Me quedé petrificada, congelada de la cabeza a los pies.

Los oscuros ojos del monitor llameaban bajo la luz de los focos.

—¿Qué haces aquí fuera? —preguntó.

Yo respiré hondo, dispuesta a contestar, pero una voz se me adelantó.

—Mira que eres ruidoso. —Era una monitora de pelo corto y moreno.

Me agaché rápidamente, jadeando, aterrorizada tras los arbustos intentando no hacer ni el menor ruido.

Mis dos amigas se pusieron a gatas.

—Me estás siguiendo, ¿verdad? —bromeó el monitor.

—¿Y por qué iba a seguirte? ¡A lo mejor eres tú el que me sigue a mí! —contestó la mujer.

Me di cuenta, aliviada, de que no nos habían visto. Estábamos a medio metro de ellos, pero no nos veían detrás de los matorrales.

Un instante después los monitores se alejaron juntos. Nosotras esperamos un buen rato, escuchando con atención, hasta que dejamos de oír sus voces. Luego nos levantamos despacio.

—Alicia, ¿estás bien? —pregunté.

—¿Alicia? —la llamaron Jan e Ivy.

La pequeña se había esfumado.

Entramos furtivamente en nuestro edificio por una puerta lateral. Por suerte no había monitores por los pasillos. No se veía un alma.

—Dierdre, ¿estás aquí? —preguntó Jan en cuanto llegamos a la habitación.

Silencio.

Encendí la luz y vimos que la cama de Dierdre estaba vacía.

—Es mejor que apagues la luz —me advirtió Ivy—. Ya ha pasado la hora de acostarse.

Apagué y fui a trompicones hasta mi litera, esperando que se me acostumbraran los ojos a la oscuridad.

—¿Pero dónde estará Dierdre? —se preguntó Ivy—. Estoy un poco preocupada. ¿No deberíamos decirle lo que pasa a algún monitor?

—¿A qué monitor? —Jan se tiró en su litera—. No hay ninguno. Andan todos por ahí.

—Seguro que Dierdre estará en alguna fiesta y se ha olvidado de nosotras —dije bostezando. Me agaché para abrir la cama.

—¿Qué creéis que habrá visto aquella niña? —preguntó Ivy, asomada a la ventana.

—¿Alicia? Supongo que tuvo una pesadilla —contesté.

—¡Pues estaba muerta de miedo! —dijo Jan, moviendo la cabeza—. ¿Y qué hacía ahí fuera?

—¿Y por qué huyó así de nosotras? —añadió Ivy.

—Muy raro —murmuré.

—Sí que es raro, sí —convino Jan. La verdad es que esa noche había sido de lo más rara. Jan se acercó a la cómoda—. Me voy a poner el pijama. Mañana es un gran día. Tengo que ganar dos Monedas Reales.

—Yo también —dijo Ivy con un bostezo.

Jan abrió un cajón.

—¡Oh, no! —chilló—. ¡No! ¡No puede ser!