37

El hecho de dejar a Kenleth y a mis compañeros, los jinetes, me produjo una sensación de terrible pérdida, pero tenía que irme. Había vivido demasiados acontecimientos y estaba bastante harto de no hacer nada en el pequeño vehículo en el que estábamos confinados. Llevaba demasiado tiempo allí sufriendo ese terrible frío de Omega y la noche eterna. Quería volver a sentir el calor de la Tierra, mi tranquila ciudad de origen, la paz del antiguo estudio cuyas paredes estaban llenas de libros que había sido la oficina de mi padre.

Me tenía que ir solo. Aunque todavía estaba débil por el virus, mi ánimo subió mientras planificaba el viaje. Ram me ayudó a inventar una historia que no me causara a mí ningún perjuicio. Lupe se ofreció a prepararme una colección de objetos de Omega que ayudara a dar pruebas de mi historia.

—Vas a volver sin pasaporte —me recordó Derek—, sin dinero y sin nada que pruebe quién eres.

Encontró un puñado de lo creía que eran monedas de Omega, pequeños aros de metal rodeadas de escritura Omega. Parecen de oro. Con el tiempo podrían ser muy valiosas, pero no hasta que se revele nuestra historia. Los dejé con él.

Cuando estaba preparado, todos se reunieron en la cámara estanca para decirme adiós. Derek y Ram me estrecharon la mano. Lupe me abrazó y me dio un beso. Kenleth se quedó

Todos estaban de pie saludándome mientras yo cogía mi mochila gastada y abría la cámara estanca. De repente, la emoción me embargó. Se me quebró la voz e intenté hacer una última despedida. El corazón me latía a toda velocidad. Caminaba con paso vacilante. Empecé a ver borroso. Puede que hasta me tropezara.

—¿Will? —Lupe me miró con seriedad—. Estás pálido. ¿Estás bien? ¿Estás bien para irte?

—Estoy bien. —Tuve que contener un suspiro—. Solo… solo son nervios. Me queda un largo camino hasta la Tierra. No sé lo que me espera.

El robot silencioso estaba de pie esperando junto a la puerta, tenía aspecto humano, pero estaba hecho con trozos de cristal. Me extendió la refulgente mano para ayudarme a atravesar la puerta, pero Lupe me volvió a llamar para que entrase.

—Estoy preocupada por ti, Will. No te rindas. Iremos. Mientras esperas, hay algo que puedes hacer para mantener vivas nuestras esperanzas. Cuando te sientas bien, podrías buscar las influencias que las visitas de los omegas puedan haber dejado en la Tierra.

—¿Influencias? —Eso me confundió—. ¿Qué influencias podría haber?

—Es más que probable que las haya. —Su tono de voz serio me sorprendió—. Los omegas o sus representantes robotizados estuvieron allí. Exploraron el planeta y construyeron el trilito. Abdujeron a los seres anteriores a los humanos y llevaron al Homo sapiens. Tuvieron que dejar pistas.

Tal vez pestañeara o negara con la cabeza.

—Está el Stonehenge de Salisbury. Sus constructores no podían conocer el trilito de verdad, pero el diseño debe de reflejar algún recuerdo racial. El mito, la leyenda, probablemente la religión. El trilito no puede ser una mera coincidencia. Podría haber pistas en el resto de la arquitectura megalítica prehistórica de Europa, Egipto y Perú. Pero nosotros llevamos pruebas mucho más convincentes en nuestro propio cuerpo.

—Nuestros genes omegas —dijo Derek—. No olvides que en cierto modo somos omegas.

—Hay mucho en lo que pensar. —Lupe habló rápido, con un tono de convicción—. En que el legado omega explica nuestra doble naturaleza. La evolución en la jungla hizo que se seleccionasen características esenciales para la supervivencia de grupos familiares pequeños. Sirvieron bastante bien a nuestros antepasados prehumanos, pero se han convertido en algo peligroso en nuestra sociedad civilizada. Los celos, la codicia, las agresiones. Los ingenieros genéticos omegas incluyeron otras que conllevaban lo mejor de ellos mismos. El altruismo, el amor por los seres cercanos, el amor por el arte y la belleza. Nuestras dos personalidades están siempre en conflicto. Aprobamos leyes para limitar el instinto básico, enseñar ética y seguir a los líderes religiosos para encontrar y liberar nuestra personalidad omega.

