Ese día fue casi feliz para Kenleth y para mí. El sol lucía y calentaba, el aire fresco era dulce, los pájaros cantores volaban. Alegres por estar libres, caminamos por el huerto de la parte trasera del complejo vallado de Crail. Los cerezos estaban cargados de fruta encarnada. Nos saciamos y continuamos hasta bajar al muelle a orillas del río donde White Water estaba poniendo a punto su lancha, sustituyendo una rueda hidráulica que estaba rota y fundiendo metal para hacer un nuevo rodamiento.
No vi ningún cambio en su atuendo de piel gastada ni en su cara curtida. Estaba masticando palos de canela que dejaban una mancha de color ámbar en su mechón de pelo del bigote, pero decía que le ayudaban a despejarse la mente. Kenleth le abrazó con alegría, contento de encontrarle todavía con vida.
—Es como los dados. —Se encogió de hombros—. Los malos y los buenos tiempos se alternan. He estado arriba y abajo. Vivo como puedo, pero no estamos aquí eternamente.
Se calló para seguir masticando su palo.
—Para la mayoría de la gente los dados caen mal. —Puso cara triste—. También para Celya Crail y para tu amigo Ram. Si el comienzo hubiese sido mejor, podían haberse convertido en los gobernantes de un nuevo reino. Podría haber ocurrido si el general Zorn no hubiera tenido tanta hambre de gloria. Podría haber sido.
Se encogió de hombros y sonrió a Kenleth.
—Vosotros y yo tenemos suerte. Estamos vivos, aquí en el río con un buen barco.
Nos enseñó la lancha y le explicó a Kenleth cómo funcionaba. Tenía dos cilindros, con dos ejes conductores que hacían mover dos ruedas en la proa, el timón estaba unido a la quilla entre ellos. Encantado, Kenleth se puso al timón y cuando oyó como salía el vapor, silbó.
Le pregunté a White Water qué futuro le esperaba a Hotlan.
—No preguntes —se encogió de hombros—. He conocido profetas negros con sus varitas de zahorí y científicos blancos con sus estadísticas. Tienen algo en común. Sus previsiones pocas veces se cumplen.
Masticaba canela mientras reflexionaba.
—Yo no creo que nos espere nada bueno. Periclaw rechazó a Ram de malos modos, cuando él les ofreció una oportunidad de salvarse. Han pagado un precio amargo. Sheko vertió su aliento de la muerte sobre los blancos, y en agradecimiento, sus adoradores están quemando sus malditas obleas. El almirante Koch hundió todos los barcos de altura para salvar a los blancos de Norlan. Puede que sobrevivan, pero se morirán de hambre.
—En cuanto a ti, Ty Will… —Me miró entrecerrando los ojos, con astucia—. Si llegaste mediante la magia, podrías volver a utilizar tus hechizos.
Al día siguiente, Ram y Celya se fueron a ver a sus padres.
—Una misión absurda —decía White Water—. Los Crails eran rey y reina. Yo ya había probado algo así. A los poderosos se les cambia la cara. Podrían perdonar a su hija, pero a ti… —Miró a Ram—. Tú eres puro veneno. Sois tú y tu marca brillante los que acabasteis con su mundo. Si pudieran, te matarían.
Ram se encogió de hombros.
—Celya tiene que ir.
Se pasaron el día preparándose para el viaje. El agua había vuelto a circular por la ciudad, dado que eran muy pocos los que podían usarla. Se ducharon y encontraron ropas limpias. White Water terminó de arreglar la lancha. El cocinero les preparó una cesta con comida y sirvió una cena de despedida en la mesa de la cocina.
Era más sencilla que las cenas formales que se preparaban en Crail, pero para Kenleth y para mí era un banquete. Una bandeja llena de algo parecido al pollo frito, supongo que primos de los pollos de la Tierra, otra con panes de maíz crujientes, parecidos al pan de maíz que hacía mi abuela. Crail tenía una hielera, llena de hielo que le enviaban de los glaciares de Norlan, y había cacharros con helado.
Brindamos por Ram y Celya con una botella de vino del sótano de Crail. Ella se sentó junto a él, sonriéndole con cariño, pero ignorándonos al resto. Casi no probó la comida, se limitó a juguetear con ella. Su cara estaba pálida y cuando andaba parecía temblorosa. Me pregunto si viviría para ver a sus padres.
El día había sido casi perfecto, pero esa noche tuve un horrible sueño. Después de una larga búsqueda, llegamos al trilito situado en las altas montañas de la zona occidental. Las grandes columnas cuadradas de granito negro se elevaban entre un lago helado rodeado de altas cumbres que sobresalían con la cima llena de nieve. Ram y Kenleth estaban en alguna parte detrás de mí. Empecé a atravesar la puerta, esgrimiendo el colgante verde de Ram y me detuve al ver un cuerpo desnudo.
