«¡Algo les ha pasado a mamá y papá!»
Eso fue lo primero que se me pasó por la cabeza.
—¿Qué sucede? —exclamé—. ¡Mis padres! ¿Están bien? ¿Están...?
—Todavía no hemos encontrado a tus padres —dijo Holly, echándome una toalla sobre los hombros temblorosos. Luego me llevó a un banco a un lado de la piscina.
—¿Es Elliot? —dije, sentándome a su lado—. ¿Qué pasa?
Holly me rodeó los hombros con el brazo y se inclinó sobre mí mirándome a los ojos.
—Wendy, el problema es que realmente no te has esforzado para ganar la carrera.
Tragué saliva.
—¿Cómo dices?
—Te he estado observando —prosiguió ella—. Vi que aminorabas el ritmo en el último largo. No creo que hicieras todo lo posible por ganar.
—Pero... pero...
Holly seguía mirándome sin pestañear.
—¿Me equivoco?
—No... no estoy acostumbrada a nadar tanta distancia —balbucí—. Ha sido mi primera carrera. No creo que...
—Ya sé que eres nueva aquí. —Holly me espantó una mosca de la pierna—. Pero conoces el lema del campamento, ¿no?
—Claro —contesté—. ¡Está por todas partes! ¿Pero qué significa «sólo los mejores»?
—Supongo que es una especie de advertencia —dijo Holly pensativa—. Por eso he querido hablar ahora contigo, Wendy.
—¿Una advertencia? —exclamé, más desconcertada que nunca—. ¿Una advertencia de qué?
Holly no contestó. Se levantó con una sonrisa forzada.
—Nos vemos luego, ¿vale?
Dio media vuelta y se marchó a toda prisa.
Me envolví los hombros en la toalla y fui al dormitorio a cambiarme. Al pasar junto a las pistas de tenis pensé en las palabras de Holly.
¿Por qué era tan importante que ganara la carrera? ¿Para que me dieran una de esas monedas doradas con el rey morado? ¿Qué interés tenían para mí esas monedas? ¿Por qué no podía limitarme a jugar, hacer nuevos amigos y divertirme?
¿Por qué había dicho Holly que me estaba dando una advertencia? ¿Qué me estaba advirtiendo?
Moví la cabeza, intentando sacudirme todas aquellas desconcertantes preguntas. Algunos de mis amigos me habían hablado de los campamentos deportivos. Decían que los había verdaderamente duros. Los chicos se lo tomaban todo muy en serio y sólo querían ganar, ganar y ganar.
Supuse que aquél era uno de esos campamentos.
«En fin —pensé, suspirando—. No tengo por qué quedarme si no me gusta. Mamá y papá vendrán pronto a por nosotros.»
En ese momento alcé la vista y vi a Elliot. Estaba tirado boca abajo en el suelo, con los brazos y las piernas abiertos en extraña postura. Los ojos cerrados.
Estaba inconsciente.