Corrimos hacia el bordillo. Perdí el equilibrio sobre las franjas que iban más lentas y fui tambaleándome hasta que Ram me cogió del brazo y me ayudó a salir de la carretera, a solo unos metros de aquel repentino borde. De repente, me encontré débil y jadeando para conseguir respirar, la acrofobia me hacía temblar. Los lugares altos siempre me habían hecho marearme.
En mis años de estudiante en la Tierra, una vez bajé por Bright Angel Trail hasta el fondo del Gran Cañón, me bañé en el río y volví a la cumbre todo en un solo día, pero eso fue hace mucho. El abismo neblinoso que teníamos ante nosotros no era tan ancho ni tan profundo, pero nos habíamos acercado mucho. Retrocedí y tuve que apartar la vista.
Habíamos salido a una plataforma plana de un material parecido al hormigón que recorría cuatrocientos metros por el borde del cañón. Derek se dio la vuelta para mirar atrás. A pesar de la interrupción, la calzada seguía acercándose a nosotros, saliendo de las colinas rocosas que se alzaban detrás de ella, con escasos matorrales de maleza y hierba. Levantó una piedra, la tiró contra la raya roja central y miró hasta que cayó por el borde. Oí cómo se estrelló y fue traqueteando por la ladera.
—¡Ingeniería mágica! —Movió la cabeza—. Ojalá pudiera saber lo que hace que se siga moviendo.
—Puede que sea producto de la magia —Ram se encogió de hombros—, pero este foso era demasiado ancho para eso.
Él y Derek siguieron andando para inspeccionar el cañón. Respiré profundamente y me acerqué al borde con cuidado. Impresionaba bastante. Los acantilados empinados caían desde el borde, una plataforma tras otra, una ladera de escombros tras otra. Las rayas de blanco, óxido y marrón daban cuenta de la geología de este planeta.
El río era una franja estrecha plateada que bajaba serpenteando por una garganta estrecha de paredes negras, tan profundas que hicieron que volviera a marearme. Derek caminó por el borde recortado, más cerca de lo que yo me atrevía. Se inclinó y encontró su telescopio de bolsillo para escudriñar las laderas y el otro borde del cañón.
—Veo los contrafuertes del otro lado. —Su voz reflejaba su asombro—. Puede que estén a casi cinco o seis kilómetros, pero para el que lo construyó, esto no era demasiado ancho.
—O al menos lo intentó —dijo Ram—. Si se cayó antes de que lo terminaran.
—No creo que cayera —Derek se inclinó de nuevo para inspeccionar el suelo del cañón—. Creo que lo empujaron.
—¿Qué?
—Si se hubiera caído solo, deberíamos ver trozos por las laderas. La mayor parte ha desaparecido. Veo algunas partes, dispersas por todo el cañón. —Frunció el ceño y se frotó la barbilla sin afeitar—. Creo que hubo una guerra. Creo que esa fortaleza no sirvió para salvar el puente.
Ram se dio la vuelta para mirar el hueco que había entre las montañas que quedaban a nuestra espalda, mientras el pavimento destrozado seguía moviéndose hacia nosotros. Tenía los hombros encorvados como si sintiera frío.
—¿Así que crees que los constructores se suicidaron? —farfulló—. ¿Crees que todo este mundo es un cementerio? ¿Y estamos atrapados aquí para presenciarlo sin posibilidad de volver a casa?
—¿Atrapados? —Se rio Derek—. No volveríamos en cualquier caso; todavía no, incluso aunque pudiéramos. Ram se le quedó mirando.
—Si algo hizo que este mundo sucumbiera, quiero saber qué fue y por qué. Si no podemos volver, tenemos que seguir.
—¿Cómo? —Ram señaló con tristeza el foso—. ¿Llamamos al helicóptero para que nos lleve a verlo?
—Haremos lo que podamos. —Derek se encogió de hombros—. Cruzaremos el cañón como podamos. Volver a la carretera por el otro lado. Quiero saber lo que llevaba y a dónde fue. Iremos adonde nos lleve.
—¿Al Infierno? —Ram hizo una mueca de enfado—. ¿El Infierno del que escapó mi Mamita? Ella nunca quiso volver.
No veía por dónde podríamos cruzar, pero Derek buscó por el borde hasta que encontró un corrimiento de rocas de aspecto reciente por donde decía que había que intentarlo. Ram frunció el ceño en tono de duda. El foso cubierto de neblina que había abajo me hizo sentir pánico otra vez.
—Estamos aquí —Derek intentó animarnos— y tenemos que jugar con las cartas que tenemos.
Nos dijo que se había pasado la mitad del verano escalando las montañas Rocosas del Colorado con un grupo de estudiantes. Comprobó nuestras botas y las cintas de las mochilas y continuó dirigiendo nuestra expedición por la arista. Cuando recuperaba el aliento, le oía silbar, pero el descenso se convirtió en una pesadilla para mí.
El corrimiento de tierras había caído sobre un terraplén que había abajo y solo se veía un enorme vacío. Retrocedí, mareado y sudando de pánico, pero tuve que seguir. Nos bajamos de la rampa y avanzamos lentamente por el terraplén hasta un saliente inclinado al que Derek denominó escalera natural.
