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Durante unos segundos, la oscuridad fue total. Caí con los pies por delante, deslizándome por una ladera llena de escombros que se fundió bajo mis pies. Volvió la luz, una penumbra roja sin brillo. Caí con fuerza sobre una piedra plana. Ram me soltó del brazo. Con el peso de las botellas de oxígeno, me tambaleé para conseguir equilibrarme e intenté contener la respiración. Me sentí mareado por el hedor del plástico de la capucha.

—¿Wapi? —dijo Ram jadeando—. ¿Dónde estamos?

Me di la vuelta para mirar. Los dos grandes megalitos estaban donde siempre. Me preguntaba si serían los mismos. Eran mucho más altos, la tierra de alrededor había desaparecido. El dintel de piedra caído estaba en su sitio. Al fondo, las dunas de arena y la luz del sol se habían desvanecido. En su lugar, vi algo oscuro compuesto por fuego y violencia. Había nubes rojas de llamas sobre lava negra apagada.

Nos apiñamos los tres, protegidos por los siete grandes trilitos. Imponentes, estaban a nuestro alrededor, eran como las paredes de la cárcel de una pesadilla. La lava que había al fondo era como un desierto con garras de colmillos negros, algunos torrentes estaban congelados sobre otros torrentes más antiguos, retorcidos formando gotas monstruosas, cortados con grietas infinitas. Había grandes rocas esparcidas alrededor y restos dispersos procedentes de explosiones volcánicas. A lo lejos, por entre una capa de nubes de color rojo, se elevaban montañas recortadas.

Me sentí desgarrado; pensé con angustia en Lupe al imaginar lo que habría sentido cuando ese ser propio de una pesadilla la arrancó de la excavación. Aturdido por el impacto, deseaba estar en el campus, en la clase, en un lugar que me resultara familiar. Lo único que veía era el Infierno de Mamita. Derek se quedó de pie un buen rato contemplándolo y al final levantó la pequeña cámara que llevaba colgada del cuello.

—No es el Sáhara. —Era más frío que yo, hablaba como si estuviera dictando notas de investigación—. Es un mundo sin agua, sin canales de agua, sin señales de erosión causada por el agua. —Hizo una foto y miró a Ram—. Es un milagro que salieras. En la atmósfera hay bastante nitrógeno, puede que mezclado con dióxido de carbono y gases de azufre. Es imposible saber cuál es la composición de las nubes, pero no producen lluvia.

Frunció otra vez el ceño al ver la naturaleza oscura y se volvió hacia mí.

—Sin agua no hay nada verde. No hay fotosíntesis para liberar oxígeno. Si esto es realmente el tipo de terminal de conexión entre mundos que creo que debe de ser, el yacimiento debe de haberse elegido como trampa para los intrusos. Nadie pasa sin el equipo adecuado.

—Muchos se han quedado por el camino.

Ram estaba señalando el espeso y oscuro polvo del suelo que había dentro de los trilitos. Vi el brillo blanco de una calavera humana. Dio una patada en un bulto que había y se paró a recoger el cuerno largo de un órix. Movió el polvo con él y descubrió huesos: una calavera de un impala con sus elegantes cuernos todavía enganchados; el esqueleto de lo que según él había sido un perro o un lobo; los restos de algo más grande, quizá un león.

—Necesitamos que Lupe esté con nosotros.

Recogió la calavera.

—Ella lo sabría, pero esto debe de ser un cromañón. Un tipo desafortunado que cayó en la trampa hace unos treinta mil años.

Con cuidado, volvió a colocar todo sobre el polvo. Derek continuó para buscar otra calavera que según Ram pertenecía a un neandertal, y después una tercera que parecía más moderna. Ram cavó en el polvo de alrededor y descubrió un poco de sílex que estudió con las lentes de su máscara antigás.

—¡Una punta Clovis! —Movió la cabeza bajo la máscara—. Como las de nuestra excavación de Blackwater. Es de la misma longitud que una punta de lanza y tiene doble filo. Estriado desde la base para sujetar el mango. ¡Es un buen trabajo!

