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—¿Y cuál era al fin el poderoso secreto de mi padre?

—Algo que aprendió en la guerra —dijo ella—. Como usted sabe, era un hombre de talento, miembro del grupo de hombres de ciencia británicos que siguieron a los aliados a Alemania. Tenían mucho interés en averiguar hasta dónde habían avanzado exactamente ciertos proyectos alemanes. Se tranquilizaron al comprobar que no habían llegado demasiado lejos. Pero su padre, que nunca se perdía una buena oportunidad, descubrió algo que ningún otro vio.

—¿El sistema de cuevas subterráneas? —Jerry no sabía gran cosa de la guerra.

—No… algo mucho más al alcance de la mano, aunque las cavernas eran también parte del proyecto. Los alemanes estaban trabajando en un reactor atómico. Parece que en cierto momento se vieron obligados a elegir entre la construcción de una máquina atómica o la de una bomba atómica. Eligieron la máquina. No contaban entonces con tantos recursos como nosotros, no lo olvide, y sobre todo tenían poco uranio. El reactor fue instalado originariamente en Berlín, pero lo trasladaron cuando las cosas empezaron a estropearse. Fue capturado por los aliados. Esta es la historia oficial.

—¿Y la no oficial?

—Hubo dos reactores, dos proyectos: uno para la máquina y otro para la bomba. Habían fabricado la bomba hacia el final de la guerra. Y eligieron las cuevas de Laponia, descubiertas por la expedición de 1937 como un sitio ideal para cubrir a Rusia y América. Aquellos «emplazamientos de cañones» que usted no se tomó el trabajo de examinar eran las plataformas de lanzamiento de veinte cohetes A10 con cabezas atómicas. El microfilm era minucioso y lo mostraba con claridad. Se enviaron copias a toda Europa con una carta. Iban autenticadas. Pude extorsionar virtualmente a cada uno de los países de Europa sin que se enterase ninguno de los otros.

—¿Por qué no a Rusia y los Estados Unidos?

—No me interesaban, y además no estaban psicológicamente preparados como Europa. De cualquier modo, Rusia capturó el otro reactor, y tiene que haber pensado que en alguna parte había un lugar de lanzamiento…

—¿Por qué no se dispararon los misiles?

—Hitler se suicidó, y el general a cargo tuvo miedo y abandonó la partida.

—Así que le ha echado mano a un montón de oro.

—Sí. Ahora está otra vez en circulación, por supuesto, pero cumplió su cometido… y la confusión ha precipitado el proceso.

—Gracias a que usted cuenta con muchísimo poder.

—Y con muchísima gente. Estoy aquí reclutando científicos, dando trabajo a centenares… millares, sí, con todas las industrias que se requieren.

—¿Está construyendo la computadora?

—En las cuevas de Laponia.

—¿Qué fue de las bombas?

La señorita Brunner se rió.

—Sin contar con que las máquinas se habían oxidado, sobre todo por los vapores del lago caliente, el uranio de los torpedos estaba mal refinado… usted sabe los problemas que tuvieron con el agua pesada.

—No funcionaron.

—No alcanzaron a probarlas, se da cuenta.

Jerry se reía a mandíbula batiente.

—Veo que tiene aquí muchos científicos y técnicos —dijo ella—. ¿No le importa si busco discretamente algunos reclutas, ya que estoy aquí?

—Sírvase usted misma. La fiesta es toda suya. Para mí acaba de terminar.