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Cinco días después, sentados a una mesa en la terraza, al calor de un sol artificial, el olfato y la vista halagados por la profusión de flores del jardín, Jerry escuchaba a la señorita Brunner. La mesa era cuadrada. En los otros tres lados del cuadrado estaban sentados la señorita Brunner, frente a Jerry, Maj-Britt a la derecha, y el profesor Hira a la izquierda.

—Bueno —decía con animación la señorita Brunner—, hemos llegado a conocernos bastante bien unos a otros, creo. Me asombra la rapidez con que te adaptaste, Maj-Britt.

Jerry miró a su mujer de soslayo. Él y ella eran aquí las bellezas sin duda alguna, ambos elegantes y de aspecto delicado, ella acaso un poco más pálida que él. Maj-Britt sonreía dulcemente a la señorita Brunner, quien a su vez le palmeaba afectuosamente la mano.

El profesor Hira estaba leyendo un Aftonbladet de dos días atrás.

—El único problema que veo es esta idea de la policía de que usted secuestró al señor y a la señora Cornelius, señorita Brunner —dijo el profesor—. La han seguido hasta Laponia y ya habrán descubierto las señales exteriores de nuestra instalación… este periódico es atrasado, como ve.

—Nosotros tenemos nuestras defensas, profesor —le recordó ella—. Además podríamos clausurar algunas secciones del sistema de cavernas, si fuera necesario. Mañana es el día G, y luego, en un plazo máximo de cuarenta y ocho horas, habremos terminado. Ni siquiera un ataque abierto al Laplab, cosa improbable, tendría éxito, a menos que utilizaran armas nucleares; y yo no veo a los suecos haciendo algo así ¿y usted?

—¿No convendría que el señor Cornelius saliera a hablar con los policías que patrullan la zona?

—No, profesor. Rotundamente no. No podemos correr el riesgo de perder ahora al señor Cornelius.

—Me siento halagado —dijo Jerry con un dejo de amargura—. Se podría, en cambio, dejar entrar a algunos para que yo les hablase. No es necesario que pasen de la puerta… no tendrían por qué ver a DUELO.

—Tampoco se lo pedirían. No olvide, señor Cornelius, que éste territorio pertenece a los lapones bajo la protección del gobierno sueco. Estarían más que ansiosos por inspeccionarnos… particularmente en la actual situación internacional y con la frontera rusa tan próxima. Este es el momento menos oportuno para hostigar a un gobierno nervioso.

Maj-Britt habló, vacilante.

—Podría ir yo.

La señorita Brunner acarició los cabellos de la muchacha.

—Lo siento, querida mía, pero no confío bastante en ti. Todavía estás un poco enferma, sabes.

—Disculpe, señorita Brunner.

Jerry se recostó en su silla, cruzando los brazos.

—¿Qué, entonces?

—Sólo nos queda esperar que todo salga bien, como he dicho.

—Hay otra alternativa. —Jerry descruzó los brazos—. Podríamos enviar algunos hombres afuera a ver qué sucede, disimular la entrada de la cueva, y atraer adentro a algunos policías con algún pretexto y liquidarlos.

—Eso no resolvería realmente el problema, pero diré que lo hagan. —Se levantó, entró en el cuarto, y tomó un teléfono—. Al menos podremos interrogar a algunos y saber con exactitud qué terreno pisamos. —Discó un número de dos dígitos y dio algunas instrucciones por el parlante.

—Y ahora —dijo complacida, invitándolos con un ademán a entrar en el cuarto—, continuemos con nuestros experimentos. No hay mucho que hacer, pero nos queda poco tiempo antes del día G.

—Y entonces, espero, usted nos dirá qué es exactamente el «día G», señorita Brunner. Todos tenemos una gran curiosidad… aunque yo algo he adivinado, creo. —El profesor Hira rió excitado.

Vibrante, sintiendo que una enorme energía le palpitaba en el cuerpo, la cara encendida, la cabeza liviana, Jerry dobló las ropas de Maj-Britt y las colocó encima de las del profesor Hira. Se sentía totalmente apto, totalmente purificado, totalmente vivo. Más aún> se sentía colmado, reconfortado, a gusto, y en paz; como un gran tigre en la flor de la edad, como un joven dios, pensó.

La señorita Brunner, acostada en la cama, le hizo un guiño de entendimiento.

—¿Cómo? —preguntó él—. No me di cuenta hasta que pasó.

—Es el poder —dijo ella voluptuosamente—, el poder que muchos tienen en potencia. Usted lo tenía. Es natural ¿no?

