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—¡Nunca lo sabremos! —Derek encogió los hombros por el cansancio—. A menos que podamos trabajar aquí otros cien años.

—Pero estamos aprendiendo muchas cosas. —Lupe estaba bastante contenta—. Puede que los omegas estén muertos, pero los cibroides todavía están con nosotros y vamos camino al país de las maravillas. Creo que el cono que está encima de nuestras cabezas es una torre interestelar de señales, en contacto constante con todos los trilitos. Debe de haber sido la red neurálgica del Grand Dominion.

—¡Conjeturas! —Contemplando los misterios del mosaico de la pared del túnel, Derek negó con la cabeza—. ¡Retazos! Lo hemos intentado, pero sacaremos más de los indicios que nos proporcionen las vísceras de una cabra.

—Es frustrante —asintió Lupe—. Algunas veces fallamos, pero tenemos que fijarnos en lo que tenemos. Los omegas sabían que el Grand Dominion quizá no fuera eterno, pero veían más allá. Guardaron muestras de los hitos de su cultura aquí, un regalo para el futuro que les aguardara. Aquí fuera de la galaxia, el planeta está en un estado de congelación profundo que debería ser perpetuo. Una impresionante mina de oro.

—Si podemos llegar a ella. —Derek miró fijamente los enigmas que había en la pared y al final se dio la vuelta, mirando a Ram mientras asentía con la cabeza—. Hay túneles llenos de lo que debían de ser bibliotecas y museos. Había salas enormes llenas de objetos que nos dejaron perplejos. Kilómetros de letras impresas que no podemos leer. Todo esto es lo que el antiguo Egipto era antes de que Young y Champollion descifraran los jeroglíficos de la piedra Rosetta. —Su cara desvelaba tensión contenida detrás de su barba descuidada—. No hemos encontrado ninguna piedra Rosetta.

—Pero acabamos de empezar —dijo Lupe—. Tardaron muchos años en hacer el trabajo. Vamos a echar un vistazo a este lugar a ver si encontramos lo que esperamos.

Derek levantó la mano para señalar el robot que estaba esperando en la cámara estanca como un sirviente humano. No emitía ningún sonido, pero sus ojos en forma de disco parpadearon y la luz se dispersó a todos sus miembros. Se desplazaba ahorrando movimientos innecesarios, desenganchó los vehículos con rapidez.

Dejó el nuestro allí en la cúpula, Derek nos llevó más allá de las curvas. Había jeroglíficos amarillos enormes que salían de una mancha en la pared del fondo, poco a poco cambió a otros azules y así siguió cambiando, cada vez más rápidamente, hasta que los jeroglíficos se convirtieron en un sol reluciente. Se apagaron y volvió a comenzar la misma secuencia. Pasado este tramo, en otro segmanto irregular se movían las ondas de la luz del arco iris de tal forma que me hacían daño en los ojos y me provocaba mareos.

—Mira eso. —Detuvo el vehículo para mirarme sonriendo—. Me está volviendo loco.

—Es un problema difícil de resolver. —Lupe asintió con seriedad—. Ni siquiera estoy segura de que tengamos los sentidos que nos permitan conseguir las señales completas. Ni el cerebro capaz de leerlas. Nuestro cerebro está pensado para dar respuestas específicas a desafíos concretos en nuestro medio ambiente. Para encontrar comida, defender el territorio, derrotar a los rivales, ganar a los compañeros, interactuar con los demás.

—Podemos hacer bastante más —dijo Derek—. Hacer matemáticas de alto nivel o escribir música sinfónica o construir el telescopio Hubble. Sin embargo, no somos omegas. Para evolucionar en su propio medio que es tan distinto, tenían que enfrentarse a otro tipo de desafíos. Su cerebro debía de ser distinto. Es un mensaje para nosotros, no tenemos ninguna pista de lo que puede ser.

Señaló los mosaicos por los que estábamos pasando.

—Más restos. Lupe dice que tienen que ser simbólicos de lo que sabían, sentían y vivían los omegas, pero nosotros no hemos evolucionando lo suficiente para entenderlos. Nunca llegaremos a pensar como los omegas.