Kenleth, que fruncía el ceño, desconcertado, se había acercado a mí.

—Lo siento Will —dijo ella encogiendo los hombros, como pidiendo perdón—. No quería darte un sermón, es solo que he pensado que probablemente te subiese el ánimo el hecho de conocer el futuro que nos espera. Ahora con la ayuda de Kenleth podemos conocer la historia omega y reescribir la historia de la humanidad. Hemos sufrido demasiados años de ignorancia y error. Nos vamos a sentir de forma distinta en la Tierra cuando sepamos quiénes somos. Eso transformaría el mundo, esa es nuestra percepción. No lo olvides nunca.

El robot estaba esperando. Sobrecogido, después de haber recibido una lección de humildad, prometí recordarlo e intenté despedirme de nuevo. Se me quebró la voz. Kenleth levantó la vista para mirarme, con lágrimas en los ojos.

—Te quiero, Ty Will. Debes ser valiente.

Se me nubló la vista. Me di la vuelta y dejé que el robot me ayudara a entrar en la cámara estanca. Era eficiente y estaba bien informado, me condujo de vuelta por el túnel de sacacorchos, pasando por los mosaicos brillantes que nunca más volvería a ver, camino de la permanentemente heladora noche de Alpha. Miré por última vez el espeso grupo de estrellas que salían por encima de esa inmensa llanura de aire congelado ante el vehículo que se tambaleaba por la diferencia de gravedad.

Entonces recibí un impacto. Parecía que el vehículo giraba. Recuerdo un destello de sol cegador, una fuerte sensación de náusea en la boca del estómago y otro instante de oscuridad. Confiaba en que vería ese agujero en la duna en la que habíamos encontrado el trilito del Sáhara, pero en vez de eso, me desperté lentamente, tumbado en una cama, solo, en una habitación pequeña y vacía, cuyas paredes eran altas y de color verde pálido.

Al principio mi mente estaba en blanco, sin conciencia de quién era o dónde estaba, ni ninguna prisa por saberlo. Empecé a recuperar la memoria, eran meros retazos, formas borrosas que iba enfocando poco a poco: los trilitos, los mundos que había visto, la gran imagen de Lupe de un mejor futuro para el mundo, Kenleth, parpadeando tratando de contener las lágrimas y despidiéndome tembloroso.

Al principio no tenía fuerzas, no me apetecía moverme, pero volví la cabeza por última vez para mirar la habitación. Encontré una puerta abierta en un lado, y en el otro una amplia ventana. Al otro lado de un tramo de acera, había un césped aterciopelado que descendía hasta un extremo de agua azul revuelta y picada. A lo lejos, más allá del agua y de las montañas lejanas, se alzaban unas suaves colinas que se veían borrosas por la distancia.

Por un momento, todo se parecía a la Tierra, hasta que lo raro de su aspecto me impresionó. La tierra era aterciopelada, de color verde. No había árboles, ni edificios, ni criaturas, nada con vida. Dos soles brillantes se alzaban en un cielo azul claro. No había estado en ningún sitio como este.

—¡Ty Stone! —Había vivido demasiadas cosas asombrosas, y la extrañeza de aquellas palabras me dejó helado—. ¿Te acabas de despertar?

Era la voz de Derek, pero el hablante era una caricatura grotesca, compuesta de trozos de metal y cristal. Estaba a los pies de la cama, por sus mil caras salían destellos de luz del color del arco iris.

—Estás despierto. —Su tono de voz era de afirmación—. Ya viene Tyba Vargas.

Imitando el andar cadencioso de Derek, salió de la habitación. Entró Lupe, era la Lupe humana. Me quedé mirándola, entreabriendo los ojos, llenos de lágrimas de alivio. Iba vestida con una chaqueta blanca, llevaba un estetoscopio colgado del hombro, podía haber pasado perfectamente por un médico.

—¿Will? —me sonrió—. ¿Cómo está[4]?.