Estaba tumbado entre el hielo de las columnas. Estaba cianótico por el frío, de repente, sus miembros se estiraron, se movió, se puso rígido y poco a poco fue enrojeciendo. Les salía sangre roja espesa. De repente, el cuerpo se derritió en un gran charco rojo, que iba extendiéndose lentamente hacia mis pies. Aterrorizado, intenté retroceder.
No me podía mover, porque sabía que el cuerpo era el mío.
—¿Ty Will? —una voz hueca retumbó en la oscuridad al fondo del trilito—. Ty Will, ¿estás bien?
Kenleth me cogió el brazo y me sacó de la pesadilla.
El cocinero preparó un desayuno rápido. Kenleth y yo bajamos para ver como Ram y Celya embarcaban en la lancha. White Water la tenía preparada, con la caldera ardiendo y saliendo de ella una columna de humo. Soltó las amarras. Las ruedas hidráulicas giraron. Ram decía adiós con la mano a medida que se adentraban en la corriente. Celya estaba sentada mirándonos fijamente sin ver nada, carente de expresión.
Kenleth se dio la vuelta para mirarme y susurró:
—¿Va a volver Ty Ram?
—Eso espero —dije—. Espero que su Mamita le hiciera inmune.
A la espera de noticias, nos quedamos en el interior de los muros. Desde las ventanas más altas, el río parecía vacío. Las calles estaban desiertas, excepto por algún superviviente furtivo que quería robar algo arriesgándose a la ira de Sheko. Kenleth encontró un gancho y una cuerda en el cobertizo y pescó desde el muelle. Con alegría, el cocinero frio o asó lo que cogió.
Al final, la lancha volvió. Ram y White Water estaban a bordo, pero Celya no estaba. Ram parecía triste y su cara delataba que había pasado la noche en blanco. No quería hablar. White Water sí lo hizo, después de que Ram saliera para ver lo que quedaba de Periclaw. Kenleth y yo estábamos solos con él.
—Río arriba, tuvimos que luchar contra la corriente. Tardamos todo el día en llegar al canal. Celya ya estaba demasiado enferma para viajar, pero tenía que ver a su familia antes de morir. Ram era su esclavo. Teníamos bastante comida, y una petaca de vino, pero ella no podía comer ni beber. Pensé que nunca llegaríamos allí con ella.
Estábamos en el cobertizo, con la lancha atada al muelle que había debajo. White Water había estado lijando una válvula que perdía vapor, pero en ese momento se sentó en el banco de trabajo y mordió el extremo de un palo de canela.
—La infección hizo que se volviera loca. Ram se emborrachó un poco con el vino viejo de Crail. Tenía sus razones. Él era lo único que quería. Hicieron el amor en el barco. ¿Por qué no? Inclinó el toldo para taparse y me dijo que no mirara. A quién iba a importarle si ya no quedaba nadie.
Negó con la cabeza y se quedó mirando el río vacío.
—A mí —dijo Kenleth.
—De hecho, a mí también —se encogió de hombros y resumió su historia—. Sesenta y cuatro kilómetros río arriba, llegamos a la primera esclusa. Parecía abandonada, pero vimos que los vigilantes de la esclusa todavía estaban en las puertas. Estaban tan orgullosos de sus licencias, de sus trabajos, de las esclusas. Parecía no importarles que el viejo mundo hubiera acabado y nos dejaron pasar. Anclamos el barco para pasar la noche.
»A la mañana siguiente, Celya estaba tan profundamente dormida que pensé que ya había muerto. Estaba empapada de sudor, rígida y casi sin respirar. Al final, Ram la despertó. Unos cuantos tragos de vino la revivieron lo suficiente como para levantarse. Deliraba diciendo que la guerra le había arruinado su crucero de luna de miel a Icecape. Al mediodía, bebió otro vaso de vino e intentó cantarle una canción. Su voz se transformó en un susurro. Él la cogió en los brazos y ella lloró hasta quedarse dormida.
»Ese día, por el canal llegamos a atravesar lo que habían sido enormes plantaciones. Grano. Algodón. Caña de azúcar. Todo se perdió una vez desaparecidos los cosechadores, destrozado por las tormentas de los monzones. Después de pasar dos esclusas más, llegamos a las estribaciones de la propiedad Crail. Su casa de campo era otra gran mansión. No era tan lujosa como su casa de la ciudad, pero era bastante grande.
»Crail salió a saludarnos. Parecía más viejo, andaba cojeando apoyado en un bastón, pero luchaba contra la muerte como un gato montés. Celya le suplicó que le dejase ver a su madre. Movió el bastón y la llamó fulana indecente amante de negros. Dijo que había perdido la vergüenza y que había manchado el apellido familiar. Si había contraído las fiebres, era por el diablo que habitaba en su interior. Gritó para que fueran los guardias.
»Salieron de la casa. Un grupo de mulatos y cuarterones, todos marcados con sus números de licencia, parecían más en forma que nunca. La mujer de Crail iba detrás, la llevaban en una silla, blanca como la tiza, marchita y extremadamente delgada. Se limpió los ojos e hizo una seña con un pañuelo a Celya para que se acercara. Crail le gritó que volviera a meterse en la casa.