Como geólogo aficionado, nos contó cosas sobre la historia del planeta cuando nos dejó parar para descansar. Por esa escalera bajamos por un muro de arenisca roja, por una capa peligrosa de pizarra, volviendo a bajar hasta otra capa de caliza blanca que él creía que se había formado en el lecho de un antiguo mar. Encontró su lupa de bolsillo para mirar las diatomeas.
—Nada. —Apartó la lupa—. No hay indicios de que se esté desarrollando ningún tipo de vida anterior. Todas las señales de vida que hemos visto parece que provienen de la Tierra. Es otro misterio que quiero resolver.
A mitad de camino del río, estábamos en un punto muerto peligroso, bajo el cual se abría un abismo vertiginoso. Teníamos que subir hasta arriba e ir por otro lado. Eso nos llevó a una buena ubicación, pero resbaladiza, en lo que, según Derek, había sido una corriente de lava. Intentó subir por una chimenea que no le llevó a ningún sitio, por lo que volvió; intentó ir por otro lado y después por otro.
Estuvimos allí atrapados hasta el mediodía. No soplaba nada de viento. El sol era cegador y el calor sofocante. Me quedé dormido y me desperté de golpe por el miedo a escurrirme de mi estrecho asiento. Volví a dormirme y a evocar con añoranza el este y las noches de póquer, que ahora estaban tan lejos en la distancia y en el tiempo. Me sentí agradecido por la sombra del otro planeta que al mediodía nos volvió a deparar una noche más fría.
El sol y el calor sofocante volvieron pronto. Durante toda la tarde estuvimos siguiendo a Derek de una cornisa de vértigo a otra. Vaciamos nuestras cantimploras y comimos los dátiles secos y la barrita de chocolate que nos quedaban. El sol ya se había puesto cuando llegamos hasta un matorral de cañas de bambú que había en la parte baja del cañón descendiendo por la última ladera llena de escombros.
Dimos con una franja de arena que llevaba al río y nos agachamos para beber una y otra vez. El agua era marrón por el cieno, pero no nos importaba la arenilla. Allí estuvimos descansando hasta que el frío del anochecer nos hizo buscar refugio en una cueva poco profunda. Al final, a pesar de lo que me dolían las articulaciones y de los retortijones provocados por el hambre, acabé por dormirme y me desperté soñando con comer.
Igual que Ram.
—¿Recuerdas nuestras noches de póquer? —suspiró—. ¿Te acuerdas de las chalupas de Lupe y sus huevos rancheros y sopapillas con miel[2]?
Con el hambre que teníamos, Derek había encontrado moras silvestres maduras en la maleza de la ladera llena de brozas. Cogimos las moras necesarias para poder aliviar los retortijones del hambre e intentamos coger alguna para guardar. Desde arriba, el río era como un hilillo de metal brillante. Al acercarnos, era tan profundo y sus aguas fluían con tanta rapidez que pensamos que no podríamos cruzarlo.
El fondo del cañón era casi plano, pero estaba cubierto de rocas enormes que habían caído de arriba. El muro que había al fondo era de basalto negro, casi vertical. No veía ningún camino por el que subir, pero a Derek parecía no importarle. Hizo fotos del cañón, más arriba y más abajo de donde estábamos. Puso al día su cuaderno. Fue por la orilla para buscar restos del puente caído.
—No soy ingeniero —dijo—, pero quiero saber lo que lo mantuvo en pie y lo que lo hizo caer. El cañón es demasiado ancho para un solo arco, pero tampoco podría haber habido ningún pilar porque sus dimensiones debían de ser imposibles. No vimos ninguna señal en lo alto de ninguna torre ni de ningún cable espacial que pudieran haberlo sujetado.
Volvió a otear las laderas llenas de brozas y negó con la cabeza.
Rígido y dolorido por estar todo el día en la pared del cañón, iba cojeando junto a él y a Ram por la ribera en busca de pistas. Ram recogió un trozo de metal brillante.
—Acero inoxidable. —Derek lo examinó y negó con la cabeza desilusionado—. Pero ese arco imposible estaba en pie sujeto por algo más sólido.
El borde era afilado y tenía un extremo roto. Ram dijo que podía servir como cuchillo en caso de necesidad. Lo puso en la mochila y Derek continuó en busca de algo mejor. Encontramos lo que según él era un trozo de la calzada resquebrajada. Era enorme, tan grande como un campo de fútbol, medio enterrado bajo grandes rocas que el nivel del agua había tapado.
Derek frunció el ceño y sacó su lupa de bolsillo para estudiarlo. El extremo que quedaba fuera era enormemente grueso y estaba roto de forma irregular. Encontró pequeños fragmentos de plata, cristal y algo de color rojo rubí, todo embutido en una matriz negra y dura que no era capaz de identificar.
—Hasta que sepamos lo suficiente para entenderlo, podemos decir que es pura magia. —Hizo fotos y negó con la cabeza.
Ram negó también, mirando el río y se asomó para mirar con el gesto torcido a la estrecha franja de cielo que sobresalía por la empinada pared de basalto negro del fondo.
—Lo primero es intentar seguir vivos.