—No… no lo sé —mi voz era como un débil susurro—. ¿Qué me ha pasado?

—Un fallo cardíaco —dijo ella—. Es un efecto colateral del virus. Has tenido mucha suerte de haberlo sufrido ahora. En casa estarías muerto. Los robots han tenido miles de años de experiencia tanto con humanos como con omegas, y no lo olvidan.

Me quedé ahí tumbado, intentando digerir lo que me había dicho y al final intenté preguntar dónde estábamos. Mi voz era como un graznido y ella me dio un vaso de agua.

—Lo llamamos Theta —dijo—. Es el octavo planeta parecido a la Tierra al que han llegado los omegas. Estamos en un centro de investigación que crearon aquí. No intentaron nunca terraformarla ni establecerse en ella porque respetaban su vida nativa. Es un tipo de vida raro. Confío en que podamos ver más cuando hayamos terminado en Alpha.

—¿Dices que es raro?

—¿Ves esa cosa verde? —asintió, mirando a la ventana—. Cubre todo el suelo como si fuera piel, se come todo lo que cae encima. Creo que solo existe aquí en los trópicos. Los investigadores dejaron mapas muestras e informes sobre el resto del planeta que espero que podamos leer.

—¿Antes de ir a casa? —le pregunté—. ¿Cuánto tiempo tardaremos?

Caí en un sueño profundo y no escuché nada de lo que dijo.

Debía de estar impaciente por volver a ver a Derek y los misterios de Omega, pero se quedó hasta que estuvo segura de que me había recuperado. Para aprovechar el tiempo, tomó notas e hizo vídeos de todo lo que encontró en el centro y de lo que pudo del exterior.

—Derek estará entusiasmado con el sol doble —dijo—, y la propia Theta será un filón para algún equipo de investigación en el futuro. No puedo leer nada, pero hay mapas, fotos y muestras. Otras zonas deben de tener otros tipos de vida que tendrán que ver los biólogos.

Recobré la fuerza y una sensación nueva de bienestar. Llegó el día en que dijo que tenía que irse.

—Derek me necesita más que tú. —Volvió a darme un beso—. Te seguiremos camino a casa tan pronto como podamos.

—¿Para rehacer el mundo?

—Nuestro concepto de él —se encogió de hombros—. Algunas veces parece que esperamos demasiado, pero haremos todo lo que podamos.

Había desaparecido mi reloj. No sé cuánto tiempo estuve allí solo con el robot. De vez en cuando, me atreví a visitar otras zonas del centro, era un laberinto de espacios que yo pensaba que eran laboratorios o talleres o las dependencias del equipo de investigación desaparecido, pero allí no había nada que tuviera mucho sentido para mí.

Salía al exterior con más frecuencia, bajo el sol doble. Encontré el trilito detrás de la estación, pilares cuadrados enormes de granito negro que se elevaban, y parecían tan recientes como cuando se construyeron. Aprendí a quedarme sobre la zona blanca. Una vez que pisé en la cubierta verde aterciopelada, un tramo de la misma se puso negro y se curvó para agarrarme el pie hasta que el robot tiró de mí y me liberó.

El vehículo se quedó cerca del trilito. Le pregunté al robot cuándo me podía llevar a la Tierra.

—Espera. —Se calló, ganó algo de altura y se puso más derecho, transformándose en una copia grotesca de Ram, incluso las chispas brillantes de la corona de los mundos que tenía en la frente—. Espera a Ty Chenji.

Esperé, nervioso. Al día siguiente, el robot me llevó más allá de donde estaba nuestro vehículo hasta el trilito. Por un momento, vi solo la ladera aterciopelada verde que había más allá de las columnas. En un instante, apareció otro vehículo que se deslizaba hacia mí. Se abrió la cerradura. Salió Ram y detrás de él Kenleth, que corrió hacia mí.

—¡Ty Will! —Me abrazó—. ¿Estás bien?

Durante un momento no estaba seguro. La impresión que me causó la sorpresa y el agrado fueron demasiado. No tenía palabras, me quedé mirándolos boquiabierto. Kenleth me abrazó. Ram sonrió y me agarró la mano.