Lo mantuvo en alto para que lo vieran.

—¿Clovis? —Derek miraba incrédulo—. ¿Cómo llegó hasta aquí?

Lupe se moriría de curiosidad. Se preguntaría si los primeros americanos llegaron por aquí.

—Es difícil de creer —Derek lo miró—. Alaska está un poquito lejos de aquí.

—Nuevo México está todavía más lejos. —Ram se quedó un momento mirando a nuestro alrededor los grandes trilitos y la oscura desolación que cubría el fondo. Bajó la voz—. Si es que volvemos allí.

Seguimos andando hasta que Ram se paró para contemplar un gran montón de huesos viejos y extraños, enterrados bajo una espesa capa de polvo: costillares, columnas vertebrales, huesos de piernas, la mayoría de los cuales le resultaban desconcertantes incluso a él. Las órbitas vacías de los ojos de un cráneo del tamaño de un coche con bordes puntiagudos. Un fémur blanco medía un metro y veintidós centímetros.

Sentí un escalofrío, sentí que los trilitos eran un enorme templo de la muerte, muertos y abandonados durante muchos miles de años. ¿Era posible que los guardianes fueran los que secuestraron a Lupe, que querían protegerlo? Temblando ante tantas incógnitas, añoraba los pequeños enigmas de la vida de Shakespeare, a Christopher Marlowe, Boswell y el doctor Johnson, incluso el aburrido y duro trabajo con los estudiantes.

—¡Mira aquí! —Su voz se tornó rápidamente cortante, Derek señaló y llamó a Ram—. Este era el pequeño templo de los huesos del que hablaba tu Mamita. Ella entró por aquí.

Vi una fila de huellas en el polvo, huellas de los pies de un ser humano pequeño. A pesar de que eran de hacía mucho tiempo, en un mundo exento de vida parecían recientes. Iban en dirección al trilito que había detrás de nosotros. Seguimos la trayectoria que traían atravesando un cementerio de huesos. Cuando Ram me cogió por el brazo salté, señalando en silencio. Vi una profunda depresión en el polvo que tapaba las huellas de Mamita. Podrían pertenecer al pie de un pollito gigante con dos patas.

—¡El bicho! —me gritó en el oído, con la voz amortiguada por la mascarilla—. ¡El bicho que se llevó a Lupe!

Más adelante, encontramos otra huella grande de dos pies y después una tercera. Siguiendo la misma fila de las huellas de Mamita, se llegaba directamente al trilito de enfrente. Vi el sombrero de campo de ala ancha de Lupe y después sus sandalias, tiradas unos metros más allá.

—Estaba viva —el ronco susurro de Ram era difícil de escuchar—, luchó por conseguir escapar.

Seguimos esa pista doble, la de Mamita que entraba y esos dos pies grandes que salían, hasta el final entre las inmensas columnas negras de los trilitos. Más al fondo, lo único que veía era esa maraña de lava congelada por donde ni siquiera se podía andar.

—La puerta. —Hubo algo en el tono de voz de Ram que hizo que me corriera un escalofrío por la espalda—. Ese ser se la llevó al infierno de Mamita.

Nos acurrucamos allí. Derek encontró su cámara y se inclinó para contemplar esa última huella gigante. Ram me agarró del brazo.

—Lupe está viva en alguna parte. —Señaló el torrente de lava negra bajo esas nubes de rojo fuerte—. Si podemos, tenemos que seguir.

Una vez más, nos apiñamos todos juntos, los unos pegados a los otros al final del camino. Agarré el musculoso brazo de Ram. Volvió a contar, esta vez en un sonoro inglés americano. Contuve el aliento y di un paso adelante con ellos, no sentí nada en absoluto. No hubo cambio en la presión del aire. No notamos ningún empujón ni tirón de la gravedad de otro planeta.

