Uno de los botes parecía bastante nuevo. Jerry lo inspeccionó un rato.
—Es navegable, diría yo.
—No pensará navegar en eso. —La señorita Brunner sacudió la cabeza.
—Así viajó Frank sin duda ¿Qué supone usted que significan estos botes? No fueron traídos hasta aquí para nada… Han ido y regresado.
—¿Ido a qué?
—Usted quería saber qué buscaba Frank. Este es el modo de averiguarlo.
—¿Usted piensa que él cree en esa teoría de la Tierra Hueca?
—No lo sé. ¿No es posible en todo caso?
—Ha sido desmentida innumerables veces.
—Como muchas otras cosas.
—¡Oh Jerry, vamos!
—¿Qué piensa usted, Herr Marek? ¿Quiere ver si podemos cruzar el lago caliente?
—Estoy empezando a pensar que el Dante fue un escritor naturalista —dijo el lapón—. Me alegro de haberme decidido a venir, Herr Cornelius.
—Entonces botemos esta embarcación.
Marek le ayudó a empujar el bote de remos, que se deslizó fácilmente hasta el agua. Jerry puso un pie en el agua y lo retiró en seguida.
—Está más caliente de lo que yo pensaba.
La señorita Brunner se encogió de hombros y bajó a la orilla mientras estabilizaban el bote.
—Suba usted primero —le dijo Jerry—. Ella trepó, de mala gana. La siguió Marek, y Jerry fue el último en subir. El bote se movió a la deriva sobre las aguas fosforescentes. Jerry desenganchó los remos y remó a través del humo; enmarcado por el resplandor oscilante, parecía un ángel caído.
La pared de la vasta caverna pronto desapareció, y todo fue alrededor vapores y oscuridad. Jerry se sentía somnoliento, pero continuó remando a largas paladas.
—Esto es como el Río de los Muertos —dijo Marek—. Y usted, Herr Cornelius, ¿es usted Caronte?
—Ojalá lo fuese, un trabajo seguro al menos.
—Yo creo que usted se ve a sí mismo más como Casandra.
—¿Casandra? —La señorita Brunner pescó al vuelo una palabra que comprendía—. ¿Todavía siguen hablando de mitología?
—¿Cómo supo que hablábamos de mitología?
—Una intuición educada.
—Usted desborda intuiciones.
—Tiene que ver con mi profesión —dijo ella.
Marek parecía ahora de muy buen humor. Rió entre dientes.
—¿De qué hablan?
—No estoy muy seguro —replicó Jerry.
Marek volvió a reírse.
—Ustedes dos… son un par de ambivalentes.
—Ojalá estuviera equivocado, Herr Marek.
La señorita Brunner señaló hacia adelante.
—Allí hay otra playa… ¿alcanza a ver algo?
Jerry volvió la cabeza. La playa que tenían a la vista parecía cubierta de cubos perfectos, distribuidos a intervalos regulares algunos de sesenta centímetros de altura, otros de tres metros.
—¿Podría tratarse de una formación natural, Herr Cornelius?
—No, no lo creo. Con esta luz no se puede ver ni siquiera de qué son.
Se acercaron y vieron entonces que algunos de los cubos no estaban sobre la playa sino parcialmente sumergidos en el agua. Jerry hizo un alto junto a uno de ellos y extendió una mano para tocarlo.
—Hormigón.
—¡Imposible! —Marek parecía encantado.
—Espere a saber algo más acerca de este lugar.
La quilla tocó la playa y bajaron, llevando a remolque el bote.
Estaban rodeados por las siluetas negras de los cubos de hormigón. Se aproximaron al que tenían más cerca.
—¡Es una de esas malditas casamatas! —Jerry entró. Había un conmutador de luz. Jerry lo probó, pero no funcionaba. No se veía absolutamente nada dentro. Salió y dio una vuelta alrededor de la casamata hasta llegar a la tronera de la ametralladora. La ametralladora estaba aún allí, apuntando hacia el lago subterráneo. Jerry la tocó y retiró la mano manchada de herrumbre arenosa.