Volvió a suspirar y siguió adelante. Esas imágenes sorprendentes dieron paso a un panel detrás de otro en los que había líneas de símbolos como los del libro electrónico de Ram. Algunos tenían elegantes florituras que me recordaban al árabe, pero parpadeaban de tal manera que me producían dolor de cabeza.

—Es así como escribían. —Derek frunció el ceño—. Un código sin clave.

—Pero podemos buscar dibujos que se repitan —Lupe le dijo que parara el vehículo y señaló un panel de letras verdes con una línea debajo de minúsculas piedras del color del rubí—. ¿Ves esos símbolos rojos? El texto está en trozos, separado por interrupciones como esa. Cada una tiene ese tipo de titular centrado. Puede que esos símbolos repetidos sean simplemente números de capítulo.

—Lo son. —Kenleth levantó la vista de su juguete—. Ese es el número doscientos siete en Omega. Creo que sería más parecido a la forma de contar que tenemos nosotros. Los omegas cuentan hasta once antes de llegar a diez.

—¿Así que utilizaron la base doce —dijo Derek mirándole fijamente— en lugar de la base diez?

—¡Kenleth! —Lupe pestañeó—. ¿Cómo lo sabes?

—Estoy aprendiendo. —Levantó en alto el tetraedro de cristal.

—He aprendido los números. He empezado a conseguir palabras. El agua suena como scheeth, aunque no sé decirlo bien. Un río es en-scheeth. Un mar es ru-scheeth.

—¡Es sorprendente! —Lupe lo abrazó y se inclinó para buscarse en la pirámide de cristal—. Si has encontrado una piedra Rosetta… —Le abrazó más fuerte—. ¡Eres un héroe!

Él la miró sonriendo, con lágrimas de alegría que brillaban en sus ojos.

Ella y Derek se quedaron extasiados un momento, casi tenían al alcance de la mano los secretos de Omega. Entusiasmados, ambos intentaron manejar juntos el tetraedro, pero tuvieron que rendirse.

—Nosotros, como humanos, tenemos un don especial para el idioma que funciona cuando somos niños —dijo Derek—. Es algo parecido a un tipo de esquema para la gramática, que está listo para llenar los huecos mientras aprendemos.

—Supongo que será un regalo de los omegas —dijo Lupe—. Y Kenleth todavía lo tiene.

Empezaron a estudiar con él, copiando los jeroglíficos, tomando notas, discutiendo sobre las normas gramaticales de Omega. Mantuvieron ocupado al robot, enviándolo afuera con un algo parecido a una cámara de vídeo para hacer fotos y recoger objetos. Se inventaron su propia jerga para hablar sobre todas las pistas que conducían a la ciencia y la historia omegas.

Yo disfrutaba viéndoles contentos, pero me era difícil compartirlo. A pesar de que los dos vehículos iban enganchados teníamos muy poco espacio habitable. Teníamos el espacio suficiente para sentarnos, comer y dormir, pero para poco más. Me sentía encerrado, constreñido e inútil.

Ram seguía sentado hora tras hora, pensando en todo lo que había perdido. Kenleth estaba impaciente como un mono enjaulado. Recorrió todos los rincones de los vehículos y probó todos los aparatos, pero siempre volvía a acurrucarse con el tetraedro, mirando los enigmas que parpadeaban, escuchando a las extrañas cabezas que salían de él, aprendiendo fonemas extraños.

Para mí, la reclusión se convirtió en algo insoportable. No tenía absolutamente nada que hacer. Todavía sufría las consecuencias de la fiebre, y no podía olvidarme del terror que pasé aquella amarga noche interminable en la cárcel. Confiaba en tener algún cambio, en tener más espacio, luz del sol, gente, tierra, mis amigos y compañeros del este, mi vieja casa en Portales.

No pude evitar preguntar cuándo podríamos regresar a casa.

—¡No pienses en ello! —Lupe parecía impresionada—. Esto es demasiado apasionante. Hemos encontrado una llave para entrar en el país de las maravillas. Ahora no podemos abandonar.

—Mira, Will —me pidió Derek todo serio—, por supuesto que deseamos volver a contar todo esto, pero ahora no seríamos bienvenidos. Lo que estamos encontrando desbarataría los planes. Diez mil expertos en todos los aspectos desde la arqueología a la zoología se unirían para defender sus territorios.

