manos temblorosas, sin apartar los ojos de Buddy. Esperaba que lanzara un grito, que se agarrara el pecho y cayera al suelo hecho un guiñapo.

—Algunos bates de aluminio son más ligeros —dijo, apartándose el pelo con una mano—. Venga, muévelo.

Me aparté unos pasos de él, todavía temblorosa. Quería asegurarme de que no le daba otra vez. Entonces eché atrás el bate y lancé el golpe.

—¿Qué tal? —preguntó.

—B-bien —balbucí.

Me hizo un gesto con el pulgar hacia arriba y fue a hablar con Ronni.

«¡Madre mía! —pensé—. ¿Pero qué está pasando aquí?» Le había dado tal golpe en el pecho que tendría que haberle roto varias costillas, o al menos haberlo dejado sin aliento. ¡Pero él ni se había dado cuenta!

¿Qué estaba pasando?

En la cena se lo conté Jan e Ivy. Jan soltó una risita.

—Supongo que no bateas tan fuerte como te piensas.

—¡Pero hizo un ruido espantoso! ¡Como un montón de huevos rompiéndose o algo así! —exclamé—. Y él siguió hablando como si nada.

—Probablemente esperó hasta estar fuera de tu vista y luego se puso a chillar como un loco —dijo Ivy.

Solté una risa forzada con mis amigas, pero la verdad es que aquello no tenía mucha gracia. Era todo demasiado raro. Nadie recibe un golpe como ése sin quejarse.

Nuestro equipo había perdido por diez puntos. Pero después de aquel craaaak, ¿quién podía concentrarse en el juego?

Miré hacia la mesa de monitores, al otro lado del comedor. Buddy estaba sentado en un extremo, riéndose y hablando con Holly. Parecía encontrarse perfectamente. De todas formas, no dejé de mirarle en toda la comida. No hacía más que recordar el espantoso craaaak del bate golpeándole en el pecho. No me lo quitaba de la cabeza.

Seguía pensando en lo mismo cuando salimos en tropel después de cenar para el Desfile de los Vencedores. Era una noche ventosa. Las antorchas flameaban, a punto de apagarse. Los árboles se estremecían doblados y sus ramas parecían querer alcanzar el suelo.

Cuando sonó la marcha, los vencedores empezaron a desfilar. Rose me saludó al pasar. Jeff caminaba orgullosamente al final de la fila, con las monedas tintineando en torno al cuello.

Después de la ceremonia volví corriendo a mi habitación y me metí en la cama. La cabeza me iba a explotar y sólo quería dormir y olvidarme de todo.

Al día siguiente Rose y Jeff no bajaron a desayunar.