24

A la mañana siguiente desayuné huevos con jamón, con algo parecido a una tostada y zumo de naranja, un festín como el que me podía haber dado en casa. El plato de Kenleth tenía un trozo grueso y amarillo de algo que olía raro. Compartí mi bandeja con él.

—Un pedido especial —dijo el guardia negro obeso cuando nos llevaron los guardias a su despacho—. Mis saludos a Tyba Crail —gruñó—. Tienes un amigo. —No estaba seguro de eso, incluso cuando añadió—: Quiere volver a verte.

A la salida de su despacho, afuera esperaban dos calesas, encima de cuya yunta iban dos hombres de Hotlan. Nos puso en manos de un oficial de piel algo oscura que estaba sentado en una de ellas. Kenleth se sentó conmigo en el estrecho asiento de la otra. Los hombres corrieron con nosotros a la puerta de la prisión y por las avenidas de Periclaw, que yo nunca había visto.

—¡Es emocionante! —Kenleth, con los ojos húmedos miró a derecha e izquierda—. Mi madre vivía aquí.

Era una ciudad de piedra blanca, con tejado de ladrillo de arcilla roja, los edificios balconados no tenían más de tres o cuatro pisos. Las calles eran anchas, estaban jalonadas de árboles y de arbustos en flor. Bullían de esclavos subidos a calesas, otros iban en carretas de dos ruedas y pesados carros, otros llevaban jarras y cajas en la cabeza.

Sin embargo, a pesar del murmullo sordo de las voces humanas, la ciudad parecía extrañamente silenciosa. La fuerza muscular es silenciosa, y Periclaw no tenía transporte mecanizado. Silenciosa y extrañamente pacífica. Si la rebelión negra era una amenaza, no se veía por ninguna parte. De una calle que nos llevó a un nivel superior, pude ver una imagen del puerto y la ciudad gemela al otro lado. Los cargueros se alineaban en los muelles, pero no vi ninguna embarcación de guerra, ningún indicio de una guerra próxima.

Un artista podía haberlo convertido en una escena pacífica: desde la orilla salían canales brillantes como la plata. La aguja blanca de Sheko estaba en su islote fluvial más allá del puente en ruinas y de la carretera sobreelevada. Las plantaciones verdes del delta se extendían hasta donde me alcanzaba la vista. Más cerca, los esclavos de los muelles comerciales estaban tan ocupados como hormigas, subiendo las mercancías a los cargueros para Norlan. Nuestros conductores negros de las calesas parecían dóciles, incluso contentos, saludando calurosamente a los amigos con los que se encontraban.

Periclaw se mostraba seguro, la misión de paz de Ram parecía trágicamente inútil.

El museo estaba a continuación de un gran estanque con nenúfares y un césped cuidadosamente podado. Dejamos las calesas en la entrada. El oficial nos escoltó por las escaleras de anchos escalones de piedra. Dentro, esperamos en la entrada hasta que una niña mulata vestida de amarillo ordenó a Tyba Crail que aceptase custodiarnos.

Vestida con un sombrero blanco y una chaqueta, seguía siendo tremendamente atractiva, pero todavía resultaba un enigma para mí. Tenía una sonrisa fácil para Kenleth, y me ofreció las manos de una forma oficial y enérgica. Pude percibir su aroma a lila. Nos llevó a su despacho, que era como un museo. De las paredes colgaban artilugios nativos: cestas de juncos, sombreros enormes, alfombras coloristas, cuchillos y lanzas y alfombras de oración.

Me hizo una seña de que me sentara ante la mesa de despacho, que daba a una gran ventana desde la que se veía el puerto. En el escritorio había un cúmulo de papeles, un montón de pizarras, y una extraña taza con dos asas. Kenleth que estaba de pie junto a mi silla lo vio y contuvo el aliento.

—¡Mi madre! —susurró—. Ella tenía una igual.

