—¿Cómo dices? —Me lo quedé mirando con la boca abierta.

¿Qué decía? ¿Adónde tenía que ir? ¿Tenía que irme... como Dierdre y Alicia?

—Tienes que practicar algún deporte —me explicó Buddy con suavidad. Su expresión solemne no se inmutó—. No puedes andar mirando cómo juegan los demás. El rey Jellyjam nunca lo aprobaría.

«¡Me gustaría pisotear ese asqueroso emplasto! —pensé furiosa—. Qué nombre más imbécil. Rey Jellyjam. ¡Aj!»

Buddy me había dado un susto de muerte. ¿Es que intentaba asustarme?, me pregunté. «No —decidí rápidamente—. Buddy no sabe que estoy preocupada. ¿Cómo iba a saberlo?»

El monitor entró corriendo en la pista, le dio una palmada a Jeff en la espalda y le tendió una Moneda Real.

—¡Bien hecho, chaval! —exclamó, haciendo un gesto con el pulgar hacia arriba—. Te veré esta noche en el Desfile de los Vencedores. ¡Sólo los mejores!

Buddy dirigió unas palabras a mi hermano. Elliot se encogió de hombros varias veces y dijo algo que hizo reír al monitor. Yo no oía nada.

Cuando Elliot se marchó a practicar algún otro deporte, Buddy se me acercó rápidamente, me puso el brazo por los hombros y me alejó de la pista de baloncesto.

—Me parece que te falta empuje, Wendy.

—Supongo —repliqué. ¿Qué demonios significaba eso?

—Bueno, pues te voy a dar un horario para hoy. A ver si te gusta. Primero te he preparado un campeonato de tenis. Tú juegas a tenis, ¿no?

—Un poco. No soy muy buena, pero...

—Después del tenis ve al campo de softball, ¿vale? —prosiguió él—. Te he puesto en uno de los equipos.

Me dedicó una fugaz sonrisa.

—Creo que te lo pasarás mucho mejor si participas, ¿no te parece?

—Sí, probablemente. —Querría haber mostrado más entusiasmo, pero me fue imposible.

Buddy me llevó a una de las pistas de tenis. Una chica afroamericana de mi edad se estaba calentando jugando al frontón. Cuando me acerqué, se volvió a saludarme.

—¿Qué tal?

—Bien —contesté, y nos presentamos.

Se llamaba Rose. Era alta y muy guapa. Llevaba una camiseta morada y pantalones cortos negros. Y un aro en la oreja.

Buddy me tendió una raqueta.

—Divertíos —dijo—. Y cuidado, Wendy. ¡Rose ya tiene cinco Monedas Reales!

—¿Eres buena jugando al tenis? —pregunté mientras le daba vueltas a la raqueta con la mano.

Rose asintió con la cabeza.

—Sí, muy buena. ¿Y tú?

—No lo sé —dije sinceramente—. Mi amiga y yo jugábamos sólo por diversión.

Rose se echó a reír. Tenía una risa profunda y gutural. Me gustó. Era una risa contagiosa.

—¡Yo nunca juego por diversión! —declaró.

Decía la verdad. Durante el precalentamiento, Rose se inclinaba, con el cuerpo tenso y los ojos entornados, y me devolvía la pelota como si estuviéramos jugando la final de un campeonato.

Cuando empezó el partido, jugó todavía con más intensidad. Rápidamente descubrí que no era rival para ella. ¡Con algo de suerte sólo lograba devolver sus servicios!

Rose era buena deportista. La sorprendí riéndose algunas veces de mi revés a dos manos, pero no se burló de mi patético juego. Y la verdad es que me fue dando muy buenos consejos.

Me ganó un juego tras otro. Yo la felicité. Parecía muy emocionada ante la perspectiva de ganar su sexta Moneda Real.

Una monitora que yo no conocía apareció en la pista para darle la moneda a Rose.

—Nos vemos esta noche en el Desfile de los Vencedores —dijo con una sonrisa. Entonces se volvió hacia mí—. El campo de softball está en aquella dirección, Wendy —señaló.

Le di las gracias y eché a andar.

—¡No andes, corre! —gritó ella—. ¡Un poco de ánimo! ¡Sólo los mejores!

Lancé un gruñido, pero no creo que me oyera. Obedientemente, eché a correr. ¿Por qué todo el mundo me metía prisa para todo? ¿Por qué no podía ir a tomar el sol tranquilamente a la piscina?

Cuando apareció ante mis ojos el campo de softball me animé un poco. La verdad es que me gusta el softball. No se me da muy bien correr, pero soy muy buena bateadora.

Los equipos eran mixtos.

Reconocí a dos chicas que estaban esa mañana en mi mesa del desayuno. Una de ellas me lanzó un bate.

—Hola. Me llamo Ronni. Puedes entrar en nuestro equipo. ¿Sabes lanzar?

—Más o menos —contesté, cogiendo bien el bate—. A veces practico un poco después de clases.

Ella asintió con la cabeza.

—Vale. Lanza los primeros tantos, si quieres.

Ronni llamó a los demás y nos agrupamos. Luego nos colocamos y los que no tenían posiciones en el campo eligieron sus puestos.

—¿Si ganamos nos dan a todos Monedas Reales? —preguntó un chico con un tatuaje falso de un águila en el hombro.

—Sí —contestó Ronni.

Todos estallaron en vítores

—No cantéis victoria todavía. ¡Primero hay que ganar! —exclamó Ronni.

Entonces nos fue dando el orden de bateadores. Como yo era pitcher, me tocaba en noveno lugar. Pero ya que tenía el bate en la mano, decidí practicar un poco. Me aparté de los otros, detrás de la línea de la tercera base.

Cogí bien el bate y lo blandí suavemente. Me gusta balancearlo muy arriba, pues como no tengo mucha fuerza, así consigo golpes más efectivos. El bate parecía bueno. Lo hice oscilar un poco más. Luego me lo eché al hombro y golpeé con todas mis fuerzas.

No vi que Buddy estaba ahí. El bate le dio en el pecho. Se estrelló contra sus costillas con un espantoso craaak.

Se me cayó el bate de las manos y retrocedí conmocionada, horrorizada.