Delante de nosotros las lavas retorcidas seguían inmóviles formando los mismos monstruos grotescos. El inhóspito paisaje que había al fondo bajaba hacia el mismo cañón oscuro. No se veía ningún camino al fondo. Detrás de nosotros estaban los trilitos donde siempre habían estado, enormes frente al bajo cielo rojo, la única prueba de que alguna vez podía haber habido allí algo vivo.

¿Qué tipo de vida habían tenido los constructores? Me daba casi miedo saberlo.

—Si eso es otra puerta, esa no es la llave. —Derek se encogió de hombros con tristeza—. Nunca la encontraremos.

Volvimos a entrar en los trilitos a trompicones, como si pudieran servirnos de refugio frente a aquella hostilidad. Derek se paró para mirarnos a través de su mascarilla antigás.

—¿Y ahora? ¿Qué pensáis?

—Vayámonos. —Ram se puso en cuclillas apartándose de la entrada vacía donde había terminado el camino—. Ahora que podemos.

—Todavía no. —Derek miró su válvula de oxígeno—. Nos queda tiempo. Lo que hemos encontrado es un premio astronómico si es que podemos llevárnoslo.

Yo estaba mirando al camino por el que habíamos venido. Frunció el ceño, mirándome nervioso.

—¿No entiendes lo que quiere decir? No es solo por nosotros, ni por Lupe. Es una ciencia nueva, un nuevo universo que no entiendo. Tenemos que volver con tanta información como podamos.

—Podríamos perderlo todo —con el sonido amortiguado por la máscara antigás, la voz de Ram parecía sombría— en medio minuto, si esos monstruos vuelven.

—O incluso aunque no lo hagan. —Derek se había calmado—. Necesitamos los conocimientos de Lupe para interpretar lo que hemos encontrado. Su reputación, para conseguir otra beca. Si volvemos sin ella… —Movió la cabeza—. Nos podrían acusar de inventarnos toda la historia para encubrir algo.

Ram se encogió de hombros.

—No veo ninguna forma de seguir.

—Sí. —Derek se volvió hacia los huesos—. Pero tenemos que coger lo que podamos para convencer a la gente.

—Daos prisa —masculló Ram—. Si no, dentro de diez mil años alguien recogerá nuestros huesos.

Mientras vigilábamos las válvulas de oxígeno nos pusimos a la tarea. Derek nos hizo fotos de pie junto a los trilitos para dar muestra de su tamaño. Hizo fotos del torrente de lava al rojo vivo que nos rodeaba y también del gran montón de esqueletos. Nos hizo posar junto al monstruoso cráneo y ese inmenso fémur.

Ram intentó meterle prisa.

Removiendo el polvo de los esqueletos humanos, encontramos una piedra de forma extraña que Ram decía que era un hacha de mano, y fragmentos de un recipiente de cerámica que podía ser una jarra de agua. Quitó el polvo del cráneo de Neandertal y después una cáscara con forma de huevo del mismo tamaño. Era de color amarillo pálido, tenía dos cuernos cortos y dos agujeros vacíos que podían haber sido órbitas oculares.

—No es nada humano ni siquiera que pueda tener parentesco humano. —Le dio la vuelta en las manos y negó con la cabeza—. Creo que es de silicona. Como lo que Lupe denominaba un exoesqueleto. ¿Es posible que sea de uno de los seres que construyeron este lugar?

Sonrió y me la entregó.

—¿Puedes llevarlo? Si lo sacamos de aquí va a crear un auténtico debate.

Guardó el hacha de mano y la punta de sílex en su mochila. Como no teníamos ningún otro sitio donde guardar los huesos, saqué la chaqueta de mi mochila y envolvimos en ella lo que habíamos encontrado. Derek todavía no había acabado. Encontró una cinta métrica de acero en su mochila y midió la base de una de las columnas. Me dijo que caminara atravesando el círculo y contara mis pasos para poder apuntar las medidas en su cuaderno. Dibujó diagramas del emplazamiento.