—Encantador, ¿verdad? —La cogió con cuidado y la sostuvo en alto para que la viera.

Parecía porcelana fina, el borde era de oro. Las asas eran verdes, con forma de hojas de palma. Por una parte, tenía la imagen de una cabeza negra que parecía casi como la de Ram, incluso tenía una mancha dorada en la frente como si fuera la corona de los mundos. La cabeza de marfil de la mujer, en el otro lado, podía haber sido modelada a imagen y semejanza de la suya, y tenía una lámina negra como corona.

—Sheko y Anak. —Se volvió hacia Kenleth—. ¿Lo has visto antes?

—Mi madre cambió su anillo de diamante por eso —dijo—. Era de una tumba. Ty Hake se lo vendió a un hombre de Periclaw.

—Es un artículo único —dijo—. Lo compramos para la colección del Grand Dominion.

Kenleth lo seguía mirando fijamente.

—Mi madre. —Puso cara triste—. Creo que está muerta. Volvió a colocarlo en la mesa y se dio la vuelta para mirarme con seriedad.

—Os estoy sacando de la prisión —dijo— por vuestra propia seguridad.

—¿Quién nos iba a hacer daño? —le preguntó Kenleth—. Nosotros no estamos haciendo daño a nadie.

—La gente que teme a Ty Chenji. Creen que su historia es mentira. Si se deshicieron de él y te hicieron callar… —se calló para mirarme frunciendo el ceño—. Creen que podrían terminar con la rebelión de los esclavos.

—Tengo miedo por nosotros. —Sus ojos nerviosos se quedaron mirándola fijamente—. Tengo miedo por Ty Ram.

—Os encontráis en peligro. —Asintió con seriedad—. Pero conmigo estaréis más seguros.

—Gracias. —Una sonrisa nostálgica iluminó sus ojos—. Te quiero, Tyba Crail.

—No digas eso. —Su cara se endureció como si la hubiera ofendido. Su sonrisa se desvaneció. Tenía mal color por la emoción. Dio la vuelta a la taza de su escritorio y se sentó un momento; mientras, sus ojos miraban la imagen del dios negro antes de que se volviera hacia mi.

—¿Sois conscientes del peligro en el que estáis?

—Con lo poco que sé, lo intento.

—He hablado con Ty Chenji. —Su sonrisa estaba cargada de un fugaz destello de calidez. Se calló, pensativa, y vi como miraba mi reloj—. Habéis confirmado lo que él me dice. Supongo que nuestro planeta es tan complicado de entender para vosotros como la Tierra lo es para mí.

—Bastante complicado. —Había empezado a gustarme.

—He estado informando a Ty Chenji —dijo—. Quizá debamos revisar un poco más nuestra historia.

Volvió a dejar la taza en su sitio y se sentó un momento pensando en lo que quería decir.

—El continente de Hotlan fue descubierto hace diez generaciones. Las selvas y los habitantes de la costa este parecían tan hostiles que los primeros exploradores pasaron de largo. La costa occidental era más tentadora. Se descubrió oro en las arenas de los cauces fluviales secos de la franja de desierto que hay entre las montañas y el mar. Los aventureros llegaron para llevarse el oro y cuando se acabó, abandonaron sus ciudades fantasmas.

»El asentamiento en la costa oriental no comenzó hasta varias generaciones más tarde. Uno de mis antepasados estaba en el primer barco que partió hacia el río Sangriento. Dirigió un grupo en tierra en el delta y se quedó para vivir con una tribu nativa. Aprendió sus idiomas y guio expediciones posteriores por el río.

»Dejó dos hijos que se convirtieron en capitanes de la flota de Norlan. El mayor se hizo pirata, explotando el comercio del río. Construyó el primer fuerte en el delta. El más joven siguió siendo leal, conquistó el fuerte, colgó a su hermano y se convirtió en uno de los primeros colonos del delta.