—No son nuevas. ¿Qué será…? ¿Algún abandonado proyecto sueco para prevenir ataques rusos? Todos los caminos que van a Finlandia tienen puestos similares ¿no es verdad, Herr Marek?
—Es verdad. Pero aquí estamos en territorio lapón… el gobierno habría necesitado una autorización lapona. En Suecia son muy quisquillosos con respecto a los derechos de los lapones, Herr Cornelius. Creo que los lapones se habrían enterado de algún modo.
—No si hubiera razones de seguridad. El lugar sería perfecto como refugio atómico. Me pregunto…
La señorita Brunner los llamaba desde las sombras.
—Señor Cornelius, no creo que esto fuera un proyecto sueco.
Se encaminaron a donde estaba ella y la encontraron de pie, junto a un vehículo blindado liviano. La pintura estaba descascarada en parte pero los restos de una svástica eran perfectamente visibles.
—Un proyecto alemán. Aunque el gobierno sueco fue neutral durante la guerra, y esto no pudo construirse en secreto. —Tradujo para Marek.
—Quizá sólo una o dos personas del gobierno estaban al tanto y lo ocultaron —sugirió Marek—. Los suecos no siempre fueron anglófilos.
—Pero ¿para qué lo construyeron?
Avanzaban entre las hileras regulares de casamatas: barracas, oficinas, estaciones de radio, una aldea militar completa, centenares de metros por debajo del nivel del suelo. Abandonada.
—Puede ser que esa expedición de Hitler no haya descubierto la tierra en el centro de la tierra —dijo la señorita Brunner—, pero evidentemente pensaron que valía la pena utilizar este lugar. Me gustaría saber con qué propósito.
—Ninguno, tal vez. Para ser un pueblo que se llenaba la boca de propósitos, olvidaban con suma facilidad las razones por las que hacían las cosas.
La pared de roca se empinó delante de ellos y la luz del mar fosforescente comenzó a apagarse.
—Esos nazis nacieron fuera de época. —Jerry encabezaba la caravana. Aunque el resplandor azul había desaparecido, ahora había una luz de naturaleza diferente, que casi parecía luz de día. En la cresta de la colina aparecieron a la vista unos edificios más grandes, y Jerry, escudriñando a lo lejos, vio unos diminutos rayos de luz semejantes a estrellas en un cielo negro—. Creo que del otro lado del techo está el aire libre. Creo que la caverna sólo es natural en parte y que el resto ha sido excavado. Una fantástica obra de ingeniería.
Los edificios más grandes habían sido probablemente las viviendas privadas de la oficialidad. Más atrás distinguieron a duras penas una larga serie de estructuras muy diferentes, algo así como andamios que sostenían objetos más pesados.
—¿Emplazamientos para cañones, podría ser? —preguntó la señorita Brunner.
—Probablemente.
—Después de todo su hermano no parece andar por aquí. —Marek miró alrededor.
—Tiene que estar. Sin embargo ¿cómo podía conocer la existencia de este sitio?
—Frank anduvo por aquí —aseguró la señorita Brunner—. Tenía vinculaciones con toda clase de gente. Hasta yo oí rumores acerca de la entrada al mundo subterráneo. Esto despertó los rumores, sospecho.
—Pero ¿por qué habría venido a este lugar? Es solitario, perturbador. A Frank nunca le gustó sentirse solo y perturbado.
—Jerry, ahora no estoy solo ni perturbado. Me alegro de que hayas podido llegar.
En el techo de uno de los edificios estaba Frank, riéndose tontamente, y apuntándolos con la pistola de agujas.
—¡Exhibicionista! —Jerry se zambulló rápidamente en la entrada de uno de los edificios antes que Frank pudiese disparar. Sacó su pistola.
Frank chilló desde el techo.
—Sal, Jerry, o mataré a tus amigos.
—Mátalos pues.
—Por favor, Jerry, sal. Estuve pensando en las cosas que quiero hacerte. Te voy a coser las pelotas a los muslos. ¿Qué te parece?
—¿Quién te dijo que las tuviera?