—Ya hemos tenido bastante de Alpha —encorvó los hombros fríamente—. A Lupe y Derek les encanta, pero a mí todavía me dan escalofríos cuando pienso en esa oscuridad eterna y el aire helado. Kenleth tuvo que quedarse hasta que supieron cómo funcionaba el tetraedro, pero nos fuimos en cuanto pudimos.

—¿Volvéis a la Tierra?

—Pararemos en Delta. —Asintió y vi una sombra en su cara—. Quiero buscar a White Water, si podemos encontrarle. Me gustaría saber si Norlan sobrevivió al virus, si es que hay alguna forma de decirlo.

—¿Pero volvéis a casa?

Con los labios forzados, tardó un tiempo en asentir.

—Lupe creía que yo debía quedarme en Delta. Derek quería enviar un grupo de robots para ayudarme a restablecer algo de civilización. Decían que había nacido para ello. Pero ahora…

Su voz se fue apagando. Le miré la frente. Los delicados puntos blancos de la corona de los mundos todavía brillaban algo, a pesar de la luz que emitía el sol doble. Vio cómo le miraba y volvió a negar con la cabeza.

—No puedo. —Se irguió—. Ahora que Celya está muerta, este ya no es mi lugar. Tengo que encontrar otra vida que vivir. ¿Te acuerdas de la chica que me encontré en el museo Leakey de Nairobi? Lo pasamos muy bien juntos. Ella estaba luchando contra el sida. Cuando Derek y Lupe vuelvan, deberían llevarse todos los conocimientos científicos que permitan erradicarlo. No estamos comprometidos, pero sé dónde trabaja. Intentaré buscarla.

Volvió a encogerse de hombros. No le veía muy contento.

—Eso es lo mejor que puedo hacer.

Se quedaron allí una hora, paseando por la estación y contemplando el horizonte verde. Ram hizo un agujerito en un trozo de plástico para mostrarle a Kenleth una imagen del sol doble, pero él no quiso entrar en el edificio.

—He visto tantos misterios omegas —dijo— que han empezado a volverme loco.

Continuamos hasta Delta. Subí detrás de él al vehículo y pregunté por nuestro destino allí.

—¿Ese trilito que hay encima del río Sangriento? ¿O el del monte Anak?

—Ninguno. Los robots pueden abrir puertas temporales en cualquier sitio donde tengan buenas coordenadas. Pueden dejarnos en Periclaw.

El robot tenía buenas coordenadas. Colocó el vehículo y abrió la puerta. Salimos al campo de instrucción de Fort Blood, por encima de nuestras cabezas sobresalían balas de cañón negro. El viento era helador, y yo temblaba a la sombra de los enormes bloques negros de las paredes que se elevaban a nuestro alrededor. No veía ningún trilito.

—Solo son marcadores —dijo Ram—. Las puertas de verdad son campos magnéticos que se extienden entre los planetas.

Percibí un ligero pero pestilente olor en el aire, un leve hedor a muerte y a decadencia. Ram puso mala cara y yo me alegré de volver a entrar con él en el vehículo. Dio instrucciones y el robot nos llevó a atravesar los palacios de piedra blanca de Periclaw. Todavía era impresionante, estaban en silencio, vacíos, sin vida. Vi pájaros en el cielo y malas hierbas llenas de barro que crecían en las alcantarillas, pero no había nada más con vida.

—Parece que todo está embrujado. —Daba la impresión de que Ram se estremecía—. Embrujado por todos los que murieron aquí.

Guio al robot hasta la mansión de los Crail. El Sangriento todavía tenía un cauce ancho y marrón, las orillas lejanas eran de color verde oscuro a las que la selva había tapado, pero la mansión tenía el aspecto de una ruina, el césped había crecido de forma descontrolada y estaba lleno de trozos de árboles rotos. Probablemente algún vándalo había derribado la puerta. Dejamos al robot en el vehículo y caminamos hacia la puerta. Ram llamó con una aldaba de latón gruesa. Esperamos hasta que estuve seguro de que la casa estaba vacía, pero al final la puerta se abrió.

Vi una mujer joven y oí gritar a Ram.

—¡Celya! ¿Celya?