»Su hijo organizó la primera asamblea colonial, para defender los derechos de los colonos. La Comisión Suprema, nombrada por Norlan, actúa contra la Autoridad del río Sangriento, que es elegida por los colonos. Mi padre encabeza ahora la autoridad. Intenta mantener algo de paz con la comisión. ¡No es nada fácil!

Se encogió de hombros e hizo una mueca.

—Norlan reclama el continente entero, pero nunca ha controlado nada más allá de Periclaw, el delta, y unos cuantos puntos a lo largo del río. La comisión intenta prohibir, gravar y controlar todo lo que esté a su alcance. La autoridad lucha por conseguir la libertad de expresión, de comercio y la libre circulación por el río. Soñamos con la independencia total que Norlan nunca garantizará.

»La rebelión de esclavos es ahora el tema candente. Norlan contempla con desdén a Chenji y su intento de conseguir una tregua. Se inclinan a creer que es un fraude, que su marca luminosa es algo parecido a un extraño tatuaje. Quieren colgarle y sofocar la revuelta con efectivos militares. Esperan un ejército y una flota procedente del Glacier Bay.

Ahora estaba hablando con libertad, como exponiendo argumentos que ya hubiera contado ante alguna autoridad de Norlan.

—Nosotros, como coloniales, nos sentimos algo distintos. Los norlanders pueden empezar a pasar hambre si sus importaciones de comida se interrumpen, pero sus vidas no están en peligro. Aquí en el río, vivimos codo con codo con los esclavos, a expensas de ellos si quieren matarnos. Ya han asesinado a algunas familias de colonos. Y Chenji…

De forma distraída, dio la vuelta a la taza para observar la cabeza del dios negro, frunció el ceño y suspiró.

—Quiero confiar en él, pero es un problema que no sé cómo resolver. Niega que sea un ser sobrenatural, aunque no puede explicar por qué la marca sagrada brilla por la noche. Los nativos están convencidos de que le enviaron desde el cielo para dirigir la rebelión y recuperar el Grand Dominion.

»Y tú, Ty Stone…

Levantó la vista de la taza para mirarme frunciendo el ceño.

—Tú y Chenji viviréis o moriréis juntos. Si tú no puedes probar su historia de las puertas sagradas y esos otros mundos que hay más allá, hoy le colgarán. Si no estuvieras vinculado a él, podrías morir acusado de sedición. Los dos me habéis persuadido. Algunos son difíciles de convencer, pero la mayor parte de los que quieren colgarle ahora están dispuestos a escuchar cuando les digo que un mártir muerto podría hacer más por los rebeldes que un preso vivo.

Volvió a darle a la vuelta a la taza, negó con la cabeza al ver la imagen de Sheko, como si hubiera hablado.

—¿Y qué pasará ahora? —No podía evitar hacer esa pregunta llena de preocupación—. ¿Qué esperas?

—¿Quién sabe? —Se encogió de hombros, con los labios apretados—. Chenji no cree que la tregua sea posible, con algún plan para acabar con la esclavitud. No podemos permitírnoslo. Nuestras vidas dependen de la esclavitud. Toda nuestra cultura está basada en ello. Pero la revuelta nos está matando ya. Los colonos responsables de la asamblea esperan algún tipo de compromiso que traiga la paz con las tribus libres y les deje vivir en paz.

»Los sentimientos son loables. Norlan podría perder el continente que los alimenta. Nosotros los colonos podríamos perder nuestras vidas. No importa si Chenji es hijo divino de Anak o solo un mentiroso inteligente, ambas partes le culpan de la crisis. Los que le temen también te temen a ti.

»Así es como están las cosas. —Apartó la copa a un lado—. No es bueno para nadie, pero creía que debías saberlo.

Volvió a sonreír a Kenleth.

—Anak te ayuda, Tyba Crail. —Con la voz temblorosa, abrió sus manos y se inclinó ante ella—. Si pudieras salvarnos.

—Estoy encargada de custodiarte —dijo—. Os llevo a mi casa.