—Por favor, Jerry, sal.
—Eres un sádico, Frank… acabo de comprenderlo.
—Uno de tantos placeres. Por favor, Jerry, sal.
—¿Qué andas buscando por aquí? Humeantes mares uterinos, cálidas cavernas. Revelador, Frank.
—Eres tan vulgar.
—Tienes razón, muy vulgar.
—Por favor, por favor, Jerry, sal.
—Eres un frustrado, Frank, eso es lo que eres.
Jerry oyó pasos en el techo y una puerta trampa se abrió sobre él. Disparó hacia arriba mientras Frank disparaba hacia abajo.
—Esto es ridículo —dijo, mientras recargaban las armas. Ambos habían errado el tiro—. ¿De veras quieres matarme, Frank?
—Creía haberlo hecho ya, Jerry. No sé.
—Eres toda la familia que ahora me queda, Frank. —Lanzó una carcajada y disparó, y volvió a errar.
—¿Quién tiene acaso la culpa de que Catherine esté muerta? —preguntó Frank, y también él erró—. ¿Tú o yo?
—Todos somos víctimas de las circunstancias. —Jerry tiró y erró. Todavía le quedaban muchas agujas.
—¿Tú o yo?
—¿Culpa, Frank? ¿Culpa?
—¿No te sientes culpable, Jerry? —Frank erró.
—De a ratos, sabes.
—¡Ya lo ves! ¡Fallaste! —Ambas exclamaciones eran de triunfo.
—¡Fallaste!
—¡Fallaste!
—¡Fallaste!
—¡Fallaste!
—Jerry.
—¿Qué es este lugar, Frank? ¿Cómo lo descubriste?
—Estaba en el microfilm de papá. El que tus amigos andaban buscando. Ahora que lo recuerdo, ellos me torturaron ¿no?
—Creo que sí. ¿Pero qué relación tiene esto con la situación económica europea?
—Haría falta una persona entendida para decir lo que yo no puedo.
—¿Tienes contigo el manuscrito de Newman?
—Sí. ¡Fallaste!
—¿Puedo verlo?
—Te reirías sí lo vieses. Te revolcarías de risa.
—¿Es interesante?
—Oh, sí… ¡ayyyy!
—¡Te di!
En el techo los pies de Frank se alejaron, vacilantes, por encima de la cabeza de Jerry. Jerry se precipitó afuera y se topó con la señorita Brunner y Marek. Hizo una pausa y echó a correr alrededor del edificio.
Jerry bajaba, cojeando, hacia la playa.
Corrieron detrás.
Frank se agazapó detrás de una casamata y desapareció.
—Oigan —dijo resueltamente la señorita Brunner, sacando del bolso una pistola calibre 22—, no lo dejaremos escapar otra vez.
—Está herido. Lo encontraremos. —Buscaron entre las casamatas y salieron a la playa.
—Allí está su hermano —señaló Marek. No comprendía el juego, pero participaba en él con entusiasmo.
Jerry y la señorita Brunner dispararon simultáneamente en el momento en que Frank trataba de empujar el bote al lago humeante. Dio media vuelta, aulló, y se desplomó salpicando agua todo alrededor. Al caer en el agua hirviente, lanzó un grito.
Cuando llegaron a él y lo arrastraron fuera del agua, estaba muerto.
—Liquidado —dijo Jerry.
Había una cartera de documentos en el fondo del bote. La señorita Brunner cubrió a Jerry con su pistola mientras se agachaba a recogerla; apoyándose en la rodilla, la abrió con una sola mano, y la registró. Sacó un carrete de microfilm y se lo guardó en el bolsillo. Volvió a poner el arma en el bolso y le entregó la cartera a Jerry. Dentro había una carpeta de cartulina con un voluminoso original mecanografiado. La carpeta decía con la letra de Frank: El testamento de G. Newman, Mayor de las F.A.N.A., Astronauta. Jerry levantó las bandas elásticas que sujetaban el manuscrito. Se sentó sobre la roca húmeda, abrió la carpeta y se puso a leer.