Conmocionado y mareado, volví a levantarme. Tenía arcadas. Aquel mundo intangible daba vueltas a mi alrededor. Había perdido la fe en mis propios sentidos.
—¿Ram? —Mi voz era como un graznido ronco, pero le llamé otra vez—. ¿Ram?
No hubo respuesta. Su lanza estaba cerca de donde había desaparecido. La carretera a nuestro alrededor estaba vacía. Los relámpagos todavía parpadeaban en la nube de la tormenta que había descargado encima de nosotros, pero no oí ningún trueno.
—¿Qué pasó? —Todavía balanceándome vertiginosamente para recuperar el equilibrio, miré a Derek, pestañeando—. ¿Dónde está?
Más calmado de lo que yo estaba, miró a nuestro alrededor, movió la cabeza y cogió la lanza.
—Un mundo virtual —empezó a pinchar el suelo— hábilmente construido. He estado pensando en el suelo macizo que hay bajo nuestros pies. Nada de lo demás es real, pero no hemos pasado a través de él.
Frunció el ceño mirando las colinas que había a lo lejos. Creía que algo las había envuelto en una neblina.
—¿Sabes? —preguntó mirándome—. Creo que estamos llegando al final de la simulación. Creo que Ram entró por un suelo que no estaba ahí.
Palpó el suelo en la zona por la que había caído Ram. La lanza lo atravesó. Dio un paso hacia delante con precaución y desaparecieron sus pies. Bajamos tanteando con la lanza por una ladera rocosa que no veíamos. Lo seguí con cautela.
El suelo iluminado por el sol se elevó a mi alrededor como si estuviera metiéndome en el agua. Él iba delante. Vi cómo el suelo le llegaba a la cintura, los hombros, las orejas. Desapareció. Un ataque de pánico hizo que me detuviera. Temblaba, tenía un nudo frío en el estómago, miré hacia atrás a través del resplandor del sol y vi otro relámpago dentro de la nube.
—¿Will? —La voz de Derek procedía de algún sitio—. Sigamos adelante.
Tomé aire profundamente y di otro paso. Aquel mundo soleado desapareció, el cielo estaba muy cubierto. Vi un tramo de carretera destrozada a nuestra espalda, llena de rocas. A nuestro alrededor había ruinas sin vida: paredes derrumbadas, tocones de árboles muertos, tanques y cañones en ruinas. Piedras rotas, profundos fosos de cráteres. Habíamos llegado al final de la carretera al borde de un abismo de muchos metros que se abría ante nosotros.
Ram se sentó en la ladera que había debajo de nosotros, tocándose un hematoma que tenía en el hombro.
—¡Hola! —Sonrió mirándonos—. Temía que nunca aparecierais. —La sonrisa había desaparecido, frunció el ceño mirando a Derek—. Si esto no es el Infierno de Mamita, es lo más parecido.
Abajo en el fondo del foso, vi una máquina de guerra parecida a un tanque que estaba negra por el óxido, colocada de lado, un camión oruga hecho pedazos del que sobresalía una gran arma. En el lugar que ocupaba la torreta había un agujero irregular. Había huesos y cráneos de hombres dispersos por allí, cascos oxidados, botas arrugadas, armas caídas medio escondidas en el barro. Derek bajó para inspeccionarlo, cogió una hoja buenísima de algún metal brillante y volvió a encaramarse adonde estábamos.
—Bueno —Ram le sonrió—. ¿Qué crees?
Se dio la vuelta para hacer otra foto y se quedó un momento frotándose la mandíbula, pensativo.
—Fue una civilización interestelar, ubicada en media docena de planetas tan lejanos que su desaparición es difícil de entender. La guerra parece haber sido la causa de su muerte.
—Los trilitos deben haber sido cuellos de botella para los ejércitos y el equipo militar, pero mi teoría es que los que habitaban este lugar fueron conscientes del peligro con tiempo suficiente de ver esta fortaleza. Perdieron la guerra, pero algunos sobrevivieron el tiempo suficiente para intentar recuperarse.
Señaló el tanque y los huesos que había alrededor.
—Podría ser algún tipo de monumento, construido para esconder un campo de batalla. Una exhibición virtual de la cultura sosegada que recordaban y confiaron en reconstruir. Lo que podrías llamar una propaganda política antiguerra. Todo es virtual.
—Podría ser. —Ram se encogió de hombros al tiempo que hacía un gesto de dolor—. Lo que quiero es algo real. Algo como un solomillo poco hecho con huevos en Roosevelt en la calle Segunda. ¿Te acuerdas?