—Sí. —Se acostó al lado de ella—. Pero nunca había oído hablar de nada semejante. No físicamente, en todo caso.

—Es un juego de niños. Se ha escrito mucho al respecto, en una u otra forma. Las mitologías del mundo, particularmente las más cercanas a las fuentes, la hindú y la budista, abundan en alusiones. El secreto pudo conservarse gracias a las interpretaciones abusivas. Nadie, por mucho empeño que pusiera, habría creído la verdad literal.

—Ahhh.

—¿No lamenta nada ahora?

—Estoy contento.

—Y hay todavía más. Las conexiones nos han acercado…

Estaba sonando el teléfono.

Ella se levantó y salió rápidamente de la alcoba. Más lentamente, él la siguió hasta la oficina y entró en el momento en que ella colgaba el receptor.

—El plan de usted dio resultado. Tienen a seis policías en la caverna más distante. Están hablando con ellos. Hasta ahora los retienen con la historia de una investigación secreta auspiciada por el gobierno sueco. Tenemos que ir y hablar con ellos ahora, antes que entren en sospechas. Vistámonos.

Los policías eran corteses pero desconfiados. Además, observó Jerry, iban armados con revólveres.

La señorita Brunner les sonrió.

—Me temo —dijo— que tendré que retenerlos hasta que hayamos recibido confirmación de Estocolmo —dijo—. Yo soy la directora del establecimiento. Nuestro trabajo es absolutamente secreto. Es realmente lamentable que hayan tropezado con nosotros… e inconveniente para ustedes. Les pido disculpas.

El sueco a prueba de bobos de la señorita Brunner, vivaz y cortés, tranquilizó a los policías.

—El área no está señalada en nuestros mapas —dijo el de más edad, un capitán—. Lo normal es señalar las áreas vedadas.

—Los trabajos que estamos llevando a cabo son de suprema importancia para la seguridad de Suecia. Tenemos guardias que patrullan la zona; pero no demasiados, pues llamarían la atención.

—Desde luego. Aunque en ese caso… —El capitán hizo una pausa, rascándose la mano derecha con la izquierda— ¿por qué montar aquí este establecimiento? ¿Por qué no en Estocolmo o en alguna otra ciudad?

—¿Hay acaso cavernas naturales tan amplias en una ciudad? —La señorita Brunner indicó con un amplio ademán la parte posterior de la caverna.

—¿Sería posible, mientras, que me pusiera en contacto con mis superiores?

—Fuera de la cuestión. Es un misterio para mí que ustedes estén en esta área.

—Tenemos entendido que un inglés y su esposa… —El policía se interrumpió, mirando a Jerry por primera vez.

—Que me cuelguen, ¿cómo no lo pensamos? —dijo Jerry en voz baja.

—Pero éste es el inglés —dijo el capitán, llevando la mano a la cartuchera.

—No fui traído aquí por la fuerza, capitán —dijo Jerry de prisa—. Fui llamado por el gobierno para ayudar…

—Eso es improbable, señor. —El capitán sacó el revólver—. En ese caso, habríamos sido notificados.

De los cuatro técnicos que habían atraído a los policías, ninguno llevaba armas; tampoco Jerry y la señorita Brunner. Fuera de eso, eran seis contra seis. Y los matones de la señorita Brunner no andaban cerca. Las cosas pintaban mal.

—¿Un olvido sin duda, capitán? —Esta vez el argumento de la señorita Brunner sonó un tanto burdo.

—No lo puedo creer.

—No lo censuro, francamente —dijo Jerry, advirtiendo que en realidad sólo el capitán había sacado el arma. Los otros todavía estaban tratando de entender qué ocurría.

El cuerpo de Jerry rebosaba poder.

Saltó hacia el arma. Dos metros.

El revólver se disparó una vez antes que Jerry desarmara al capitán y apuntara a los azorados policías.

—Será mejor que usted me reemplace, señorita Brunner. —La voz de Jerry era espesa. De la energía desenfrenada había caído en el vértigo y el agotamiento. Cuando ella recibió el arma y apuntó a los suecos, Jerry bajó los ojos.

La bala parecía haberle, entrado en el pecho, justo encima del corazón. Sangraba a borbotones.

—Oh, no. Creo que me voy a morir.

A lo lejos, los matones de la señorita Brunner acudían a todo correr. Jerry oyó que la señorita Brunner impartía órdenes a gritos, sintió que los brazos de ella lo sostenían. Tenía la sensación de volverse cada vez más pesado, de hundirse en la piedra.

