En una cantina del centro, en pleno barrio Guayaquil, y apenas empezando la noche, el Mono le veía el fondo a una botella de aguardiente. Twiggy lo encontró ya borracho. El le reclamó por haberse demorado y ella a él por estar bebiendo. No, Mono, le dijo, con semejante lío te toca tener la cabeza muy fría. Así es cuando uno la caga. Les voy a mandar a ese viejo en pedacitos, le dijo el Mono. Mandáselos como querás, le dijo ella, pero tenés que dejar de beber. Se los voy a devolver dentro de una caja de zapatos, dijo el Mono con más rabia. Twiggy levantó el brazo para llamar a una mesera y le pidió una cerveza. Miró a su alrededor con desconfianza, y dijo, a mí no me gusta este sitio, Mono. Mejor dicho, no me gusta venir por acá.
—Aquí abren temprano y cierran tarde —le dijo el Mono.
Ella sacó un cigarrillo de la cartera, que mantenía abrazada desde que llegó. La mesera volvió con la cerveza y un vaso, pero Twiggy prefirió tomársela a pico de botella. De pronto vio que el Mono empezó a sacudirse y a ponerse colorado.
—¿Qué te pasa, Mono?
El apretó los ojos y los dientes, cada vez más rojo.
—¿Qué te está pasando? Respirá, Mono, toma aire.
Twiggy intentó tomarle una mano, pero él la retiró tan rápido que golpeó una copa y fue a dar al piso. Cuando ya parecía que no podía aguantar más, reventó en un llanto estridente.
—Mono —dijo Twiggy, y volvió a buscarle la mano.
El se cubrió la cara y siguió llorando. La mesera lo miró desde la barra, mientras jugaba a enroscar un chicle en el dedo.
—Esto no es bueno, Mono —dijo Twiggy.
—Lo que más me duele —dijo él, con la mano empuñada y entre ahogos—, lo que me arde, es la manera como trataron a mi mamá.
Twiggy volvió a llamar a la mesera y le pidió una servilleta. La ultrajaron, dijo el Mono, le volvieron mierda la casa, la amenazaron. ¿Y ella te preguntó por qué habían ido? El Mono asintió. ¿Qué le dijiste? ¿Qué le iba a decir?, que no tenía ni idea, que iba a averiguar por qué habían ido y que les iba a exigir que le pagaran todo lo que le rompieron. La mesera volvió con la servilleta.
—Limpíate —le dijo Twiggy al Mono.
Ella tomó cerveza mientras él se secaba los ojos.
—Te están siguiendo —dijo Twiggy—. ¿Será que el Cejón te delató?
—El Cejón no sabe dónde vivo —dijo el Mono. Se sonó la nariz y añadió—: Dizque uno de ellos hablaba en otro idioma.
—¿El belga?
El Mono asintió.
—Yo te advertí que ese belga nos iba a joder la vida —dijo él.
—Te están siguiendo, Mono. De eso no hay duda.
—Por eso te llamé.
—No, Monito, ya no más favores, por favor.
—Allá no puedo volver.
—¿Y a qué tenés que volver a tu casa? Soltá a ese viejo y te largás para otra ciudad.
—Al viejo lo voy a matar.
—Bueno, lo matás y te largás. Pero tenés que moverte, Mono, te van a agarrar.
—No me puedo ir sin algo que tengo allá.
—¿Dónde?
—Pues en mi casa.
—Tu mamá te lo lleva a algún lado.
—No, a mi mamá no la puedo meter más en esto.
—¿Y a mí sí?
El Mono alzó la botella y vio que le quedaban al menos dos tragos. Desenroscó la tapa y bebió. Apenas terminó, llamó a la mesera con la mano. No, Mono, no más. Dejame. Si pedís más, me voy. La mesera se acercó con desgana. Ajá, dijo. El Mono miró a Twiggy. Nada, le dijo el Mono a la mesera. Ella salió refunfuñando.
—Vos sos de toda mi confianza —le dijo el Mono a Twiggy.
—No, pues qué piropo.
—En serio.
Ella se echó hacia delante, botó el humo y le dijo:
—¿Llevamos cuatro años juntos y querés que me ponga feliz porque apenas ahora me decís que confias en mí?
El Mono se quedó mirándola y volvió a hacer pucheros.
—Ay, Mono, no vas a empezar otra vez. Te estás volviendo muy llorón.
El se limpió los ojos con la servilleta arrugada y se quedaron callados un rato, oyendo una canción de Julio Iglesias. Twiggy terminó el cigarrillo y la cerveza. Luego tarareó, Aún recuerdo aquel ayer cuando estabas junto a mí, tú me hablabas del amor, yo aún podía sonreír… El Mono puso la mano sobre la mesa y la abrió para que ella se la tomara.
—Vos sos mi norte, mónita —le dijo—, mis pies en la tierra.
Ella le sonrió y le apretó la mano.
—Toda mi vida he trabajado muy duro —dijo el Mono—. Desde muy muchacho me he arriesgado para levantarme unos pesitos. Y he sido juicioso, me he tomado mis traguitos, pero de ahí no paso. No juego, no me gasto la plata en mujeres, de vez en cuando me fumo un baretico pero no tengo más vicios.
—¿Por qué la biografía, Mono? —lo interrumpió Twiggy.
Seguían agarrados de la mano. El dudó en decir algo hasta que finalmente se decidió:
—Tengo todos mis ahorros guardados en la casa.
Twiggy abrió los ojos. ¿Todos? Todos. Qué descuido, Mono. ¿Y dónde más los podía guardar?, vos sabés que a mí no me quieren en los bancos. Pues sí, pero…, dijo Twiggy, y le preguntó, ¿y el allanamiento? No los encontraron, los tengo muy escondidos, respondió él, y eso es lo que quiero pedirte, que vayás a buscarlos. Ella se movió incómoda en el taburete. ¿Y como cuánto hay ahí?, preguntó. No sé, nunca lo he contado. ¿Y dónde está guardado? ¿Vas a ir?, preguntó él. Ella titubeó, pues sí, pero ¿y tu mamá? Pues cuando salga para misa, dijo el Mono. Twiggy se mordió un nudillo. ¿Te acordás de la lámpara que me regalaste?, le preguntó el Mono. ¿La roja del techo? Sí, esa. ¿Ahí?, preguntó Twiggy, extrañada. Encima, dijo él. Ella se quedó callada, respirando hondo, y él le dijo, se te puso helada la mano, mi amor.