Fuera virtual o real, lo único que se veía en todas direcciones era un paisaje destruido por la guerra. Perdidos sin esperanza, me preguntaba si volveríamos a comer alguna vez, pero Ram volvió a ponerse de pie. Utilizando la lanza de bambú como bastón, avanzó cojeando, y fuimos rodeando fosos de munición y desde allí hacia una cordillera boscosa más allá de la cual había montañas más altas. Llegamos a un tramo de la antigua carretera. Una señal de un poste que había en el medio tenía jeroglíficos en los que debía de haber puesto algo parecido a callejón sin salida.
Sin embargo, no se trataba del final. Trepamos a un montón de rocas que había más allá de la señal y de ahí a otro túnel, adoquinado con rayas de colores como la carretera por la que habíamos ido desde los trilitos. No veía movimiento, pero las paredes estaban alicatadas con algo que seguía despidiendo un ligero brillo gris.
Ram insistió en que estaba bien, pero todos estábamos cansados. Nos tumbamos sobre la carretera e intentamos dormir. Me tocaba vigilar a mí, unas horas más tarde, y vi que el muro se estaba deslizando lentamente hacia nosotros. Derek se despertó, caminó para ponerse a la altura del muro y calculó que nuestra velocidad era de tres kilómetros por hora. Apuntó algo en su pequeño cuaderno y sonrió mirando la luz que estaba al fondo.
—Me pregunto qué viene a continuación.
—No me importa demasiado —refunfuñó Ram—. Seguro que no es la Tierra.
La carretera aceleró. Estaba vigilando cerca de la media noche cuando nos sacó del túnel y recibimos el resplandor gris y frío de esa enorme luna. Estaba llena, alumbraba un paisaje muerto de grandes dunas de arena y rocas excavadas por el viento. Ahora se movía más deprisa, la carretera iba directa hacia ella, hacia lo que según Ram era el Este.
Estaba en un estado lamentable por la sed y el hambre, todavía despierto, tumbado sobre la espalda, cuando el sol apareció. Oí el grito nervioso de Ram y me senté para ver cómo saltaba fuera de la carretera. Moví a Derek para que se levantara. Cogimos nuestras mochilas y seguimos. Él estaba de pie mirando un extraño monumento que se elevaba muy por encima de las dunas.
—¿Los gobernantes? —Se paró para hacer una foto—. ¿O a lo mejor son los dioses?
Dos figuras humanas descomunales sobre un trono de color dorado. Estaban desnudos, el hombre era negro azabache. Ram podía haber sido el modelo para hacer esa figura. El parecido era asombroso, incluso la marca de nacimiento blanca que tenía en la frente negra. La mujer, con mucho pecho, era blanca como el mármol a excepción de su propia marca de nacimiento, una corona negra de los mundos.
—Tus bisabuelos, tatarabuelos o algún antepasado. —Derek sonrió a Ram—. Si esa marca es realmente hereditaria. Puede que seas un príncipe destinado a ocupar un trono propio.
—¿Un príncipe del Infierno? —Ram le puso mala cara—. Ojalá nunca hubieras visto esas rocas debajo del Sáhara.
—No digas eso. Podríamos ser los hombres más afortunados del mundo.
Ram se encogió de hombros con cara de tristeza.
—Mira dónde estamos. —Derek cabeceó mirando el suelo—. En nuestra propia ruta de la seda. El viejo Marco Polo tenía una tablilla dorada sellada con el pasaporte de Kublai Khan, pero solo tuvo que explorar Asia oriental. Nosotros tenemos vuestra marca mágica y vuestra llave de esmeralda, y estamos frente a planetas desconocidos.
—¿Y todos están muertos?
—No digas eso. —Derek se encogió de hombros—. Marco volvió para escribir un libro. Si tenemos suerte, volveremos a hacer lo que hacíamos.
—Es poco probable. —Ram frunció el ceño al mirar a la imponente figura negra—. Nos hemos alejado demasiado de la Tierra y no tenemos ninguna posibilidad de volver.
—Tu Mamita encontró una forma. —Derek sonrió y le tocó el hombro—. Ella era de algún lugar en el que la gente estaba viva. ¿Y no decía que el camino al Cielo pasa por el Infierno?
—Si, lo decía. —Ram se encogió de hombros y entrecerró los ojos al ver cómo el efecto del calor hacía que el horizonte pareciera que se movía—. ¿Y llamas Infierno a esto?
Estaba demasiado mareado y débil para que me importara, pero Ram se puso la lanza al hombro y siguió dirigiéndonos. Pensé que el sol era más grande y daba más calor que el de la Tierra, pero el eclipse diario hacía que lloviera todos los días. El sol volvió a brillar sobre los charcos de agua de lluvia. Nos tumbamos boca abajo para beber agua del color del cieno de los charcos. Era más dulce que el vino y pudimos llenar las cantimploras.
