La enorme piscina azul resplandecía bajo el sol. El cemento me quemaba los pies desnudos. Estaba deseando meterme en el agua.

Me protegí los ojos con una mano y busqué con la mirada a Elliot, pero no lo distinguí entre la multitud de chicos que se había reunido para ver la competición. «Seguro que ya ha practicado más de tres deportes», me dije. Aquél era el campamento perfecto para mi hermano.

Miré la hilera de chicas que esperaban para competir en la carrera. Estábamos todas al borde de la piscina, por el lado más profundo, esperando para tirarnos al agua.

Las conté en silencio.

Participábamos por lo menos dos docenas de chicas, y la piscina era tan ancha que cada una tendría un carril.

—Oye, mi bañador te queda estupendo —dijo Dierdre—. Te deberías haber recogido el pelo, Wendy. Te va a retrasar.

«Vaya —pensé—. Sí que se lo toma en serio.»

—¿Eres buena nadando? —pregunté.

Ella espantó una mosca que tenía en la pierna.

—La mejor —dijo con una sonrisa—. ¿Y tú?

—La verdad es que nunca he competido.

Las monitoras de la piscina eran todas jóvenes y llevaban biquinis blancos. Holly estaba sentada en el trampolín, hablando con otra monitora. Una joven alta y pelirroja se acercó al borde de la piscina y tocó el silbato.

—¿Listas? —preguntó.

Todas respondimos que sí a gritos. Luego nos quedamos en silencio y nos inclinamos, listas para zambullirnos. El agua relumbraba a mis pies. El sol me quemaba la espalda y los hombros. Estaba a punto de derretirme. No podía esperar más.

De pronto sonó el silbato. Di un salto y caí al agua. Me quedé sin aliento con el choque del agua fría en la piel caliente. Empecé a nadar con fuerza.

El salpicar de brazos y piernas parecía el rugido de una cascada. Hundí la cara en el agua, sintiendo su frescura. Al volver la cabeza vi a Dierdre unos cuerpos detrás de mí. Nadaba con ritmo regular, moviendo con suavidad y elegancia brazos y piernas.

«Voy la primera —advertí, mirando en torno a la piscina—. ¡Estoy ganando!»

Llegué al otro extremo de la piscina, giré rápidamente y me impulsé con los pies. Mientras yo iba de nuevo hacia la parte honda, las otras chicas todavía intentaban terminar el primer largo.

Nadé con más fuerza. El corazón comenzó a martillearme. Sabía que ganaría la primera vuelta con facilidad, pero todavía quedaban tres.

Tres vueltas...

De pronto me di cuenta de lo tonta que había sido. Las otras chicas guardaban sus reservas para el final. No nadaban a toda velocidad porque sabían que era una carrera de cuatro vueltas. ¡Si yo seguía esforzándome tanto, no aguantaría ni dos!

Respiré hondo y solté el aire despacio.

Despacio... despacio...

Ésa fue la palabra clave. Empecé a mover los brazos y las piernas más despacio, respirando hondo, sin prisa. Al girar para comenzar la segunda vuelta, varias nadadoras estaban ya a mi altura. Dierdre pasó junto a mí sin romper su ritmo. Brazada, brazada, respirar, brazada.

Al otro lado de Dierdre nadaba Jan, cómodamente, con facilidad. Era tan pequeña y ligera que parecía deslizarse encima del agua.

Al llegar a la tercera vuelta estaba unos cuerpos por detrás de Dierdre. Tenía que concentrarme en mantener un ritmo lento y regular. Imaginé que era un robot programado para nadar despacio.

Dierdre entró en la cuarta vuelta pocos segundos por delante de mí. Vi que su expresión cambiaba al girar. Entornó los ojos y todo su rostro se tensó.

Era evidente que deseaba con toda su alma ganar.

Me pregunté si sería capaz de alcanzarla, si sería capaz de vencerla. Giré yo también y aumenté la velocidad sin hacer caso del dolor de mis brazos ni del calambre del pie izquierdo. Me lancé hacia delante, moviendo los pies con fuerza y hendiendo el agua con los brazos.

Cada vez más deprisa.

Al adelantar a Jan vi su expresión de desilusión. El movimiento de brazos y piernas convertía el agua en espuma. El fuerte sonido del chapoteo casi ahogaba los vítores de los chicos que nos miraban desde el borde de la piscina.

El corazón me latía con tanta fuerza que pensé que iba a explotarme en el pecho. Me dolían los brazos y me parecía que pesaban una tonelada.

Cada vez más deprisa...

Me acercaba a Dierdre. Tan cerca estaba que oía sus roncas respiraciones. Vi su cara, tensa de concentración. «Es igual que Elliot —pensé—. Desea ganar con toda su alma.»

Muchas veces dejo que Elliot me gane en los juegos, porque a él le importa mucho más que a mí. Lo mismo le pasaba a Dierdre. Al acercarnos al extremo más hondo de la piscina, dejé que Dierdre entrara primero. Vi lo importante que era eso para ella, vi lo desesperada que estaba por ganar. «Qué demonios —pensé—. No pasa nada si llego la segunda.»

Oí los vítores cuando Dierdre ganó la carrera. Yo toqué la pared y luego me sumergí. Volví a salir a la superficie y me agarré al borde de la piscina.

Me dolía y me palpitaba todo el cuerpo. No dejaba de jadear. Cerré los ojos y me eché atrás el pelo con las dos manos para escurrir el agua. Tenía los brazos tan cansados que apenas podía salir de la piscina. Fui una de las últimas en salir.

Las otras habían formado un círculo en torno a Dierdre. Me abrí paso entre la multitud de chicas para ver qué pasaba. Me ardían los ojos. Al enjugarme el agua vi que el monitor pelirrojo le daba algo a Dierdre, algo brillante y dorado.

Todas estallaron en vítores. Luego el círculo se rompió y las chicas se marcharon en distintas direcciones. Yo me acerqué a Dierdre.

—¡Muy bien! —la felicité—. He estado cerca, pero tú eres muy rápida.

—Estoy en el equipo de natación del colegio —contestó ella, alzando el objeto dorado que le había dado el monitor.

Era una moneda de oro con un sonriente rey Jellyjam grabado. No conseguí leer las palabras inscritas al borde, pero me imaginé lo que ponía.

—¡Es mi quinta Moneda Real! —declaró Dierdre con orgullo.

«¿Por qué está tan emocionada?», me pregunté. No era una moneda auténtica. ¡Probablemente no era ni siquiera de oro!

—¿Qué es una Moneda Real?

—Si gano una más podré participar en el Desfile de los Vencedores —me explicó Dierdre.

Justo cuando yo iba a preguntar qué era el Desfile de los Vencedores, Jan e Ivy se acercaron corriendo a felicitarla, y las tres se pusieron a hablar a la vez.

De pronto me acordé de mi hermano. «¿Dónde estará Elliot? —me pregunté—. ¿Qué estará haciendo?»

Me aparté de las chicas para dirigirme a la salida de la piscina, pero sólo había dado unos cuantos pasos cuando oí que alguien me llamaba.

Al darme la vuelta vi que Holly se acercaba corriendo con una expresión inquieta en sus labios pintados de malva.

—Wendy, más vale que vengas conmigo.

Se me cayó el alma a los pies.

—¿Eh? ¿Qué pasa?

—Me temo que hay un problema.