»Sin pruebas que puedan desmentir, se reirían de nosotros en la Tierra. Tenemos que llevar objetos, fotos. Puede que robots. ¡O un saltamontes gigante! Uno de ellos podría persuadir a más de uno. —Sonrió al decir eso, y volvió a ponerse serio—. No nos metas prisa. Nos llevará tiempo conseguir pruebas que tengan la suficiente solidez. No podemos permitirnos fallar.

Me quedé ahí sentado, mudo, mirándolos, parpadeando; las lágrimas me impedían ver con claridad. Los quería. Los cuatro jinetes. Habíamos trabajado y jugado juntos la mitad de nuestras vidas, incluso antes de que encontráramos la puerta del Sáhara. No quería dejarlos, pero tenía que irme.

—¿Estás desilusionado, Will? —Lupe me miró con aire inquisitivo—. ¿Te quieres ir de verdad?

Me dolía la garganta. Sentía más cosas de las que podía contar.

—Podríamos enviaros a los dos —Derek se dio la vuelta para mirar a Ram—. Si quieres ir, si quieres aprender cómo funcionan los cibroides y los trilitos.

—¿Puedo ir? —me pidió Kenleth todo nervioso—. ¿Me llevarás contigo?

Había pensado en ello. Había llegado a quererle, como el hijo que nunca había tenido. La vida en la Tierra sería solitaria si volviera sin él. Y también extraña, con tantas cosas que no podría explicar. Le necesitaría, le echaría muchísimo de menos.

Había sopesado las posibilidades. Sería ilegal, ilegal de tal manera que los agentes federales nunca llegarían a averiguar, pero en México los ilegales son algo normal. Quizá pudiera adoptarlo. Lo llevaría al colegio, le vería jugar en la liguilla. Le ayudaría a encontrar su lugar en la Tierra. Podría ser una gran aventura para él, un mundo tan nuevo como lo había sido el suyo para nosotros.

—Por supuesto —le dije—. Me encantaría tenerte conmigo.

—¡Gracias! —Se acercó para rodearme con sus brazos—. Me gustaría ver tu mundo.

Lupe miró a Derek y movió la cabeza. Pasó medio minuto antes de que contuviera el aliento y hablase.

—Kenleth, necesitamos que te quedes aquí para ayudarnos a aprender el idioma omega. Tu tetraedro es nuestra llave de entrada a todos los misterios de la ciencia y la historia omegas. Sin ella, fracasaríamos. ¿No vas a hacer el favor de quedarte lo suficiente para ponernos en el camino?

Se limpió los ojos y me miró. Tuve que asentir.

—Si te necesitan, creo que deberías quedarte.

—Entonces lo haré. —Su voz estaba ahogada, y tuvo que limpiarse los ojos otra vez—. Pero siempre te querré, Ty Will. —Me rodeó con su brazo tembloroso y miró a Ram—. También te echaré de menos, Ty Ram si te vas. Espero que ambos seáis felices de vuelta en la Tierra.

—He estado reflexionando.

Ram se levantó para mirarnos con una expresión austera que nunca antes había visto. Musculoso y alto, la corona de los mundos brillaba en su frente, de repente era impresionante, su figura recordaba a las figuras colosales de Anak que habíamos visto en el Delta.

—Pensándolo bien. —Su voz parecía profunda y noté un repentino timbre de confianza—. No encajo allí. En la Tierra no hay nada para mí. Lo pasé mal en Delta, supongo que huí, pero ahora sé cuál es mi lugar.

Miró a Derek.

—¿Puedes enviarme de vuelta allí?

Derek frunció el ceño y asintió lentamente.

—Si realmente quieres ir.

—Es mi deber. —Distraídamente, Ram señaló la corona de los mundos brillantes—. Lo dejamos en un estado lamentable. Si puedo ayudar a limpiarlo, eso es lo que debo hacer.

—¿Y reconstruir el Grand Dominion? —El tono de voz de Lupe subió—. Si es que puedes hacerlo.

—Es un cometido muy importante. —Se encogió de hombros muy serio—. Puede que sea demasiado para comentarlo. Pero el virus causante de la matanza dejó un vacío. El caos vendrá a llenarlo, a menos que… —Se paró para mirar a Kenleth y el tetraedro— pueda comenzar algo mejor. Tengo que hacer lo que pueda.