Antes de la puesta de sol estábamos pasando por un abrevadero hacia el que se dirigía rápidamente un pequeño rebaño de impalas que estaban pastando. Levantaron la cabeza para mirarnos y huyeron asustadas de repente al ver un guepardo que salió como una flecha de detrás de un macizo de broza. Casi todos escaparon, pero cogió una cría rezagada.
—¡Ahí está nuestra cena!
Ram se bajó de la carretera. Le seguimos. El guepardo estaba arrastrando su presa hacia la maleza. Ram gritó y movió su lanza. El guepardo soltó ala cría y abrió sus fauces. Ram avanzó. Derek y yo gritamos y buscamos piedras. El animal se quedó de pie gruñendo hasta que Derek lanzó una piedra que lo golpeó en la cabeza. Al final dejó a la cría y huyó.
Nos llevamos nuestro premio de vuelta a la carretera. Derek había cazado ciervos con su padre cuando era un niño y sabía cómo cortarlo. Busqué madera seca. Ram encendió un fuego. Teníamos trozos de carne ensartados en palos para asarlos y los devoramos crudos. Estaba exquisito.
Dormimos allí esa noche, y uno de nosotros se quedó despierto para vigilar el fuego y nuestra presa. A la mañana siguiente, antes de irnos, nos tomamos un desayuno fantástico, y nos llevamos envuelto en su piel un cuarto trasero del animal. La carretera seguía como si nunca hubiera estado rota, y nos conducía a través de la vegetación de matorrales y más al fondo camino de pastos más fértiles.
Después del eclipse del tercer día, a lo lejos vimos colinas marrones poco elevadas y una fila de megalitos altos que estaban en un hueco que había entre ellas. Derek los estuvo examinando con su telescopio de bolsillo.
—Trilitos —dijo—. Parece que son el último grupo que nos coloca sobre la carretera, pero por el camino veo otro cañón.
Al lejos se abría otro enorme foso, pero no era un cañón. El camino nos llevaba por el borde. Era enorme, Derek creía que podía medir ocho kilómetros y tener una profundidad de más de un kilómetro y medio. Una carretera en espiral serpenteaba hacia abajo por las paredes, hasta llegar a un lago azul en el fondo que brillaba como un espejo.
—Una mina abandonada a cielo abierto. —Miró con el telescopio.
Le pasó el pequeño instrumento a Ram y después me lo dio a mí. Vi máquinas enormes por toda la espiral, excavadoras de metal, grúas altas, vehículos pesados llenos de mineral. No se movía nada.
Ram frunció el ceño y miró a Derek.
—¿Qué estaban extrayendo?
—Me gustaría saberlo. —Derek se encogió de hombros—. Supongo que serían metales. Debió de costarles mucho construir todo lo que hicieron.
Ram resopló y dejamos que la carretera nos siguiese llevando. Los megalitos que había al fondo parecían cada vez más y más altos, eran grandes columnas de piedra rematadas por enormes dinteles.
—Una terminal más —Derek volvió a coger el telescopio para estudiarlos otra vez—. En su día debió de estar en funcionamiento. Yo cuento trece trilitos.
La carretera aminoró la velocidad y se paró. Nos dejó de pie entre dos inmensas columnas cuadradas de una especie de piedra negra. El dintel que estaba encima medía doce metros, lo enmarcaba como si fuera una puerta. La inmensa zona llana que había dentro del círculo brillaba con un blanco resplandeciente como si estuviera cubierto de nieve recién caída. Derek señaló al otro lado.
—Vimos el cable espacial que lo unía con el firmamento —susurró—. Aquí está la terminal.
En el centro del círculo vi algo con forma de disco grueso de un metal que brillaba como la plata. Era tan grande como un vagón de trenes, tenía ventanas separadas una de otra a lo largo y una puerta oval que daba adonde estábamos. Un cable espacial brillante que parecía tan grueso como mi brazo se elevaba desde la parte más alta hasta donde me alcanzaba la vista. Derek encontró su telescopio de bolsillo para seguirlo hacia su cenit.
—¿Nos subimos a dar una vuelta por el cielo? —sonrió Derek a Ram—. ¿Al Cielo de tu Mamita?
—¿El Cielo? —Ram cogió el telescopio y estuvo bastante rato siguiendo el cable espacial hacia el largo y fino acero del planeta hermano. Negó con la cabeza y me pareció verle estremecerse.
—¿Será el Cielo? ¿O un círculo más profundo del Infierno? —pero se echó la lanza al hombro y caminamos juntos hacia la parte baja del cable espacial.