Al final quería fotos del exterior. Dejamos su colección amontonada cerca de donde habíamos entrado, le seguimos de vuelta por la pista doble y le dejamos que nos volviera a dirigir otra vez por el pasadizo donde acababa. Los trilitos estaban en la placa de piedra plana. Salimos atravesándolo hasta el borde de aquel océano de lava muerta. Derek tomó varias instantáneas e hizo que nos detuviéramos dos veces al volver para posar con los trilitos en el fondo.

—¡Vamos! —Ram entrecerró los ojos mirando el brillo cada vez más intenso—. Está oscureciendo.

—Sí, es verdad —asintió Derek mirando el cielo carmesí—. Apuesto a que el sol es una estrella roja gigante que ahora se está poniendo. Ojalá tuviéramos tiempo para calcular el ritmo de rotación del planeta.

—Pero no lo tenemos.

Ram le cogió del brazo para que se diera prisa, pero se quedó parado entre las columnas con la mano levantada para que nos detuviéramos. Delante de él, vi algo como salido de un mal sueño. Su cuerpo era estrecho y largo, con manchas de verde pálido y naranja. Casi toda su enorme cabeza estaba tapada por un metal brillante, pero distinguí una cresta amarilla, como la cresta con dientes en forma de sierra de ese enorme cráneo. Las piernas delgadas con aspecto de palancas hacían que fuera tan alto como un antiguo saurio. Estaba siguiendo nuestras huellas, su cuerpo entero se inclinaba una y otra vez para acercar los ojos de color rojo brillante al suelo. Se paró en mitad del círculo.

—¡No os mováis!

Ram me cogió el brazo. Creí que aquel ser nos había visto, pero Ram estaba señalando algo que salía de su abdomen acorazado: una cadena extraña de objetos raros de plata brillante pegados unos a otros. Grandes y minúsculos, eran bolas y cubos, discos y cilindros, cristales en forma de estrella, transparentes como el cristal, y bultos grises sin forma.

Allí estaba oscilando, retorciéndose hacia delante y hacia atrás. Un fino rayo de luz roja brillaba como una estrella de cristal en la punta. Buscando en el polvo, encontró el camino y lo siguió dirigiéndose hacia donde estábamos. Me estremecí cuando tuve la seguridad de que nos encontraría, pero se detuvo ante el sombrero de campo de Lupe.

Distanciándose del monstruo, se hundió en espirales como las serpientes brillando en el polvo. Al instante, volvió a levantarse, sus trozos de metal brillante se movían parodiando de forma fantástica a un ser humano. La cabeza estaba formada por algunos trozos amontonados y los ojos extraterrestres eran dos estrellas brillantes. Empezó a dar forma a brazos y manos, y se inclinó para coger el sombrero de Lupe. Avanzó hacia nosotros y se detuvo para coger las sandalias. Se acercó un poco más y encontró nuestro pequeño montón de reliquias y sacó dos brazos más para juntarlas de nuevo en mi chaqueta.

Derek levantó la cámara.

—¡No lo hagas! —susurró Ram—. ¡Por favor!

Aquel ser retrocedió pesadamente hasta el monstruo. La cabeza huesuda se disolvió formando una soga que volvió a introducirse por el gran cuerpo. Se quedó allí anclado, se convulsionó y desaparecieron tanto él como su carga. Se cerró la abertura. El monstruo dobló sus grandes piernas, se agachó cerca del polvo y saltó. Escuché el disparador de la cámara de Derek, pero el bicho ya había subido y estaba extendiendo sus pequeñas y gruesas alas de color carmesí. Bajó directo hacia nosotros, con sus brillantes ojos.

Me quedé paralizado por el miedo hasta que Ram me cogió por el brazo.

—¡Escondámonos! ¡Escondámonos!

Nos quitamos de en medio y nos acurrucamos en el trilito siguiente. Se hizo la oscuridad. La tierra tembló bajo mis pies.