A la mañana siguiente me despertaron los gritos de una mujer a la que estaban torturando. Siguieron oyéndose durante dos horas, solo se vieron interrumpidos por los sonidos que emitía alguien a quien estaban intentando estrangular y los gritos ahogados pidiendo piedad: yo tenía ganas de vomitar y estaba nervioso antes de que al final dejaran de oírse. Kenleth había dormido en el suelo, pero se despertó, se arrastró hasta mi cama y se quedó temblando a mi lado.
Cuando el guardia abrió la puerta, fue Sherleth quien entró con la bandeja de nuestro desayuno. Parecía demacrada y nerviosa, tenía los ojos hinchados y rojos. En silencio, nos puso la comida en una mesita. No pude evitar preguntarle si había oído los gritos.
—No ha gritado nadie —susurró—. Quizá era un niño feliz que estaba cantando.
—Estaba sufriendo —afirmó Kenleth moviendo la cabeza— y mucho. Puede que estuviera muriéndose. Yo estaba asustado porque no tengo licencia. ¿Podría ser yo el próximo?
—No lo serás. —Intentó sonreír—. Al menos, ahora no.
—¿Qué ha pasado? —pregunté—. ¿No puedes decírnoslo? Sus ojos hinchados se fijaron en mí.
—¿Eres amigo de Chenji? —Escuché un lamento desesperado en su voz—. ¿Es el verdadero hijo de Anak y nos liberará? —Si puede…
—Ruego a Anak. —Sus delgados dedos hicieron una fugaz señal. Se calló para mirarme a los ojos—. ¿No diréis nada? —Lo prometo.
Miró a la puerta para asegurarse de que estaba cerrada.
—Mi hermana —bajó el tono de voz y habló con rapidez—. Ty Crail la eligió para que le bañase. La trató con demasiado favoritismo. Tyba la odia por eso. Tyba le dijo al mayordomo que la encontró copulando con él en la bañera. No es verdad, pero el mayordomo tiene miedo de Tyba. Ty Crail… —intentó sofocar un sollozo— no quiere pelearse con Tyba.
Sofocó un sollozo y se puso de rodillas.
—Ty —susurró—. ¿Puedo serviros ahora?
Kenleth intentó rodearla con los brazos. Ella negó con la cabeza y le apartó. Yo le dejé que nos sirviera el desayuno. Sus manos temblaban, derramó unas gotas de té y gritó de dolor. Se limpió los ojos cuando acabamos de comer, recogió los platos y salió en silencio.
A la mañana siguiente nos trajo el desayuno otra mujer. Nunca más volvimos a ver a Sherleth. A Kenleth no le dejaban salir de la habitación, pero el mayordomo venía todas las tardes a vestirme para la cena. El oficial de inteligencia, Ayver Krel estaba siempre allí para poner al día a Crail sobre la rebelión de los esclavos. Un hombre pequeño, enjuto y nervudo con cara de zorro que hablaba una docena de lenguas nativas y había sido comerciante de corath y coleccionista para el museo.
Día a día, veía cómo la resolución de Crail desaparecía mientras oía las noticias de Krel. La revuelta se estaba extendiendo río abajo hasta desviarse a las tierras del delta. La Autoridad del Río informaba de que había más violencia de la que eran capaces de controlar. Habían sido asesinados más colonos y comerciantes. Se habían quemado más ciudades y fábricas. Había más refugiados esperando en las orillas del río para ser rescatados.
Krel siempre intentaba animarse.
—Estamos seguros, Ty. No pueden tomar Blood Hill al asalto con machetes. La policía puede controlar cualquier problema que haya en el delta. La avanzadilla de la flota del mar del Norte está ya subiendo por el canal.
Crail preguntó por Chenji.
—Todavía no se sabe dónde está, señor. El consejo votaría colgarle enseguida, si no fuera por…
Se paró y miró con frialdad a los pies de la mesa.
—Honestamente, Ty, estamos en un punto muerto. Los negros creen que Chenji es el hijo de Anak, que ha sido enviado para echarnos del continente. Ese blanco… —Se encogió de hombros y me miró frunciendo el ceño—. Hace que el problema sea mayor.
Respiré profundamente e intenté no traslucir mi opinión.