¿Eran disparos ahogados los que oía? ¿Era una ilusión la voz de la señorita Brunner?

—Todavía queda una esperanza… pero hemos de actuar con prontitud.

El cuerpo le creció y era ya más grande que la mole de la piedra, y descubrió entonces que podía avanzar, trabajosamente, a través de la piedra misma como si se desplazase a través de un aire que parecía alquitrán líquido, diluido.

Se preguntó si era alquitrán, y si dentro de millones de años lo descubrirían en perfecto estado de conservación. Seguía avanzando, a sabiendas de que la teoría era estúpida.

Salió por fin al aire libre, sintiéndose liviano y bien.

Alrededor se extendía una llanura sin horizontes. Lejos, muy lejos, había una inmensa muchedumbre apretada alrededor de un estrado en el que se alzaba una figura solitaria y quieta. Oyó el apagado rumor de las voces y echó a andar hacia la multitud.

Mientras se acercaba, advirtió que la multitud, miles de individuos, estaba formada por todos los científicos y técnicos de la señorita Brunner. La señorita Brunner los arengaba desde el estrado.

—Todos ustedes han estado esperando el momento en que yo les describiría la finalidad última de DUELO. Es posible que los biólogos y neurólogos hayan tenido alguna idea, pero han de haberla descartado como demasiado poco verosímil. Sin embargo, estaban en lo cierto. Yo no creo que nuestro proyecto pueda fracasar… a menos que el señor Cornelius se muera, cosa que ahora parece improbable…

Jerry sintió alivio.

—… y creo tanto en ese proyecto como para prestarme a ser, junto con el señor Cornelius, la materia prima.

Jerry llegó a la trabajosa conclusión de que estaba teniendo algo así como una cruza de alucinación y realidad. La visión era un sueño; las palabras en cambio eran reales. Trató en vano de salir del sueño.

—Como ustedes saben, la finalidad de DUELO era doble. Nuestra primera tarea consistió en alimentarla con la suma total del conocimiento humano, para que luego sistematizara y correlacionara ese conocimiento en una sola ecuación integral. Este objetivo fue alcanzado por fin hace tres días, y yo los felicito a todos.

»Es la segunda parte lo que más confundió sin duda a la mayoría de ustedes. El problema técnico de cómo introducir este programa directamente en un cerebro humano fue resuelto con la ayuda de unas notas donadas por el doctor Leslie Baxter, el psicobiólogo. Mas ¿qué clase de cerebro podía admitir un programa tan fantástico? La respuesta a esta pregunta es mi respuesta a la pregunta que todos ustedes se han estado haciendo. El objetivo último de DUELO es satisfacer una aspiración que, conscientemente o no, ha sido la aspiración suprema de toda empresa humana, desde que apareció el Homo Sapiens. Es una aspiración simple, y estamos a punto de realizarla. Hemos estado trabajando, señoras y señores, para producir un ser humano apto para todo. Un ser humano dotado de conocimiento total, hermafrodita en todo sentido: se fertiliza a sí mismo y se reproduce a sí mismo, y es por lo tanto inmortal, capaz de recrearse una y otra vez, y de retener información e incrementarla. En una palabra, señoras y señores, ¡estamos creando un ser que nuestros antepasados habrían llamado un dios!

La escena vaciló y las palabras llegaron menos claras a los oídos de Jerry.

—La condición actual de Europa era ideal para este proyecto, ideal desde todo punto de vista, y pienso que tendremos éxito ahora, o nunca. He destruido mis notas. El equipo necesario ya ha sido construido. Tráiganme al señor Cornelius, por favor.

Jerry se sintió izado y llevado a la deriva a través de una multitud fantasmal.

Flotó en pos de la señorita Brunner mientras ella se encaminaba hacia un amplio recinto ovalado. Un momento después estaban los dos dentro, juntos en la oscuridad. Dulcemente, la señorita Brunner empezó a hacerle el amor. Él la sintió cerca, más cerca, confundiéndose con él. Se parecía al sueño que había tenido antes.

Era deliciosa aquella sensación de estar fusionándose con la señorita Brunner, pero seguía preguntándose si esto no sería también un delirio provocado por la herida. Y ahora tenía un cuerpo con senos y dos juegos de genitales, y le parecía muy real y muy natural que así fuera. Luego sintió unos diminutos pinchazos de dolor en el cráneo, y sus recuerdos y los de la señorita Brunner, su propia identidad y la de ella, se fusionaron un momento y luego se dispersaron lentamente hasta dejarlo con la mente en blanco, y luego DUELO empezó a trabajar.