»Celya cayó de rodillas al intentar salir del bote. Ram le ayudó a llegar al muelle. Crail la golpeó con su bastón. Con lo débil que estaba, se tambaleó. Uno de los guardias la cogió para que no se cayera. Ram levantó a Celya y la llevó con su madre. Crail volvió a gritar. Los guardias la arrancaron de sus manos y se la llevaron a su madre. Se abrazaron, pero ella miraba a Ram y le dijo: “Espérame cariño, solo un momento para despedirme”.
»Por supuesto no podíamos esperar. Sabía que Celya se estaba muriendo. Crail ordenó a su guardia que nos dieran diez segundos para sacar aquello del muelle. Ellos la llevaron rápidamente dentro de la casa, y a su madre con ella. Crail ordenó a los guardias que dispararan. Ram saltó al bote y cogió un remo para adentrarnos en el río. Los guardias dispararon una descarga. Las balas nos pasaron rozando la cabeza. Lo único que podíamos hacer era alejarnos.
White Water se levantó del banco, volviéndose para pulir la válvula que perdía.
—Creo que Ram es inmune a la podredumbre. —Se calló para tirarle un trozo de carbón a una mosca que había en el suelo—. No obstante, casi le mata.
Esa tarde Ram fue a nadar en el río. Estaba lleno de barro y el nivel de las aguas había subido por las lluvias monzónicas, la corriente era rápida. White Water le advirtió que había cocodrilos que venían de las lagunas del delta, atraídos por los cuerpos muertos. Él se encogió de hombros como si no le importara.
Nosotros nos quedamos en el muelle viéndole hasta que se fue el sol. Kenleth siguió preguntando por los cocodrilos y yo pensé que lo que quería era volver. Había anochecido cuando Kenleth le llamó gritando y le vimos caminando por tierra firme, con la corona de los mundos encendida para ver por dónde pisaba. Su respiración era agitada, pero pensé que había perdido ese gesto de amargura.
—Me quería —me susurró—. No puedo lamentar haber venido.
Pasó toda la mañana en la habitación de Celya, estudiando minuciosamente ese libro electrónico y al final lo cerró de golpe.
—El texto es como retazos. Los fragmentos de vídeo hacen que parezca la historia del planeta. Es lo suficiente para tomarnos el pelo sobre los mapas y ese símbolo de trilito sobre esas altas montañas septentrionales. Es una apuesta excéntrica, pero es la única posibilidad que veo.
—¿Posibilidad? —Eso me sobresaltó—. ¿Quieres decir que quieres ir allí?
Él asintió, con la cara todavía triste y tensa.
—Aquí no hay nada para nosotros. No hay ninguna razón para que no lo intentemos. —Volvió a negar con la cabeza, de nuevo estaba triste—. Yo no estaría tan seguro. El mapa fue dibujado cuando el planeta era más joven. Todavía no había ningún delta. La desembocadura del río Sangriento está más allá, en la costa. Es bastante probable que ese trilito ya haya sido derribado por un terremoto o enterrado bajo un río de lava.
Esa tarde, Kenleth y yo volvimos con él al complejo de la academia, donde estaban el museo, la biblioteca Crail y las salas de concierto y conferencias a su alrededor. Quería mapas modernos de la zona que estaba río arriba y los archivos de todas las expediciones que se habían llevado a cabo a las montañas que aparecían en el mapa.
Los vándalos habían estado allí antes que nosotros. Encontramos puertas destrozadas a golpes, expositores aplastados. No había luz, pero Ram encendió un farol un poco más brillante que su marca de nacimiento. La tormenta había causado destrozos en el tejado del museo y los suelos estaban cubiertos de restos de cosas empapados por la lluvia.
—El Grand Dominion —nos detuvo en la entrada a una sala lúgubre— era la casa del tesoro de Celya. Su colección de premios de lo que creía que habían sido tumbas imperiales. Adornos personales, armas, herramientas. Objetos seductores que no sabía cómo se llamaban. —Encogió los hombros y la marca de nacimiento se volvió más tenue—. Recuerdos de Celya —su labio tembló como el de un niño dolido—, reliquias de muerte.
Pasó un buen rato antes de que se enderezara y se volviera para salir del edificio.
—Todo tenía mucho valor para ella, pero ninguno para nosotros. —Se encogió de hombros y sonrió de forma cortante—. Si los hombres de Hotlan llegaron aquí no hicieron mapas ni nada que podamos leer. White Water no oyó hablar nunca de que ninguna expedición llegara más allá del punto en el que se puede navegar a vapor. Nos queda mucho por andar.
Esa noche me desperté con un dolor de cabeza punzante. Estuve sudando y temblando hasta que por fin amaneció, y no desayuné. Había contraído la podredumbre sanguinolenta.