Todo el grupo me miraba a mí, hasta que al final, Krel propuso un brindis por la mujer de Crail, la «reina no coronada de Periclaw».
Los vasos tintinearon y su fría sonrisa hizo que recordara a la hermana esclava de Sherleth y sus gritos por la tortura.
Krel volvió unas noches más tarde con noticias de que toda la flota estaba ahora anclada en el puerto, con diez mil hombres a bordo de los vehículos de transportes de tropas al mando del general Arka Zorn.
—Periclaw no es un sitio seguro —dijo Crail— y estamos en pleno corazón de la rebelión. Son tribus que nunca conquistamos, al norte de la cuenca del río Negro, las que se están uniendo a los rebeldes. Tienen la cabeza llena de ideas envenenadas sobre que Chenji ha llegado del cielo para crear un nuevo Dominio negro.
El río Negro era uno de los afluentes más importantes del Sangriento, era navegable durante mil seiscientos kilómetros, en un territorio que pocos exploradores habían visto. El general Zorn debía de ir río arriba, con una docena de lanchas cañoneras y una tropa de cuatro mil hombres.
—Al vencer a los negros, podemos colgar a los traidores y acabar con el problema como si apagáramos una vela mortecina.
Al no saber nada de Ram, esa noche soñé que estábamos de vuelta en el establecimiento comercial que había río arriba. Le vi colgando de ese roble retorcido y la sangre goteaba del gancho que le había traspasado las costillas. Pedía agua desesperadamente, pero cuando se la acerqué a los labios, la sangre llenó la taza.
La noche siguiente, en la cena, los invitados, incluido el almirante Kuch, el general Zorn y sus oficiales de rango superior, estaban uniformados y relucientes con sus espadas enjoyadas y medallas. Zorn era un gigante con el pelo del color bronce vestido de blanco almidonado y con un chal carmesí, cuya voz era un ladrido ronco.
Un guardia mulato y mi camarera blanca más próxima estaban sobre aviso detrás de mí, yo estaba sentado solo al final de la mesa, tenía sillas vacías a ambos lados. Mientras se reía con los oficiales, Krel me presentó en tono socarrón como el «honorable embajador del mágico planeta Tierra». Cuando casi había terminado de comer, se hizo un repentino silencio. La gente se dio la vuelta para mirar fijamente la puerta. Celya Crail y Ram estaban allí de pie, y junto a ellos, dos guardias.
—Ty Ram Chenji. —Ella le cogió del brazo y se dio la vuelta para mirar a sus padres—. El gobernador Volmer lo ha liberado para que yo le custodie.
En medio de un silencio sobrecogedor, el mayordomo los acompañó hasta las sillas vacías que había a mi lado. Cojeando y apoyándose en un bastón, Ram llevaba un mono de prisión de rayas amarillas. Su cara estaba amoratada e hinchada y tenía una venda blanca sobre la frente que cubría el lugar donde estaba la corona de los mundos. Se paró junto a su silla y me hizo un leve y triste movimiento de hombros.
Krel murmuró a Zorn y al almirante.
—¡Ese demonio negro! —Zorn estaba de pie, señalando con el dedo a Ram—. ¿Qué hace aquí?
Crail se quedó boquiabierto mirándole a él y después a Celya.
—General, Ty Chenji es mi invitado —dijo ella, cogiendo a Ram del brazo—. El consejo todavía está investigando. Tenemos pruebas de que él y Ty Stone son quienes dicen que son, vienen de otro mundo, y no tienen ninguna intención de hacernos daño.
—¡Es un horrible fraude! —Zorn la miró pestañeando, después a Ram y luego a mí—. Los colgarán por eso.
—Quizá. —Se encogió de hombros—. Se han retirado los cargos contra él y contra Ty Stone. No son culpables de nada, pero sus vidas han estado en peligro. He aceptado su custodia para protegerlos.
—¿No estaba Chenji a salvo en la cárcel?
—No estaba a salvo, Ty. La inteligencia había preparado una trama para matarle.
—¿Es eso verdad? —Zorn desvió su furia hacia Krel—. ¿En la cárcel?
El pequeño agente de inteligencia se encogió y cruzó los brazos sobre su pecho.
—Ty, se sobornó a un agente para que le acuchillara. Desarmó e inutilizó al vigilante. Su comida fue envenenada. Estuvo al borde de la muerte en el hospital de la prisión hasta que Tyba Celya llevó a sus médicos para salvarle la vida.
—¿Quién iba a matarle?
—El culpable no ha sido identificado. —Krel bajo la vista hacia la mesa para mirarnos—. Estos hombres tienen enemigos por todas partes.
—General Zorn. —Celya, que estaba a mi lado, levantó la voz—. Ty Chenji es más que mi invitado. Es un arma contra los rebeldes. Ha viajado por la selva. Se ha reunido con los miembros de la hermandad, los líderes de las tribus salvajes que apoyan al enemigo. Nos ha dado valiosa información sobre sus posiciones y sus recursos.
—¿O información errónea? —resopló Zorn.
—La historia de su llegada al monte Anak ha sido corroborada.
—¿Por ese traidor blanco? —Me miró.
—Y por otros, Ty. Su mejor testigo es el agente doble conocido como Toron.
—¿Un agente doble? —Zorn la regañó—. ¿Agente de quién? ¿Tuyo o de ellos?
Miró a Krel, quien enrojeció y contuvo el aliento antes de hablar.
—Ty, confiamos en el hombre. Ha sido muy útil durante muchos años. Dirigió el grupo que vio a Ty Chenji y Ty Stone aparecer en el monte Anak. Se ha infiltrado entre los líderes de los rebeldes. Sus informes han sido fiables.
—Si crees que en realidad son magos de su mágica Tierra —Zorn le fulminó con la mirada—, creo que has sufrido un encantamiento. Sé que han inspirado la rebelión. Es como si tuviéramos un infiltrado entre nosotros.
Había hecho su aparición una tropa de camareros con bandejas y codornices asadas. El aroma agudizó mi apetito a pesar de la tensión y Crail dio un golpe con un vaso.
—Señores, ¿no podemos dejar que la comida continúe?
—Un momento, Ty. —Zorn miró a Ram—. Si este magnífico hijo de Anak ha aparecido para organizar la rendición de Periclaw ante una horda de salvajes negros… —Apretó las mandíbulas con indignación, se calló y se quedó mirando a Ram—. ¿No puede hablar él solito?
Celya cabeceó mirando a Ram. Encogió los hombros con sarcasmo y se dio la vuelta para mirar a Zorn cara a cara.
—Ty —su voz sonaba áspera y se la aclaró—. Ty Stone y yo nunca pedimos estar allí. Yo no soy el hijo de ningún dios. Nunca he dicho que lo fuera.
—Pero tienes la marca de un poder mágico.
—¿La marca de nacimiento? —Se tocó la venda que le cruzaba la frente—. Siempre la he tenido. Es una peca pequeña y pálida. No es nada raro, aunque tenga la forma de una corona. Creo que solo fue un accidente, pero se ha creído que era el cumplimiento de una profecía.
—¿Nada inusual? —la voz áspera de Zorn se hizo aún más fuerte—. ¿No brillaba en la oscuridad?
—Por eso me la quitaron.
—¿Cómo la conseguiste?
—Nací con ella.
No dijo nada de su abuela negra y la historia de su huida de otro mundo. Zorn le miró con el ceño fruncido y se inclinó para escuchar algo que decía Krel.
—Me han dicho que estás al mando de los rebeldes.
—No es verdad, Ty. Algunos pueden tomarme por un líder, pero yo no tengo ninguna autoridad. Me he reunido con nativos y he escuchado las historias que cuentan que hubo una gran civilización destruida por la guerra. Salí de la selva confiando en que la paz evitase que todo volviera a repetirse.
—Creo que eres un mentiroso o un tonto. Probablemente ambas cosas a la vez.
Crail hizo una seña y Zorn se sentó. Crail hizo tintinear su vaso. Los camareros inmóviles recuperaron la actividad, llenaron los vasos y sirvieron la codorniz. Los invitados silenciosos se relajaron y volvieron a hablar. Ram me sonrió y yo intenté darle la mano. Él se puso tenso y se echó hacia atrás. Celya me miró con el ceño fruncido y los labios muy apretados.
—Todavía no os está permitido hablar.